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Toledo, Humala y Castillo. Tres destellos de la utopía andina en el Perú

Sentipensar.-
La utopía andina, en mi mente, no es el regreso del Inka para subyugar a los neo conquistadores o restablecer un imperio perdido, sino más bien es la personificación de lo que significa ser un Inka...
¿Qué tienen en común Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Pedro Castillo? ¿Por qué mi mente -y mis sentimientos- trazan una misma señal cuando pienso en ellos? ¿Por qué cuando los veo por la tele mi palpitar es unísono? Me siento identificado con ellos -como millones de peruanos-, pero no por su posición política, que de hecho no comparto, sino porque su propaganda electoral activó en mí una fibra oculta que nace y renace.

En efecto, hablo de la utopía andina. Debo aclarar que no soy una persona que tenga la secuencia genética indígena intacta -creo que ningún peruano la tiene-, más bien soy un mestizo (nada errante) que está enclavado en los Andes del sur, embargado de Apus e historias del Cusco, el “ombligo del mundo”. Pero aún así, la utopía andina, esa fibra de rebelde esperanza, forma parte de mí.

Ejemplos de utopía andina en el Perú hay muchos: Gonzalo Pizarro en 1548, Juan Santos Atahuallpa en 1742, José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru II en 1780, los montoneros de Jauja en 1822, el general Rumi Maqui en 1915, Haya de la Torre en 1930 y Velasco Alvarado en 1979 (1).  ¿Conviene arrimar en esta honrosa lista a los ex presidentes Alejandro Toledo y Ollanta Humala, y al actual jefe de Estado, Pedro Castillo? Yo creo que sí, conviene, pero nada más como tres destellos inconsecuentes. Son tres señales que avizoran una final cantada.

Como dije, yo siento la utopía andina en mí -es una sutil vibración de cambio- pero hay que explicarla, porque para algunex el tiempo del pachakuti y el retorno de Inkarri es solo una relamida de escisiones, complejos y resentimientos. Bueno, la utopía andina nace como respuesta a los actos que ha sufrido el cuerpo y la mente de los vencidos: explotación, subyugación, exclusión, racismo, etnocidio, censura, violencia física y simbólica (como ejemplo literario, viene a mi mente la imagen de “El Nictálope” de Scorza (2). La respuesta natural andina ha sido, entre otras, el llanto resignado, pero con la esperanza de que en algún momento retornarán los buenos tiempos, donde el vencido será el vencedor (como ejemplo literario viene a mi mente la imagen de “el sueño del pongo” de Arguedas (3).

La utopía andina, entonces, es una esperanza de cambio que se vería reflejada -al menos idealmente- en la inclusión social, el disfrute de los bienes comunes, en la seguridad alimentaria, en el acceso a la salud, la educación, la electricidad, el internet, al agua potable y el saneamiento básico, a obtener justicia, a impedir el extractivismo o beber de sus beneficios modernizantes, a la autonomía territorial, a la sostenibilidad económica, a un ambiente sano y saludable, al ocio digno y perdurable, y a que no me digan “cholo de mierda” ni que yo escupa detrás del pituquito de Miraflowers. La utopía andina, en mi mente, no es el regreso del Inka para subyugar a los neo conquistadores o restablecer un imperio perdido, sino más bien es la personificación de lo que significa ser un Inka, es decir, esa fuerza vital que tiene una persona justa, honorable, compasiva, desprendida, reciprocal, cariñosa y multiespecífica (4). Una persona, o mejor dicho unas instituciones tutelares que ejecuten el asombro de la igualdad, la fraternidad y la equidad.

¿Por qué mi alma utópica no vibra cuando veo a otros personajes de nuestra farándula presidencial, como Alberto Fujimori, Valentín Paniagua, Alan García Pérez, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra? Debe ser, en primer lugar, porque su genética indígena está más alejada que la mía y, en segundo lugar, porque siempre los imagino con un aire neogamonal.

Abordemos, sin embargo, cada caso: Toledo, el “cholo terco”; Humala, el de la Gran Transformación; y Castillito, el Profe. ¿Por qué ellos sí rememoran en mí la realización de la utopía andina?

Toledo = Pachakuteq

Sin duda alguna Eliane Karp, la mujer de Toledo, creía más en su “Cholo Sagrado” que él en sí mismo. Toledo amaneció un día con el discurso del “pueblo de Cabana” y al día siguiente era ovacionado como Pachakuteq, el Inka decimonónico, el transformador del mundo. Pero resultó que Toledo tenía más de cholo ladino que de inca honorable. Cuando asumió el mando en Machupicchu, yo mismo quería ponerle la mascapaicha, el símbolo de la autoridad máxima. Un amigo cercano, indígena amazónico, le entregó las flechas y el arco inclinándose, como si Bagua (5) hubiera claudicado ante el Pamuk Awajún (6). En su momento, Toledo fue el “elegido”, el décimo pachakuti, el Inkarri personificado, pero luego de sus inconsistencias no pasó de ser un vulgar wiskero y mitómano. Dado que su mujer era la verdadera creyente, hizo más por los pueblos indígenas que el propio Toledo.

Humala = Etnocacerismo Nacionalista

Del radical linaje humalista, Ollanta resultó ser la parte tibia, es decir, ni chicha ni limonada. Antauro, el hermano mayor, era la punta de lanza y la fuerza de choque, mientras que Ollanta el armero, el que estaba detrás de las bambalinas etnocaceristas. Parece que Ollanta repitió el destino de Toledo, porque su mujer, Nadine Heredia, no solo era radical e intrépida, sino que además creía en sí misma, aunque no tanto en su marido. Nadine, como Eliane para Toledo, fue la Micaela Bastidas de Ollanta. Este binomio creó un nacionalismo espumoso, de “botas locas” (cito la canción de Sui Generis), amparado en las reservas etnocaceristas, esos licenciados mitad héroes y mitad forajidos que abandonaron su pólvora defensiva para convertirse en un altisonante discurso corrosivo, xenofóbico y homofóbico. Como fuera, las botas, al principio nacionalistas, terminaron por correr tras Odebrecht, la empresa constructora mais mafiosa do mundo. No recuerdo nada positivo de aquél gobierno, salvo la ley de consulta previa.

Castillo = Gobierno del Pueblo

Nadie conocía ni conocerá la dimensión de José Pedro Castillo Terrones. Hasta los científicos sociales patinan al respecto. No saben más que viejos reportes de periódico y alguno que otro testimonio de sus luchas sindicales. Para el SUTEP de Patria Roja, Castillo es un prófugo y un traidor, un amarillo. Sin embargo, cuando lo escuché hablar en el debate presidencial me sorprendió. Yo quería ser él. Me sentí aplacado por su sombrero chotano. “Profe -me dije- mi corazón late junto al tuyo”. Me sentí un niño, inocente, guiado por un discurso que ahora no recuerdo, pero que en ese momento lo sentí como mío. Sería la forma en que hablaba, sus dejos y motes solapados, su franqueza disimulada, su ropa de profesor rural de día a día. No importa, porque después de eso la gente consensuó de inmediato, en automático, sin premeditación. La gente se conectó en el aire, en el pensamiento, en el imaginario, sin necesidad de radio, televisión, redes sociales o encuestas aristocráticas. Hasta los selváticos, esos eternos hijitos de Alan y de Fujimori amamantados de populismo, apostaron por “su profe”. Creo que la gente amazónica no sentía lo mismo desde Juan Santos Atahuallpa. Creo que la gente quechua y aymara del sur peruano, quienes votamos en bloque, no habíamos visto nada igual desde Toledo y Humala. Decíamos “¡Ojota manda carajo!”.

¿Y Fujimori, Paniagua, Alan, Kuczynski y Vizcarrita?

Alberto Fujimori fue un extraño para la serpiente genética indígena, fue un “chinito” que era loco tecnología, loco antiterrorista y loco Vladimiro. Sus reformas estructurales, maquilladas de populismo y espectáculos televisivos chicha, solo acentuaron las desigualdades. La época de Fujimori fue una paz autoritaria para el beneficio de Telefónica del Perú. Sobre Valentín Paniagua, un cusqueño ilustre, solo diré que siguió el piloto automático dejado por Fujimori, aunque, entre otras cosas, creó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), pero aún así su estela de hijo de hacendado y su pinta de político tradicional pesaban más que su rostro manso y complaciente. De Alan García ni se diga, su única virtud es que hablaba mejor que Toledo y por ello era capaz de convencerte por más resistencia genética que ponías. Alan pateaba al incauto por la espalda (7) y calificaba de “perros del hortelano” a los indígenas (8). Alan, sin duda, era la antítesis de la utopía andina. Respecto a Pedro Pablo Kuczynski ni se diga, era un gringo y con eso se dijo todo. Es más, caía mal, porque era un elitista tratando de remedar las formas del pueblo. Finalmente, Martín Vizcarra, o Vizcarrita, pues sí, era provinciano, serrano, pero no del pueblo. Él nos guio durante la pandemia, nos alentó, sentí su liderazgo, pero al final sucumbió ante el vacunagate (9), dejando al pueblo a su suerte. Con él, los últimos no fueron los primeros, sino que los primeros siempre fueron los primeros.

En conclushon

La utopía andina sigue vigente. Toledo, Humala y Castillo son a penas destellos, muestras, señales, iniciativas, primeros pasos y radicales libres que tuvieron corta vida. Aunque han fracasado -o nos han decepcionado-, los tres son la antesala de algo que vendrá, que sucederá le duela a quien le duela. La utopía andina es un sentimiento de reforma, de cambio, de “voltear la tortilla”. No es una ilusión ni algo irrealizable, ya no. Es una realidad y lo será más todavía tarde o temprano. El indio, con o sin socialismo, capitalismo, comunismo, indigenismo u ONGs, volverá a mandar, pero ya no como un torpe y resentido, sino como una verdadera fuerza vital, un verdadero Inka o Enqa.

Solo espero que su personificación no sea un vómito de incapacidad, oscurantismo y revancha. Solo espero que no sea un indigenismo cerrado, intolerante y conservador. Espero que sea un indigenismo mestizo, no de sangre, porque este ya se fabricó, sino uno que amestice la equidad, la comprensión, la convivencia, la solidaridad, la reciprocidad, las religiones, la hospitalidad, el perdón y la vida digna. Yo quiero una utopía andina en donde el Sapan Inka lave los pies de sus servidores.

(1) Ver el libro de Alberto Flores Galindo (1986/1994), Buscando un Inca. Identidad y Utopía en los Andes. Editorial Horizonte.

(2) Ver el libro de Manuel Scorza (2002/2016), Redoble por Rancas. Ediciones Cátedra. “El Nictálope” es el apodo de Héctor Chacón, el personaje central de la novela, quien, embriagado de una revancha generacional, busca liquidar a Francisco Montenegro, un juez sinónimo de injusticia.

(3) Ver el cuento de José María Arguedas, titulado “Pongoq mosqoynin (Qatqa runapa willakusqan). El sueño del pongo (la historia del hombre de Qatqa)”, del libro Obras Completas I. Editorial Horizonte. El pongo es un hombre insignificante y mísero en esta vida, pero que en las orillas del paraíso recibe la redención del mismito Dios: lamer la miel untada en el cuerpo de su patrón. En cambio, su patrón, pedante y abusivo en vida, recibe el encargo divino de lamer la mierda untada en el cuerpo del pongo, por toda la eternidad.

(4) Con multiespecífico me refiero a que el ser humano es una especie biológica más, y no la suprema. Un hombre “multiespecífico” trasciende a su condición biológica y configura su ser en relación a las demás especies y seres del universo. Ver los siguientes artículos: Kirksey y Helmreich (2010) "The emergence of multispecies ethnography", publicado en la revista Cultural Anthropology, Vol. 25, Nº 4, páginas 545—576; Fuentes y Kohn (2012) "Two Proposals", en la revista Cambridge Anthropology, vol. 30, Nº 2, páginas 136–146.

(5) Me refiero a los lamentables sucesos ocurridos en Bagua, departamento de Amazonas, el año 2009, donde murieron indígenas amazónicos y policías tras un enfrentamiento conocido como el Baguazo.

(6) Pamuk, en el idioma de la gente Awajún de la Amazonía peruana quiere decir líder, autoridad y, en este contexto, presidente.

(7) Me refiero al puntapié que le propinó Alan García a Jesús Lora, un fan que cometió el error de ponerse al frente de Alan durante una marcha. Esto ocurrió en julio de 2004.

(8) Ver el artículo periodístico de Alan García Pérez (2007, octubre 28) "El síndrome del perro del hortelano", publicado en el periódico El Comercio de Lima. El tema se convirtió en una saga. El periódico publicó dos ensayos adicionales en noviembre de 2007 y marzo de 2008.

(9) Vizcarra y su séquito se vacunaron contra el COVID-19 antes que todos y todas, sin decir nada a nadies. A esto se llamó el vacunagate.

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