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¡Ya sé por qué estás así!


Sin despertar del todo se levanta angustiada por la sensación de vacío. Cada mañana es así. Su mente está en torpe vigilia y su cuerpo adolorido por alguna razón que ella no entiende. Pero no hay tiempo para eso, hay que llegar al trabajo y lidiar con las preocupaciones, aunque por unos instantes, mientras va en camino, se pregunta en silencio ¿Por qué estaré así? Pero la respuesta siempre es otra.
Ante la presencia de la inesperada tragedia, emerge desde el laberinto de sus pensamientos una debilitada pero conocida voz que, ya casi sin aliento, le dice: ¡Ya sé por qué estás así!...
¡Ya sé por qué te duele la cabeza! Porque tus pensamientos imaginan preocupaciones que ni siquiera te pertenecen. ¡Ya sé por qué te duele el cuello! Porque no quieres voltear para resumir las cuentas y ver tu verdad. ¡Ya sé por qué te duele la espalda! Porque prefieres la certeza de tu desbalance a la aventurilla de estar en equilibrio. ¡Ya sé por qué te duele la rodilla! Porque quieres cargar con todo lo que no te corresponde. ¡Ya sé por qué te duelen los pies! Porque estás caminando a ciegas, sin fe. ¡Ya sé por qué no duermes! Porque estás atascada en esta vida y no quieres respirar sin saberlo. ¡Ya sé por qué tienes escalofríos! Porque tienes miedo a perder el mundo que has construido en base a ilusiones y apegos. ¡Ya sé por qué suspiras sin motivo aparente! Porque tienes tantos motivos que lo resumes en un comunicado de frustración. ¡Ya sé por qué te enfermas tanto! Porque reniegas del viento, de la lluvia, del calor, del barro. ¡Ya sé por qué siempre gritas! Porque no eres valiente para reconocer tus errores, para enseñar con los actos y aceptar tu silencio. ¡Ya sé por qué estás oscura y maltrecha! Porque una sonrisa puede hacerte perder el tiempo. ¡Ya sé por qué estás gorda y lenta! Porque la sazón favorita de tu alimento es la ansiedad. ¡Ya sé por qué estás ansiosa! Porque te crees tan importante que el universo confabula contra ti. ¡Ya sé por qué cojeas de vez en cuando! Porque no quieres aceptar tus pasos y cargar tus responsabilidades. ¡Ya sé por qué todo te sale mal! Porque no quieres darte cuenta que la buena fortuna eres tú y todo cuanto te rodea. ¡Ya sé el porqué de todo cuanto te pasa: tu cuerpo no puede aguantar lo que tu mente niega!.
Por primera vez sonrió consciente de su esperanza. Se dio cuenta que podía cambiar su vida sin esperar la última sentencia. Con voz propia, como renaciendo, se dijo: ¡Deja de caminar mirando el gris cuadriculado de tus pasos! ¡Deja de acariciar con devoción los sentimientos pasajeros y las cosas efímeras! ¡Deja de ingerir alegrías momentáneas! ¡Deja de hurgar entre tus tristezas, enojos y frustraciones! ¡Deja el fervor por la mentira, la calumnia y la hipocresía! ¡Deja de crecer con la desgracia ajena! ¡Deja de ser tu propio virus! ¡Deja de escapar de ti misma!

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