"Alabado seas mi Señor porque la abundancia está a nuestro alcance". Sin duda alguna esta sería la oración más pronunciada por la gente que depende del bosque y del río amazónico. La naturaleza es tan bondadosa en esta parte del planeta que todo abunda, agua, árboles, vegetación, animales, insectos, etc. El indígena lo sabe, pero no levanta la voz, simplemente la pone en práctica mientras cultiva, caza o pesca. Por ello considero de que la encíclica Laudato si -alabado seas-, del Papa Francisco confirma la perseverancia de este sentimiento-actitud entre la gente del bosque y del río, pero también pone en evidencia la superposición de un sistema perverso que tiende a reponer la ambición, el lujo, los excesos y el falso confort en vez de la dignidad y el bienestar humano. Es tan fuerte su inercia que incluso afecta a la naturaleza, que como madre amorosa, acepta en silencio el despojo de sus equivocados hijos.
Esta cruda realidad se manifiesta en la explotación de tres recursos abundantes -más no imperecederos- de las selvas amazónicas: madera, oro aluvial y gas. Gracias al Centro Cultural José Pío Aza y al Secretariado de Misiones de la Provincia Dominica de España, tuve la oportunidad de visitar el pequeño poblado de Sepahua, donde la extracción de madera está tomando formas industriales debido a la gran demanda internacional. También observé la explotación de oro aluvial en los alrededores del poblado minero de Boca Colorado. Aquí la vida es desgarradora al igual que la imagen del suelo tras el proceso extractivo. Pero no todo es desalentador. Por ejemplo, el proyecto de Gas de Camisea, que obviamente tiene varios rostros, ha estimulado una inversión responsable en la comunidad indígena de Cashiriari, aunque ello no opaca los bajos niveles educativos y la precariedad de los sistemas de salud que se reflejan en todo el ámbito del proyecto gasífero. Así pues, madera, oro y gas son tres imágenes distintas de un mismo hilo conductor, el consumo desmedido.
Cabe resaltar que en todos estos lugares de la selva amazónica peruana tienen particular injerencia los misioneros de la Orden de Predicadores. Son gente comprometida con el desatendido, con el excluido, con el que sustenta lo indeseable. Son la parte de la balanza que esgrime justicia, equidad y trato digno ante el embate desproporcional de las actividades extractivas. Son profetas de la solidaridad y defensores de la dignidad humana. Pero su vitalidad está disminuyendo por la falta de vocaciones sinceras.
Por otro lado, al visitar estos lugares no sólo he palpado el legado de los misioneros dominicos, sino que además logré observar las bases que sustentan nuestro confort. Sí, hay gente que está dispuesta a negociar su honor, su dignidad y reproducir discursos inverosímiles con tal de satisfacer nuestra placentera forma de vida. De hecho es gente desconocida para nosotros. No nos importan porque están lejos. Incluso los culpamos por lo que hacen a sabiendas de nuestra responsabilidad. La encíclica de Francisco es una luz en este escenario, porque llama al consenso que todos debemos forjar para resguardar la casa común sin que unos exploten a otros en detrimento de la hermana naturaleza. En pocas palabras "alabado seas mi Señor porque tu abundancia nos llega a todos".
Comentarios
Publicar un comentario