En una de esas amenas reuniones estimuladas por las historias y el masato, allá en la comunidad nativa wachiperi de Queros, una anciana me contó que cuando los blancos llegaron al valle de Kosñipata ofrecían hachas a los wachiperi, argumentando que si las sembraban pronto crecerían. Obedecieron confiados, mas, obviamente, las hachas nunca crecieron. Aunque al finalizar esta historia la anciana soltó risas, sentenció una verdad inminente: “aún estamos esperando que las hachas crezcan”. Hoy en día muchas de estas historias toman forma cuando analizamos la relación entre las instituciones culturales y los pueblos indígenas amazónicos. Básicamente, esta relación está pautada por una serie de coincidencias y controversias.
Según el “Directorio de la Cultura y las Artes en el Perú – 2006”, publicado Instituto Nacional de Cultura y la Organización de Estados Iberoamericanos, las instituciones culturales son organismos que desempeñan formal y explícitamente una función cultural definida, ya sea de formación, promoción, difusión, fomento o comercialización, y que además poseen cierta infraestructura para llevarla a cabo. Esta definición abarcaría una amplia gama de organizaciones, pero solo me concentraré en aquellas que tienen un impacto directo en la construcción cultural de los pueblos indígenas amazónicos del suroriente peruano: Instituciones Educativas Básicas y Superiores (Ministerio de Educación), Gobiernos Municipales, Gobiernos Regionales, Direcciones Desconcentras de Cultura (Ministerio de Cultura), Ministerio del Ambiente, Organizaciones o Federaciones Indígenas y diversos Grupos Culturales (danza, música, poesía, etc.). Debido a su impacto en el ámbito amazónico como los nuevos promotores de la cultura indígena, incluyo además a las Industrias Extractivas formales, a las organizaciones conservacionistas de la naturaleza y a las empresas de turismo.
La definición de “pueblos indígenas” está ampliamente desarrollada en el “Estudio del Problema de la Discriminación contra las Poblaciones Indígenas”, que José R. Martínez Cobo preparó como Relator Especial de la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías de la ONU, el año 1986. Un extracto de esta definición aparece en el Convenio 169 sobre “Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes”, aprobado por la OIT en 1989, así que no redundaré en el tema. Eso sí, en el suroriente peruano, que incluye las regiones de Ayacucho, Apurímac, Cusco, Madre de Dios y Puno, hay 19 pueblos indígenas amazónicos agrupados en cinco familias lingüísticas. La familia Arawak incluye a los matsigenka, nanty, kugapakori, ashaninka, kakinte y yine. La familia Pano a los amahuaca, nahua, yora y shipibo. La familia Harakbut a los arakbut, wachiperi, arasaeri, sapiteri, kisamberi, toyoeri y pukirieri. La familia Tacana a los Ese Eja, y la familia Quechua a los kichuaruna. Cabe resaltar que estos pueblos no solo presentan grados de diferenciación cultural, sino también grados de relación con la sociedad moderna y, por ende, con las instituciones culturales.
Propongo el siguiente ejercicio antes de explicar las coincidencias y controversias: Si al evaluar el desempeño de las instituciones culturales en relación a los pueblos indígenas consideramos las variables “conservación de la cultura”, “compromiso con los pueblos indígenas”, “continuidad de las acciones de conservación”, “resultados o productos concretos en favor de la cultura indígena”, “seguimiento y evaluación de esos resultados y acciones” y “apoyo en las reivindicaciones indígenas”, y si además les damos un puntaje a estas variables en el rango de 1 a 3, en donde uno indica “desempeño óptimo”, dos “regular” y tres un condescendiente “necesita mejorar”, observaremos que algunas instituciones culturales están más cerca de los pueblos indígenas y otras lejos (ver gráfico). Una rápida mirada nos alertará que las instituciones culturales privadas están más cerca a los pueblos indígenas que las instituciones públicas. No indagaré al respecto, ya que por ahora me interesa precisar que las instituciones culturales cercanas a los pueblos indígenas tienen más coincidencias con éstos, y a la inversa, las instituciones alejadas tendrán mayores controversias.
Según el “Directorio de la Cultura y las Artes en el Perú – 2006”, publicado Instituto Nacional de Cultura y la Organización de Estados Iberoamericanos, las instituciones culturales son organismos que desempeñan formal y explícitamente una función cultural definida, ya sea de formación, promoción, difusión, fomento o comercialización, y que además poseen cierta infraestructura para llevarla a cabo. Esta definición abarcaría una amplia gama de organizaciones, pero solo me concentraré en aquellas que tienen un impacto directo en la construcción cultural de los pueblos indígenas amazónicos del suroriente peruano: Instituciones Educativas Básicas y Superiores (Ministerio de Educación), Gobiernos Municipales, Gobiernos Regionales, Direcciones Desconcentras de Cultura (Ministerio de Cultura), Ministerio del Ambiente, Organizaciones o Federaciones Indígenas y diversos Grupos Culturales (danza, música, poesía, etc.). Debido a su impacto en el ámbito amazónico como los nuevos promotores de la cultura indígena, incluyo además a las Industrias Extractivas formales, a las organizaciones conservacionistas de la naturaleza y a las empresas de turismo.
La definición de “pueblos indígenas” está ampliamente desarrollada en el “Estudio del Problema de la Discriminación contra las Poblaciones Indígenas”, que José R. Martínez Cobo preparó como Relator Especial de la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías de la ONU, el año 1986. Un extracto de esta definición aparece en el Convenio 169 sobre “Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes”, aprobado por la OIT en 1989, así que no redundaré en el tema. Eso sí, en el suroriente peruano, que incluye las regiones de Ayacucho, Apurímac, Cusco, Madre de Dios y Puno, hay 19 pueblos indígenas amazónicos agrupados en cinco familias lingüísticas. La familia Arawak incluye a los matsigenka, nanty, kugapakori, ashaninka, kakinte y yine. La familia Pano a los amahuaca, nahua, yora y shipibo. La familia Harakbut a los arakbut, wachiperi, arasaeri, sapiteri, kisamberi, toyoeri y pukirieri. La familia Tacana a los Ese Eja, y la familia Quechua a los kichuaruna. Cabe resaltar que estos pueblos no solo presentan grados de diferenciación cultural, sino también grados de relación con la sociedad moderna y, por ende, con las instituciones culturales.
Propongo el siguiente ejercicio antes de explicar las coincidencias y controversias: Si al evaluar el desempeño de las instituciones culturales en relación a los pueblos indígenas consideramos las variables “conservación de la cultura”, “compromiso con los pueblos indígenas”, “continuidad de las acciones de conservación”, “resultados o productos concretos en favor de la cultura indígena”, “seguimiento y evaluación de esos resultados y acciones” y “apoyo en las reivindicaciones indígenas”, y si además les damos un puntaje a estas variables en el rango de 1 a 3, en donde uno indica “desempeño óptimo”, dos “regular” y tres un condescendiente “necesita mejorar”, observaremos que algunas instituciones culturales están más cerca de los pueblos indígenas y otras lejos (ver gráfico). Una rápida mirada nos alertará que las instituciones culturales privadas están más cerca a los pueblos indígenas que las instituciones públicas. No indagaré al respecto, ya que por ahora me interesa precisar que las instituciones culturales cercanas a los pueblos indígenas tienen más coincidencias con éstos, y a la inversa, las instituciones alejadas tendrán mayores controversias.
¿En qué coinciden instituciones culturales y pueblos indígenas amazónicos? En dos aspectos. Primero, en una visión práctica, cortoplacista y semi-paternalista de la conservación de la cultura. Hoy en día ningún indígena amazónico se cree el cuento de que las hachas van a crecer, así que ya no obedecen a propuestas culturales de largo plazo. Mientras que las instituciones culturales –sobre todo las privadas- buscan fortalecer su licencia social y presentar una imagen limpia en el exterior mediante acciones de conservación, los indígenas reciben dinero en efectivo por elaborar los insumos o por participar de dichas acciones. El punto es que instituciones culturales y pueblos indígenas han aprendido a negociar beneficios inmediatos. Segundo, la imposición por parte de las instituciones y la aceptación por parte de los indígenas de políticas y acciones culturales pautadas y formuladas desde una élite intelectual externa al ámbito indígena. El discurso del profesional, como autoridad en temas de cultura, se ha instaurado como pauta dominante y legitimada.
¿Cuáles son las controversias o los aspectos que distancian a las instituciones culturales de los pueblos indígenas? Son varios. Primero, la exacerbada posición ideológica inca-centrista de las instituciones culturales. En otras palabras, estas instituciones solo realizarán intervenciones culturales en pueblos indígenas que hayan tenido una relación o cercanía histórica con lo “Inka” y su “arquitectura monumental”. Un ejemplo claro es la extensión del Programa Qhapaq Ñan hacia el oriente peruano. Segundo, la tendencia de las instituciones culturales por conservar el statu quo de la cultura y la identidad indígena. Mientras los pueblos indígenas avanzan hacia la transformación de sus valores e identidad ancestrales, las instituciones culturales los condicionan a retroceder, y no retroceder significa indiferencia institucional. Tercero, la promoción de la cultura indígena en entornos externos a los propios indígenas. Al respecto conocí un indígena harakbut que se negaba a compartir sus conocimientos tradicionales con los promotores culturales porque había notado que éstos los utilizarían para fines personales o en todo caso sus instituciones los difundirían en espacios urbanos, donde todo quedaría vergonzosamente tergiversado. Para él, la forma de conservar su cultura era no difundirla a extraños. Cuarto, las acciones de conservación cultural van a espaldas de las reivindicaciones indígenas. Estas acciones son autónomas, desarticuladas y hasta contradictorias con los intereses coyunturales e históricos que persiguen los pueblos indígenas hoy en día. Las instituciones culturales no escapan del determinismo cultural cuando las poblaciones indígenas exigen demandas integrales.
En conclusión, instituciones culturales y pueblos indígenas coinciden por la necesidad económica inmediata de los pueblos indígenas y por la ausencia de una real práctica intercultural, consentida y consensuada por parte de las instituciones. Así también, divergen o se distancian por incompatibilidad de intereses ideológicos y prácticos. Propongo cambiar de perspectiva. Primero, conservar la cultura indígena, no para petrificarla, sino para que el indígena se reconozca y también se redefina. Segundo, la transformación cultural indígena, en proceso permanente, debe darse en un contexto de reconocimiento por parte del Estado y con dignidad alcanzada por el propio indígena. Tercero, y reiterativo en el actual contexto político, las instituciones culturales deben comprender y defender los intereses indígenas. Finalmente, las instituciones y sus profesionales deben ingresar al mundo espiritual indígena –o al menos promoverlo-, y los indígenas deben retomar este mundo, porque solo así comprenderán el Ethos amazónico, su versatilidad, su proyección y su gran capacidad de adaptación. Ingresar a esta mundo implica alinearse con sus plantas sagradas: la Ayahuasca, el Toe y el Tabaco.
Comentarios
Publicar un comentario