Esa conversación indujo a las preocupaciones como la mala digestión al vómito. Mal día para sacar al sol los sentimientos aprisionados en esta garganta desagradecida; ni siquiera tuve oportunidad para quejarme del clima como para disimular. Así fue que salió de sus labios esa pregunta que sentí avinagrada: ¿Por qué te preocupas tanto? ¿De qué te preocupas tanto? Y él mismo se respondió para hacérmelo saber: no me preocupa cuántos hijos tendré, sino oponerme a la fertilidad de la Naturaleza; no me preocupa la educación de mis hijos, sino las enseñanzas que deben poner en práctica; no me preocupa su profesión, sino que olviden la escuela del eterno aprendizaje; no me preocupa el alimento del día, sino dejar de nutrirme de la Fe; no me preocupa la falta de dinero, sino que se agote la bondad de la Providencia. Como podrás ver querido amigo –siguió hablando- me preocupo más de lo que debería.