Cosecha de hojas de coca en el Valle de Kosñipata |
No soy indígena quechua y no he crecido en un contexto cultural en el que sea común "masticar" o mejor dicho hacer la hallpa de las hojas de coca. Sin embargo, en todos los momentos de mi vida la hoja de coca ha estado presente. Ahora que lo pienso, mi madre nació en los valles de Paucartambo, en Kosñipata, famosos en la historia del Cusco por la producción de coca en los ríos Tono y Toayma. También he apreciado y respetado la hoja de coca gracias a mi padre político, muy allegado a los principios del kintu (tres hojas sobrepuestas una tras de otra), que son el munay, yachay y llankay, o sentimiento, sabiduría y laboriosidad respectivamente. Aún y todos estos antecedentes, nunca fui asiduo a hallpar coca. Pero de un tiempo a esta parte se ha convertido en mi forma de vida. Hallpo todo el tiempo, a pesar de las quejas de mi esposa, debo decir, a quien no le gusta la idea de que camine por allí riendo con trocitos de hojas verdes entre los dientes.
En fin, ahora que hallpo hojitas de coca me doy cuenta de varias cosas. Hay gente a quien le desagrada verte con tu bola de coca en un lado de la boca. Desde luego que también hay gente que le parece chévere, ya que cualquier cusqueño conoce la hoja de coca. Ah, también hay gente que me habla en quechua y la verdad yo no entiendo nada de nada de ese idioma. A ellos quiero decirles -de pasadita- que no toda persona que hallpa coca es quechuahablante.
Ya me acordé, ya me acordé de dónde nace mi pasión por hallpar coca. Fue en mis viajes a la selva, a las comunidades nativas ubicadas en la ceja de selva. Allí la gente hallpa coca durante su trabajo en la chacra, durante los descansos, después del almuerzo, después de la cena, en la madrugada, en fin, en cualquier momento de ocio, trabajo o conversación. Allá no hay ningún ritual que implique soplar el kintu o echar cuatro hojas a la Pachamama, no, ellos la producen y la consumen sin mayor preocupación ritual. Su única preocupación es tener la dotación suficiente del día, "que no te falte coca, ni llipta, ni chamiro" dicen ellos. La llipta es ceniza amazada y el chamiro es una corteza de árbol. Ambos ingredientes, desde mi punto de vista, hacen de la hallpa una experiencia gourmet.
Otra de las cosas interesantes que he descubierto como hallpador novato, es que la coca se comparte. Les cuento tres anécdotas. Estaba sentado en un paradero esperando mi combi, y una señora se me acercó y me dijo "¿me invitas coquita?", -claro- le dije. Cogió un manojo, me agradeció, intercambiamos algunas palabras y su fue. Otra: una anciana que pedía limosna en una calle del Cusco me vio caminando con mi coca y me decía "coca, coca". Yo pensé que me pedía dinero, así que pasé rápido aduciendo el clásico "manan kanchu qolqe" (no hay plata), pero luego me di cuenta que me pedía mi coca... Así que me acerqué, le dí un manojo enorme y le agregué un tabaco, me agradeció mucho, parlamos un poco y me retiré. Otra: en una comunidad nativa del Bajo Urubamba, mientras hallpábamos coca en la puerta de una casa, un joven matsiguenka que no era de la comunidad se acercó y me pidió si le podía invitar. Era el primer matsiguenka que me pedía coca en el Bajo Urubamba, ya que ellos no acostumbran hallpar. Bueno, me extrañé mucho y luego supe que él trabajaba para la empresa petrolera y que las hojas de coca se habían convertido en parte importante de su trabajo como trochero (apertura de trochas o caminos), así que le había agarrado "vicio" y no pudo resistir la tentación de pedirme un poco. Desde luego que le dí y se quedó a conversar con nosotros por largo tiempo. Incluso regresó al día siguiente, muy temprano, para pedir más coca.
Estos tres relatos me permiten plantear otra vez que cuando uno tiene coca está en la obligación moral de ofrecer y compartirla con los demás. No debe venderla, no puede venderla. Tampoco puede negar hojas de coca a quien lo pide, sea quien sea. Es más, cualquier persona puede pedirte hojas de coca. Con un amigo muy cercano decimos siempre: "no le pediría a un extraño que me invite su coca cola, pero sí lo veo con hojas de coca no lo dudaría". Hay un acuerdo implícito de que la hoja de coca es para compartir.
Desde luego, como habitante urbano, sin tierras para cultivar coca, tengo que comprar las preciadas hojas en el mercado. Es un presupuesto semanal sin duda, pero no por ello voy a dejar de ofrecer y compartir con quien lo solicite. Me parece que el principio es: tú compras bienes materiales para que luego se conviertan en bienes rituales susceptibles de reciprocidad abierta. Esto en términos sociológicos. Pero en términos de la filosofía de la reciprocidad, pienso que el principio es "cuanto más das, más recibes", o "en realidad se lo das al Universo para que éste te lo devuelva luego a través de otros hallpadores". Este principio me parece aplicable a la isla de Taquile, en Puno, donde todos los varones tienen su chuspa (pequeña alforja) de coca y cada que se encuentran en el camino uno comparte su coca con el otro y viceversa, como una forma de saludo. En esa isla nadie produce coca, está en medio del lago Titicaca (Perú-Bolivia) a 4 mil metros de altura, así que no hay duda que tienen que comprar la coca, pero aún así la comparten.
Mientras tanto, con mi lógica económica de gasto - beneficio, me doy cuenta de que en todos los casos en que invité coca gané una proposición de amistad de personas completamente extrañas. La coca nos acercó, la coca permitió que salga del ámbito egoísta al ámbito social, al de las relaciones de amistad y de parentesco.
No estoy seguro, pero si sigo caminando con mi coquita por el Cusco talvez conozca más gente, o talvez algunos me miren con mala cara, o talvez me sigan hablando en quechua, o talvez crean que soy un hippie pelucón, o talvez mi nuevo "vicio" me siga reconfortando en varios planos.
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