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Mostrando las entradas con la etiqueta mujer

Minería aluvial y brujería arakbut. Testimonio de una felina chamánica

Va el recuento sensible de una conversación que tuve con una joven mujer del pueblo indígena arakbut, de la familia lingüística Harakbut. Bueno, no fue una conversación en el sentido occidental, fue, más bien, una especie de lucha de palabras, pareceres y actitudes. Fue un despliegue “amigable” de armaduras y pechadas. No murió nadies , a penas algunos pedacitos del alma que tuvieron que reconfigurarse. En fin, los temas del día fueron la minería aluvial, la brujería y las “sendas visionarias” de la Ayahuasca. Ayer vino a casa KQ. Lamentablemente, no puedo decir su nombre completo, porque ella me lo prohibió, ja, ja, ja. La describiré: es de tamaño medio, delgada, de piel clara (más bien sin broncear), de cabello lacio y marrón claro, labios delgados, ojos negros y largos (”china”, le dice la gente cercana a ella). Nariz respingada, pero no operada (creo). Cejas semi pobladas, más bien alargadas, retocadas. Rostro dulce, bonito y delgado según el ranking citadino. Tiene un lunar seduc...

Encantamiento para la mujer amada

Llevo 20 años de casado y debo confesar que estos últimos meses, como dice mi mujer, he estado distante. Algo de verdad tienen sus palabras, porque una mujer sabe. Entonces, hoy, mientras leía, encontré una receta para atizar el fuego del maridaje. Dice así: “[hay que] cantar a nuestra mujer […] Para que nuestra mujer nos ame”.   Sí, en efecto, vale ir al karaoke y dedicarle la canción de enamorados o cantar con voz de gallo degollado el tema romántico de temporada (excepto Bad Bunny). También vale sorprenderla vestido de mariachi con micrófono en mano o hacer la fonomímica en calzoncillos. Sí, vale. Pero, esta receta no habla de ello, aunque se pueda interpretar así. Habla de otro tipo de canto, de un encantamiento.  El consejo proviene de un indígena amazónico del pueblo shuar, Jorge Caringkia. Dice que su padre y, especialmente su abuelo, le enseñaron a cantar para que su mujer siempre lo ame. Jorge, sin embargo, no precisa cómo, pero comprendo que se trata de un canto pers...

El viento tenía nombre

––¿Por qué me has hecho esto, Arnol? ––Es que me gustas mucho, Laura. ––Pero yo no quería que tú… que tú me tocaras. ––Ya no importa... ya acabé. En cuanto terminó de hablar, Arnoldo subió su calzoncillo hueco hueco y descolorido y su truza de la misma raza que, pegadas como si estuvieran cosidas, habían quedado atrapadas entre sus rodillas. Dio un salto y se puso el polo sucio y ahuecado, agarró su machete y salió de la choza apartando la débil tela que resguardaba la puerta. Estiró ambas manos y bostezó satisfecho. Mientras olfateaba repetidas veces el fresco de la tarde, acomodaba con una mano el ya distendido pene. Caminó un trecho y sus pasos dejaron de escucharse para siempre. Me quedé acostada, llorando, tapada con una manta rasposa e insensible. Al rato tuve que levantarme para sacar la olla del fogón. El caldo rebalsaba, igual que mis lágrimas. Nunca sentí interés por Arnoldo, tampoco le di motivos. Simplemente vino cuando nadie y me tomó.  –//– Ya no puedo disimular mi pa...

Fallece Heyli, de menos de un año

Cuando llegó, recién nacida, era un mamotreto. Flaca, pálida y con tubos por todas partes, incluso sangraba por la boca. La cuidamos, la mimamos, a ella y a su madre, Carla, una sonriente joven de veinte y algo años de edad.  Heyli, estuvo en el hospital un par de meses. Luego, le dieron de alta. Su diagnóstico, o mejor dicho sus diagnósticos, fueron: anemia, seudo artrosis y displasia de caderas. La trataron, desde luego. Incluso la operaron, pero antes le pusieron un arnés ridículo; Heyli parecía un pericote amarrado con tiras de cuero. Luego de la operación, le enyesaron las caderas, para que no se mueva, ya que el arnés no había funcionado.  Carla y Heyli, estuvieron en Cusco nueve meses. Hicimos lo posible por brindarles un lugar dónde dormir (en la casa COMARU), dónde comer (en el CRIAR), dónde estar acompañadas por paisanas matsigenka, dónde acudir cuando se requería pañales, pañitos húmedos, víveres, pasajes, frutas y el antojito del pollo a la brasa. Gilber, el jefe d...

El día que me topé con una Chullanchaqui

Un pie o un pie soltero, sin pareja, eso quiere decir chullanchaqui. ¿Y el otro pie? ¿Cómo podría ser un solo pie? ¿Será pirata pata de palo? No. No es pirata ni anda con muleta, es un ser que tiene una pata de sajino y la otra de humano. El resto, todito, es igual a ti o a quien quiera. La gente Harakbut, conoce, como todas las gentes de la Amazonía, al Chullanchaqui, ese ser que, por joder o por jugar, se aparece al incauto, al desprevenido y al menso como si fuera una persona ligera y conocida, de confianza, cercana. Es un ser de reemplazo. Es como un auxiliar de colegio que funge de sabio profesor.  Como fuera, decía que la gente Harakbut lo conoce como Chullanchaqui, así como la gente punaruna lo dice, pero, en el fondo, digo yo, se trata de T’oto , ese ser maligno, temido y perverso que, a decir de los Harakbut, se aparece al incauto en media selva y le seduce, le arrastra, le lleva, le come, le devora, le pierde y le entierra. No hay más, mordiste el anzuelo.  Yo conoc...

Guerrear o querenciar

Poema.- Hay guerra en Ucrania y en la selva matan indígenas.  En los Andes recuerdan martirologios y en el mundo rige el capitalismo (el único régimen que involuciona de civilizado a salvaje). El extractivismo, el patriarcado y el economicismo echan mano de mi cuerpo. Mis manos están llenas de petróleo y consumismo. Escucho discursos, en quechua y castellano, en urarina y awajún, todos en pie de lucha. La Pachamama, la Madre Tierra y la Selva están vivas; son mujeres espoliadas. El cuerpo, la vida y las semillas están en pie de lucha. Los seres, entre vivas y hallallas ,  kausachun y kusas , están en pie de lucha.  Gritan con el puño arriba y la voz ronca. Cercan sus cuerpos, sus tierras y territorios.  Ponen el pecho y dan un paso adelante; indomables. Visten de colores blancos y rojos, cushmas y plumas, faldas negras y flores.  Vociferan en el micrófono y se ufanan de dolientes (aunque esconden una sonrisa). Pero ¿Cuánto podemos durar en pie de lucha? Se van...

Nacer matsigenka. Reseña del libro

Es un hecho que las autoras son las niñas, adolescentes, madres, abuelas y sabias parteras de la Comunidad Nativa de Camisea (distrito de Megantoni, provincia de La Convención, Cusco, Perú). La recopilación de los textos fue realizada por Brenda Araujo Salas, antropóloga que realiza sus estudios en la zona. Los dibujos y la traducción al matsigenka estuvieron a cargo de Yaquemilsa Matiashi Vicente, joven matsigenka de Camisea.  El libro te atrapa de inmediato. Es el diseño, el formato, los dibujos y los textos. Cuando recibí el libro me quedé sentado buen rato ojeándolo, atraído por las imágenes y emocionado por el alcance de la propuesta. Leerlo fue mucho más fácil todavía, porque los textos son cortos y sustanciales. El mensaje es concreto y aleccionador. Sin duda fue pensado para la mujer matsigenka. Aquí ella aprenderá -o recordará- qué hacían las antiguas en su transcurrir de ser mujeres, en la primera menstruación, en el embarazo, en el parto, en el post parto y en el cuidado...