Capítulo I
Así éramos
Soplábamos con el viento nuestros deseos al infinito. Llegaban los dones en abundancia, traídos por seres compasivos que oían nuestros ícaros. La intuición era perfecta y nuestra fe infalible. Los Grandes Espíritus Fantásticos convivían con nosotros en visiones coloridas. Nos hablaban, nos guiaban, nos daban la pauta en los asuntos desconcertantes. Su mensaje siempre fue la vida, la continuidad, la permanencia, la intemporalidad. Sí, no había tiempo, porque nosotros lo éramos. No teníamos rencores, recelos, ni enemistades, porque sabíamos olvidarlos rápidamente, es decir, no les dábamos tiempo. Vivíamos en el presente. El tiempo no era nuestro enemigo, era nuestro esclavo, no porque lo aprisionábamos, sino porque se rendía a nuestro buen humor, a nuestra gracia, a nuestro encanto imperecedero. Así era antes de ustedes, así era la Presencia, la manifestación del Gran Todo Poderoso Ser que nos creó y que nos condujo a la liberación de estas tierras, de este bosque y de este río.
Capítulo II
Así llegaron
Vinieron vestidos del blanco que reluce en los nevados, con fondo negro, como las noches silenciosas de los cerros. Bien abrigados, como si el frío de nuestra tierra fuera vuestro enemigo. Pero, como buenos Predicadores, rápidamente encendían su palabra con el Pan y el Vino, con las enseñanzas del Cristo, el Hijo Amado, Jesús. Él llegó a nosotros a través de ustedes, porque no lo conocimos directamente como a nuestro Creador; ustedes nos hablaron de Él como el Único, el Salvador, el Redentor. Su imagen, su sacrificio y sus milagros nos atornillaron en las bancas de las misas. Su escandalosa crucifixión atenuó nuestros dolores magros. Su compasión, su amor al prójimo, su sabiduría en el día a día, su eficacia a la hora de tratar con sus enemigos y amigos, su Verbo, su Mensaje, su Padre Nuestro, todo ello tocó nuestros espíritus en lo más hondo, pero no fuimos convertidos. Asumimos su doctrina como un ejemplo, no único, sino revelador, aleccionador, justo, sí, justo lo que necesitábamos para seguir avanzando en ese momento.
Capítulo III
Así estamos
La Gran Madre Tierra Pachamama y el Gran Apu Illa Tecsi Wiraqocha Pachayachachiq residen en nuestros genes, son innegables. Poseen nuestro espíritu, habitan en el corazón de nuestro origen, en la infinita memoria del recuerdo, en lo más profundo. ¿Cómo podríamos haber descarnado tal herencia? Ningún destino pudo haberla mellado. Trabajo inútil para ustedes, más aún para nosotros que vivimos en el ayer, en las enseñanzas de la tierra, en el luminoso reflejo del río y en el aroma del viento. Pero también, oh Frailes, el Cristo nos une, nos alecciona, nos bautiza con su Gracia. Rezamos. Oramos. Padrenuestreamos. Avemariamos. Decimos el Credo. Visitamos las grutas, las Iglesias y las Catedrales. Ponemos el diezmo. Alabamos al Taytacha Temblores. Saboreamos El Cuerpo que llaman Eucaristía. Luego nos acercamos al Wiraqocha, le ofrecemos hojas de coca, le rezamos y nos vamos revitalizados. Con un canto alegre en el corazón sobrevivimos, ustedes y nosotros, en un espacio, en un círculo.
Capítulo IV
La Gran Reconciliación
Gracias, sí, gracias, por vuestras enseñanzas, por vuestra estructura, su teología, sus interpretaciones, por la Biblia, por el Nuevo Testamento, la Buena Nueva. Gracias por el Taytacha y la Mamacha Belen. Gracias por todas las razones que han dado a nuestro caminar, pensar y decir. Gracias por su brazo amigable y fraterno. Gracias por sus repetidas lecciones en la escuela y en el Púlpito, por sanarnos el corazón con pastillas, por decirnos qué hacer y qué no hacer en este mundo que ustedes conocen y que nosotros apenas comprendemos. Gracias por sus buenas intenciones. Perdonados también están quienes azotaron la inocencia y las manos libres. Perdonados están por tratarnos de pecadores sin ni siquiera haber entendido con exactitud qué es el pecado, o si esa palabra existe o pudiera existir. Perdonados, perdonados, todos, todas, cada uno, desde la cabeza hasta los pies, desde el Pontífice hasta el monaguillo, desde el que Padeció hasta el que usurpó. Sí, y perdónennos, sí, por favorcito, perdónennos nuestra hipocresía, nuestra alevosía oculta y disimulada. Perdónennos nuestro renegar infame e inútil. Perdónennos nuestra doble cara, el “sí” frontal y el “no” en la espalda. Perdónennos, por favorcito, perdónennos, porque no sabremos qué es el pecado, pero sí sabemos exactamente qué es perdonar y ser perdonados.
Capítulo V
Esto nos espera
Hermanados, juntos, como guerreros cósmicos reconciliados que van a la batalla contra el enemigo mortal, la muerte cósmica, que es el fin de las lecciones, la desaparición de los Preceptos, la animadversión por la vida, por el respeto, por la fraternidad, por la bondad, por el amor, por la contemplación, por la disciplina, por la paciencia, por la voluntad y por la fe. Sí, ese enemigo, ese demonio, ese Satanás, ese Lucifer que no está en la mujer, ni en el prójimo, ni en los alrededores, no. Ese saqra que ataca la conciencia de uno, llevándola al desgano, al egoísmo, a la acumulación, a la prebenda, al aprovechamiento, a la envidia, a la mentira, a la perversión de la verdad, al sarcasmo, a la ira y al miedo, sí, ese Satanás que vive en uno y no en otros. Sí, vivamos hermanados, de la mano, celebrando la Misa y la Messa. Cantando las alabanzas y los ícaros cosmonáuticos. Rezando y soplando. Sahumeando y tabaqueando. En Retiro y Ayahuasqueando. Bautizando y bañándonos en las lagunas más gélidas. Orando y meditando. No, no en el Qorikancha, que significa mucho para nosotros y que aún nos inspira, sino en el infinito sabor del presente, en el infinito interior de uno mismo.
Capítulo VI
La verdadera unción
Pero la hermandad real no será en el rito, sino en el mito, en la teología, en la interteología. Sí, hermanados con Cristo y los Grandes Espíritus Sanadores. Comprendan, compréndannos, comprendámonos. Cristo es una parte del Universo, no es el Todo pero es hijo del Todo. El Todo está a nuestro alcance, en la visión, en el emérito conocimiento del más allá. Cada ser posee un espíritu, que es Santo, que es Padre, que es Hijo. En cada cerro se manifiesta una fuerza, un hechizo, un carácter benevolente, complaciente, sólido, sanador, como el Cristo, el Hijo del Hombre. Sí, todos venimos de una Madre, ejemplar e inmaculada, que nos acoge y nos alimenta, así es Pachamama, la Madre Cósmica, así es María, la Virgen, la toda pulcra, la del vientre bendito. Sí, el Señor Dios es único, imperecedero, inmenso, infinito, inefable. Es Jehova, que es Dios, que es Wiraqocha, que es el Todo Poderoso, nuestro Creador, nuestro Hacedor, nuestro Formador, nuestro principio y fin. ¿Por qué han de subsistir explicaciones inextricables al respecto?
Capítulo VII
Oración
Derrama oh Gran Señor Todopoderoso, Cristo Eterno, tu gracia en estos tus hijos e hijas que, tan distintos, empiezan a crecer como maestros emparentados: cristianos, andinos, pastores, altomisayocs, sapan incas, frailes, padres, madres, hermanas, kuraq akulleqs, pampamisayocs, shamanes, sanadores, terapeutas, todos, todas, refulgentes, diciendo tu nombre arrodillados, con el pecho abierto y el corazón franciscano.
Comentarios
Publicar un comentario