Mucho después del primer coqueteo, incluso mucho después del primer beso santificado en aquella montaña, decidimos unirnos en ley y norma tratando de sellar lo que ya estaba escrito. Dijeron que era muy pronto, que tu vientre crecía sin esperma efervescente y óvulos sin macerar, que el fruto hecho en la escuela del amor debía nacer en un hogar con título universitario. Los incrédulos nos dieron muchas lecciones disfrazadas de afectos y aún así empujamos el cochecito. Nada nos detuvo ¿recuerdas?, no había miedo solo simples reglas: un grito equivalía a mil disculpas, una cara enojada a dos muecas y una apuesta perdida a tres mordidas debajo de la espalda. Dijeron que después de un tiempo la costumbre entraría en silencio para hacernos compañía, pero no dijeron que el verdadero amor espanta todo aquello que finge ser cierto y que la única cadena que nos ata es la libertad. Ahora mismo reinita, cuando tengo la piel impregnada a la tuya, te siento madre,...