Esos wayris [1] de pecho abierto y pies descalzos, armados con puntas de largo alcance, visionarios del tiempo y de las esencias, observaban agazapados en el monte a esa gente de rojo que invadía la selva ordenando a los ríos formasen remolinos y a las piedras muros y tambos. Habían conocido a los incas orientales. Más tarde vieron armaduras y caballos buscando el Paititi. Más tarde huyeron de las balas y cepos que recolectaban caucho. Más tarde conocieron biblias y machetes ofreciendo salvación y civilización. Con todos se enfrentaron, con todos trocaron, pero luego todos ellos se fueron. Hace muchos años, allá en ese pequeño poblado de sangre intemporal, Don Mariano nos deleitaba con sus cantos germinados en el bosque y en el río. Siempre de pie, con la mirada al cielo y la voz tersa, nos decía “les voy a cantar en mi lengua, como para 50 céntimos”. Así nos bromeaba a todos los que íbamos en busca de datos y experiencias académicas. Él sabía que íbamos por algo, no necesariame...