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Los shamanes cósmicos


Tratamientos con ayahuasca y el restablecimiento de la salud


De un momento a otro el señor Jaime había empezado a tener dolores de cabeza, mareos y le retumbaban campanillas en el oído hasta volverlo loco. Poco a poco se debilitó, perdió el ánimo y no soportaba ningún ruido. Estaba alicaído y débil. Tenían que ayudarlo para caminar. Así lo encontré. Me dijo que días antes le habían hecho análisis de orina, heces y sangre en un centro médico especializado, pero los resultados no mostraban nada. Los doctores solo habían encontrado una gastritis crónica, pero esto ya se sabía y no estaba asociado a los síntomas.

La única explicación ya estaba en boca de toda la comunidad hace muchos días atrás: a Jaime le habían hecho daño, brujería. No era un asunto para las postas y los médicos, sino para los curanderos o sanadores más expertos y poderosos.

Así comenzó la búsqueda de Jaime para restablecer su salud. Primero bajó al poblado capital de distrito, donde los rumores del mejor curandero o curandera son como el canto de las aves al amanecer. Se fue por la primera opción, la más especializada y experta según él. Estuvo en un lugar alejado, en una casa retirada del bullicio habitual. Le atendió una vegetalista con laxantes y depurativos. Ahora recuerdo que Jaime también estaba estreñido. Nunca supe qué hizo exactamente la curandera durante cinco días, pero Jaime interrumpió el tratamiento retirándose y pagando 500 soles. No había mejorado, pero tampoco había empeorado.

Cambió de curanderos. Esta vez una pareja de ayahuasqueros. Yo retomé las esperanzas ya que conozco de cerca estas artes. Los médicos y sacerdotes estaban escépticos porque pensaban que Jaime debía ser llevado a Lima para hacerle estudios más completos y especializados. La medicina moderna se resistía a perder su paciente. Para mí significaba una cosa: ni en la comunidad ni en el poblado existía la suficiente calidad de atención de salud pública para Jaime. También me di cuenta de que ambas medicinas, la tradicional y la moderna, pueden complementarse en este lugar, pero es necesario que estén en su máxima expresión. Este no era el caso de la medicina moderna, desde luego.

La pareja de ayahuasqueros trató a Jaime por cinco días. En una de las sesiones en que tomaron ayahuasca le diagnosticaron un daño fuerte, poderoso, y dijeron que era necesario más tiempo de tratamiento, pero que al final la salud se restablecería. Estaban seguros de eso. Las visiones debelaron que el cuerpo de Jaime presentaba un color oscuro, como el barro, y denso, casi meloso. Aunque Jaime no tomó el brebaje se contagió del éxtasis y tuvo sus propias visiones: de pronto notó que la curandera se convertía en una gran boa que le silbaba. Él se asustó al ver a Yacumama en persona y decidió interrumpir el tratamiento. Sin embargo noté que estaba mejor, más animado, ya sonreía y podía caminar solo aunque despacio. No me sorprendió ya que los curanderos hicieron un buen trabajo, realmente tenían la intención de sanarlo. A diario le rezaban y soplaban tabaco con fuerza y concentración. Eran sesiones de por lo menos media hora, entrecortadas por conversaciones y explicaciones que daban cuenta del origen del daño. Esta fue la parte que yo distendía. Dijeron que el causante del daño era una persona que estaba en la comunidad de Jaime, un señor advenedizo, viejo, de expresión dura y fiera, que había escapado de una comunidad porque hacía brujería y que también casi mata a la actual curandera con sus hechizos. Le decían a Jaime que debía acabar con él o sacarlo de la comunidad.

Aparecieron dos cosas evidentes: primero que los curanderos habían hecho posible la materialización de la causa del daño y por ende habían identificado a su autor. En segundo lugar Jaime se iba a convertir en un instrumento de venganza o justicia para reducir a un poderoso adversario y recomponer el equilibrio de la salud perdida, es decir, inclinar la balanza hacia la preservación de la vida.

Jaime se retiró a su comunidad y traté de convencerle que tome las "recomendaciones" de sus sanadores con calma. Gracias a Dios no veía en su mirada maldad o ansias de revancha. Fue un alivio. Jaime es un alma noble.

Ya en su casa, era turno de los sanadores locales. Ayahuasqueros del más alto nivel, especialistas de la sanación y conocedores de secretos que talvez nosotros nunca lograremos entender. Tres días antes se habían reunido como veinte de ellos para tomar ayahuasca e icarear. Yo fui de curioso y tomé poco, ya que no me sentía preparado por estar emotivamente inquieto. Pero el tercer día sí participé de lleno y esta vez llevé a Jaime. Dos de los maestros lo abordaron de inmediato. Le soplaban la garganta con tabaco y luego chupaban el daño con sus bocas directo de la garganta. Al rato ambos escupían sangre gomosa y fresca. La señalaban diciéndome que allí estaba el daño, la enfermedad, que la habían sacado. Luego de un descanso todos a tomar ayahuasca, excepto Jaime. Ya en la cúspide o en el momento más fuerte de las sensaciones y visiones, se me otorga un don de sanación: el hálito vital todo poderoso, el aliento dorado. Agarro la cabeza de Jaime y hago mi trabajo. Siento que sus sesos retoman vida, que sus funciones se reactivan, pero su cuerpo igual, plomo y denso, de un plomo reluciente instaurado en todo su dorso. Hasta aquí llegaron mis poderes y me sentí rendido con solo ver el daño. En mi mente de sanador amateur había encontrado el daño pero no ofrecía salidas. Dije finalmente que era un muerto en vida. Mi turno había acabado.

Dos maestros se acercaron a Jaime, uno se colocó a su derecha y el otro a la izquierda. Le soplaban tabaco. Estaban en la cúspide del éxtasis. Luego empezaron a cantarle sin parar durante mucho tiempo. Me impresionó su fuerza y energía. Me di cuenta que trataban de sanarle. Yo solo había llegado al diagnóstico. Ellos iniciaron la sanación, querían revertir el daño. Lo hacían magistralmente. Yo me retiré porque no tenía nada qué hacer. Me pareció prudente en ese momento. Los maestros continuaron.

Me di cuenta de que los ayahuasqueros a los que había buscado Jaime tenían una intención común: curarle, sanarle, revertir el daño, recomponer la salud, defender la existencia. Y lo más importante lo hacían con amor, con cariño y sin escatimar su propia energía. Verdaderos médicos y sanadores.

Al día siguiente visité a Jaime. Se veía mejor sin duda. Se restablecía, aunque entendí que no era cuestión de un día o dos, sino que eran necesarias más sesiones de sanación. El daño era fuerte y no se iba a revertir fácilmente. Jaime quedaba en manos de los suyos.

Sin embargo, la enfermera de la posta de salud de la comunidad no se daba por vencida. Insistía de que Jaime debía ser llevado a Lima, pero al ver la negativa de éste, sólo atinó a darle algunos medicamentos para su gastritis y la anemia.

En algo sí estuvimos de acuerdo ella y yo, que la salud de la comunidad no andaba bien. Una de las razones es la presencia de metales pesados como el mercurio en la sangre de la gente. La medicina moderna la ha identificado hace meses pero no sabe desde cuando existe el problema y tampoco qué hacer con ello.

Yo le conté a la enfermera mi visón y la de los curanderos del poblado, esa que nos presentaba un cuerpo de color plomo reluciente, como metalizado. Ella me dijo que ese tipo de visiones con ayahuasca se asocian con la presencia de metales pesados en el cuerpo. Coincidimos en eso. Mientras tanto, los shamanes supremos tratan de limpiar el daño del cuerpo de Jaime en sus sesiones de ayahuasca. Tratan de restablecer el multicolor luminoso que se asocia con el cuerpo y la vida.

Por su parte la medicina moderna no tiene nada qué hacer, no porque no sea su campo, sino porque está a la espera de que el aparato de salud pública especializada funcione para Jaime. Hay que llevarlo a Lima pero los procedimientos son complicados y el seguro no cubre cosas elementales. Quedaría prácticamente abandonado en Lima. De paso él no quiere viajar porque tiene miedo de morir en el camino. La experiencia le dice que cuando un enfermo sale de emergencia a Lima, éste no regresa vivo.

Por ahora dejo a Jaime con los suyos. No sabré más de él en algunos meses. Sé que estará bien pero que ya no será el mismo de antes. Pido al Señor Todopoderoso que los shamanes cósmicos hagan su mejor trabajo.

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