Ensayo corto.-
El indígena ligado a un territorio es un tópico muy común en nuestro medio. Nace de la postura de que, tarde o temprano, el ser humano genera un vínculo afectivo con el ambiente que le rodea. Por ejemplo, una tierra que al principio es incógnita, con el tiempo se convierte en “mi territorio”.
Es una idea elemental y consecuente. Elemental porque si me proveo de los dones del lugar, entonces surgirá el arraigo. Consecuente porque con el tiempo construiré un sistema de interpretación que me permitirá sobrevivir en ese nuevo mundo.
Esta conducta, este proceder, es inmanente al ser humano. Es decir, va unido de forma inseparable a su esencia. O sea que, cuando la gente indígena sale de su “territorio ancestral” a las ciudades, sea cual fuere el motivo, tarde o temprano termina por territorializar el nuevo escenario. Tarde o temprano termina por arraigarse, sentirse parte de, ser uno con.
Sí, es un proceder elemental y consecuente, pero la magia sucede cuando las interpretaciones acumuladas en el “anterior arraigo” precisamente “se arraigan” en el nuevo territorio, transformándolas. Por ejemplo, las ideas que tenía de donde vine, también se pueden aplicar donde estoy ahora, incluso puedo agregar nuevas ideas o deshacerme de algunas que aprendí.
Tengo dos ejemplos para ilustrar este proceder.
El primero procede de un indígena nacido en la ciudad. No habla el idioma materno, pero manifiesta en todo momento los principios que ha bebido de sus padres. Para ello, utiliza la tecnología moderna y el castellano. No tiene la etiqueta convencional de “indígena”, porque no lleva la vestimenta típica ni habla su idioma materno. Pero me confiesa que se siente tan “chuncho” como los paisanos que dejó. Debe ser porque lleva consigo la práctica shamánica heredada de sus padres, de donde asimila los secretos de la convivencia intemporal. Ese es otro tema.
El segundo ejemplo procede de una mujer indígena. Sale de su comunidad con su familia. Está gestando un niño. Su objetivo es estudiar en una universidad intercultural. Lleva consigo la vestimenta, el idioma, la forma y el aspecto “indio”. La ciudad es otro mundo y la universidad, por más intercultural, un terreno incógnito. Da a luz a su hijo. Pide permiso para enterrar la placenta del niño en el campus universitario. Este ritual liga al niño no a la tierra, sino al nuevo territorio. Durante la ceremonia, la madre instruye a la placenta, que es parte del niño, a guardar los principios fundamentales de convivencia que ella aprendió de sus padres. “Ha nacido un nuevo universitario” -me dice.
Yo creo que todo desarraigo tiene un tiempo. Cuanto más apego, es más extenso. Cuanto más disconforme, es más difícil sobrellevarlo. Cuanto más dubitativo, hay más perdida que aporte.
Podría decir que el territorio anda con uno mismo. Quiero decir que las ideas concebidas sobre mi territorio son parte de mi maleta de viaje. Si viajo con la familia, mucho mejor, porque puedo recurrir a ellos en caso de inestabilidad o para reconfortarme. No olvido que, en mi familia, en mi comunidad, fue donde construí mi arraigo primordial. Donde está mi familia, allí está mi territorio.
Tarde o temprano florece el arraigo y las etiquetas desaparecen. Prevalece la subsistencia y la continuidad de los principios fundamentales, siempre y cuando se cultiven, sin importar el tiempo y el lugar. Este es un proceder elemental y consecuente.
Cusco, 06 de agosto de 2020.
(Foto: fragmento de la pintura de Atengary Martín Coty, Cusco, Perú).
Es una idea elemental y consecuente. Elemental porque si me proveo de los dones del lugar, entonces surgirá el arraigo. Consecuente porque con el tiempo construiré un sistema de interpretación que me permitirá sobrevivir en ese nuevo mundo.
Esta conducta, este proceder, es inmanente al ser humano. Es decir, va unido de forma inseparable a su esencia. O sea que, cuando la gente indígena sale de su “territorio ancestral” a las ciudades, sea cual fuere el motivo, tarde o temprano termina por territorializar el nuevo escenario. Tarde o temprano termina por arraigarse, sentirse parte de, ser uno con.
Sí, es un proceder elemental y consecuente, pero la magia sucede cuando las interpretaciones acumuladas en el “anterior arraigo” precisamente “se arraigan” en el nuevo territorio, transformándolas. Por ejemplo, las ideas que tenía de donde vine, también se pueden aplicar donde estoy ahora, incluso puedo agregar nuevas ideas o deshacerme de algunas que aprendí.
Tengo dos ejemplos para ilustrar este proceder.
El primero procede de un indígena nacido en la ciudad. No habla el idioma materno, pero manifiesta en todo momento los principios que ha bebido de sus padres. Para ello, utiliza la tecnología moderna y el castellano. No tiene la etiqueta convencional de “indígena”, porque no lleva la vestimenta típica ni habla su idioma materno. Pero me confiesa que se siente tan “chuncho” como los paisanos que dejó. Debe ser porque lleva consigo la práctica shamánica heredada de sus padres, de donde asimila los secretos de la convivencia intemporal. Ese es otro tema.
El segundo ejemplo procede de una mujer indígena. Sale de su comunidad con su familia. Está gestando un niño. Su objetivo es estudiar en una universidad intercultural. Lleva consigo la vestimenta, el idioma, la forma y el aspecto “indio”. La ciudad es otro mundo y la universidad, por más intercultural, un terreno incógnito. Da a luz a su hijo. Pide permiso para enterrar la placenta del niño en el campus universitario. Este ritual liga al niño no a la tierra, sino al nuevo territorio. Durante la ceremonia, la madre instruye a la placenta, que es parte del niño, a guardar los principios fundamentales de convivencia que ella aprendió de sus padres. “Ha nacido un nuevo universitario” -me dice.
Yo creo que todo desarraigo tiene un tiempo. Cuanto más apego, es más extenso. Cuanto más disconforme, es más difícil sobrellevarlo. Cuanto más dubitativo, hay más perdida que aporte.
Podría decir que el territorio anda con uno mismo. Quiero decir que las ideas concebidas sobre mi territorio son parte de mi maleta de viaje. Si viajo con la familia, mucho mejor, porque puedo recurrir a ellos en caso de inestabilidad o para reconfortarme. No olvido que, en mi familia, en mi comunidad, fue donde construí mi arraigo primordial. Donde está mi familia, allí está mi territorio.
Tarde o temprano florece el arraigo y las etiquetas desaparecen. Prevalece la subsistencia y la continuidad de los principios fundamentales, siempre y cuando se cultiven, sin importar el tiempo y el lugar. Este es un proceder elemental y consecuente.
Cusco, 06 de agosto de 2020.
(Foto: fragmento de la pintura de Atengary Martín Coty, Cusco, Perú).
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