Talvez los pueblos amazónicos “aislados” sean el mayor misterio social del siglo 21. Lo único que sabemos con certeza es que atacan a las personas que “pasaban por allí”. Los titulares de la prensa estallan con fotos de las flechas de los “mashcos” o testimonios de los familiares de las víctimas. La foto oficial de la noticia es un hombre “calato” con bigote y un corte de pelo futurista. Las redes sociales estallan criticando a quienes intentaron invadir a los “aislados” mientras hacen apología de “su territorio prístino”. Las entidades del Estado encargadas del asunto tropiezan con sus argumentos y solo se gastan en “coordinaciones”, sin mostrar salidas concretas.
El público sigue intrigado y dado que es un misterio lo que pasa por la mente de los “aislados”, el campo de las especulaciones es fértil y sugerente: “Los aislados defienden su territorio”, “los aislados quieren seguir aislados, rechazan el contacto”, “los aislados están en pie de lucha por el genocidio del caucho”, “los aislados no olvidan las correrías y razias que promovieron los hacendados wiraqochas y los madereros”, “los aislados atacan los poblados matando a la gente y robando machetes y ollas”, “los aislados no tienen un lugar establecido, recorren la selva cazando y pescando”.
Todo lo que sabemos de los aislados, proviene, sin embargo, de las “víctimas”, de los “atacados”, de los “agredidos”, de quienes tienen el verbo y la palabra para decir “esos irracionales me han flechado sin razón alguna”. A partir de estos testimonios dichos a conveniencia, ya que no hay parte que la contradiga, es decir, no hay “aislados” que den su versión, la prensa y las organizaciones indígenas empiezan a sensacionalizar los hechos, asegurándose de que uno de los estigmas más poderosos creados por ellos siga vigente: los “aislados” quieren seguir “aislados” en su territorio “aislado”.
Por el lenguaje que uso, ya se habrán dado cuenta de que estoy de acuerdo con el contacto. Pues sí. Pero en estos momentos de sensasionalismo mediático, decir esto es casi un pecado capital. Igual lo afirmo, ya que no creo que el mejor juez sea una gran masa de ciudadanos vistiendo jean y camisa fashion, cómodamente aderezados por la tecnología celular y sus computadoras portátiles, con proclive inclinación ansiosa a las redes sociales, algo que, desde luego, no tiene nada de íntimo ni aislado.
Así que reitero mi posición. Estoy de acuerdo con el contacto, pero con el contacto con fines pacíficos. (Nunca llegué a entender eso del “contacto controlado”, que me parece la típica frase dubitativa: “sí, pero no”, “entra, pero luego vete”. Quienes propusieron esta estrategia no se deciden, tienen miedo a los jueces citadinos).
Yo hablo de un contacto directo, certero, amigable, reciprocal, permanente; no uno basado en el miedo y el terror, razones que fueron enarboladas sádicamente por los caucheros y hacendados del siglo pasado y que ahora firman los madereros, los narcoterroristas y algunos indígenas “civilizados” de las comunidades nativas aledañas al territorio de los “aislados”. Propongo un contacto que acabe con el círculo de la venganza y el miedo, con la persecución y la esclavitud. Propongo y sugiero un contacto para la pacificación, para el entendimiento mutuo, para la inclusión del indígena a los privilegios más loables de la modernidad.
¿Ustedes creen que es virtud del mashco estar en permanente estado de beligerancia? ¿Ustedes creen que el gen de la guerra está metódicamente instalado en el mashco por el hecho que es indígena? Si su respuesta es afirmativa, no solo les diré que su conocimiento de los indígenas amazónicos es obtuso, sino que además es desalentador. ¿Acaso ellos no han demostrado que quieren contactarse, bajando a los poblados o solicitando comida en las playas de los ríos? Es por ello que la idea de contacto directo, de pacificación, no es mía, sino que más bien es una propuesta suya. Más que una propuesta, es una evidencia fáctica. Ellos apuntan hacia el contacto, están tratando de reciprocar solicitando comida y medicinas, herramientas y diálogo. Nada de flechas ni amenazas. O sea, cuando por fin tenemos su versión de los hechos clarificados en sus actitudes, resulta que damos la vuelta y reposamos nuestra posición en los argumentos de los indigenistas adictos al facebook.
El día en que los mashcos y el público sensato tomen asiento en la misma mesa, y dialoguen, y se escuchen, y ejecuten acuerdos, ese día señores y señoras, ese día será el día de la pacificación. Ese día, sin duda, marcará el inicio de la única forma certera de preservar al hombre detrás del “aislado”. ¿Cómo puedo saber esto? ¿Por intuición, por fe, por esperanza, por un deseo, por certeza? No tengo muy desarrolladas estas habilidades, pero sí puedo hablar por experiencia, porque así sucedió con los Harakbut y Ese Eja del río Madre de Dios a mediados del siglo 20, y así sucede hoy en día con los nahuas de Serjali contactados en la década del 80, y con los nanty-matsiguenka del río Camisea, contactados en los años 90.
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