La persistencia del compartir entre la gente del bosque y del río
Esta vez no quiero exagerar, ya que de una u otra manera siempre termino haciéndolo cada vez que cuento una historia. Esta vez no. Contaré las cosas tal cual han sucedido. Tendrán que confiar en mi palabra, en mis relatos. Sin embargo, en el fondo deseo que ustedes puedan exagerar estas historias tanto como puedan. Háganlo mientras las difunden y las ponen en práctica.
Un pescador llegaba a su comunidad luego de dos días y tres noches de faena. Tenía en su bote gran cantidad de pescado, algunos ya estaban secos y salados y otros no terminaban de moverse. Llevó la carga a su casa muy animado y al ver a su mujer le dijo: "estos pescados son para nosotros, estos para que repartas a la familia, estos para las visitas y estos para llevar a Sepahua (el poblado) a vender". De esta forma dividió su pesca para que su mujer lo disponga. De inmediato se arremolinaron sus parientes y los que por allí pasaban. Todos recibían una porción de pescado, todos, incluso los curiosos que no perdían el tiempo para pedir. También iban llegando a toda velocidad aquellos que se habían enterado del retorno del pescador.
Repartir a la familia los bienes que provienen de la chacra, del río y del bosque es una regla inviolable. Nadie la puede pasar por alto, nadie se atreve, sobre todo cuando los bienes adquiridos son de conocimiento público. Y en estas sociedades familiares difícilmente los hechos se quedan en el plano privado. La regla es tan vital que se aplica a todo, sí, incluso al salario y a las cosas robadas. Así de claro.
Jader lleva tres años trabajando para la empresa de gas y recibe un sueldo mensual. Me dice que apenas cobra su salario lo reparte entre sus familiares. Su mujer guarda algo, aunque luego termina apoyando las emergencias y las solicitudes de préstamo. Vi hacer lo mismo a Alejandro. Trabajó varios días cargando cosas en el puerto de Sepahua. Le pagaron como quinientos soles. Sentado junto a su familia empezó a repartir el dinero a su madre, a su mujer, a sus hermanas, a sus hermanos y a los abuelos. Todos estiraban la mano pidiendo con una voz aguda y dulce y en efecto todos recibían algo. Al final del bullicio Alejandro me miró y me dijo: "mire señor Donaldo, pucha me he quedado con cincuentita nomás, pucha, ja ja ja".
Esto me hizo recordar una experiencia similar y reciente. Enrique es motosierrista (extractor de madera) en su comunidad y ha recibido alimentos, gasolina y herramientas como adelanto de su trabajo, pero luego de un tiempo se le agotaron los insumos sin haber alcanzado la meta de extracción y, desde luego, sin poder pagar su deuda inicial. Cuando yo trataba de explicarle que debería racionar sus víveres y contratar menos gente para el trabajo él me respondió: "no, no puedo ser mezquinoso (es como decir exageradamente mezquino). Si vienen a visitarme tengo que invitar mis víveres y tengo que apoyar a mi familia dándoles trabajo. No puedo convertirme en tacaño".
Otro caso. Un grupo de jóvenes atrevidos y envalentonados surcan el río hacia una locación cercana que tiene la empresa extractiva. Al llegar sacan todo lo que encuentran y retornan con el botín a la comunidad. La gente se arremolina para obtener algo. Los bienes robados se reparten. Incluso el jefe, quien desaprobó la incursión, recibe parte del botín.
¿Cómo discutir este comportamiento? ¿Cómo enfrentarse a ideas tan firmes y claras? Para algunos es muy fácil y citan con arrogancia palabras como civilización, progreso, ahorro, inversión, esfuerzo, trabajo y superación. Está claro que la superación del hombre moderno se construye en base a la acumulación de bienes y a la sobreganancia de las reparticiones. Eso en idioma nativo es mezquindad y ambición. Así de claro.
No sé si en el chip genético de la gente del bosque y del río ha quedado marcado el valor de la reciprocidad, es decir, aquellas deudas que nunca terminan de pagarse porque a alguien se le ocurre dar, devolver y recibir en todo momento. ¿De dónde provienen estas ideas y comportamientos? Estoy seguro que ello se resume en una palabra: bondad. Bueno, talvez en una más: generosidad. La bondad y la generosidad son innatas al río y al bosque, ya que ambos seres proveen alimentos y recursos en abundancia para que sus hijos e hijas puedan vivir de ellos. Nosotros sólo tenemos que aprender a cogerlos y reproducir las lecciones tan evidentes que nos provee la naturaleza.
No creo que en el futuro los protagonistas de estas historias cambien por el hecho de estar cada vez más cerca a la modernidad. Su lógica persevera aunque los cambios superficiales sean evidentes. Yo espero que la bondad y la generosidad sigan siendo su fuerte sea cual fuere el camino que tomen. Por mi parte no quiero dejar de ser bondadoso. ¿Alguno de ustedes quiere?
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