Cada viaje por el río es una nueva travesía, una aventura, aunque el río sea el mismo… Hay que animar el espíritu con alegría para la faena. El masato es la voz. Faena terminada, que continúe la parranda.
Estoy en la playa del río Camisea, esperando a Eduardo, el motorista matsiguenka que me llevará a Cashiriari. Son cuatro horas de surcada en su nuevo bote de madera adquirido en Sepahua, aunque su viejo amigo, un motor “peque peque de 13 hp” se resiste a dejar a su entusiasmado dueño.
Espero sentado, conversando con Wilfredo, dirigente de COMARU, quien al final se anima a subir al bote para acompañarnos, -a modo de pasear- dice. Yo estaba seguro de que partiríamos de inmediato, por la prisa que mostraban Eduardo y su señora durante los preparativos, pero no fue así. Antes de abordar el bote, salió de por allí una botella de Inka Kola llena de masato. Dos litros de puro masato. -Hay que brindar antes de partir- dice Eduardo, así que ¡Salud!
Después de 20 minutos, cuando creí que todo había acabado, de entre la carga del bote salen latas de cerveza Cristal para cada uno. Mi estómago protestó diciendo “cloc, cloc” , pero se recompuso de inmediato ante la reverencia con que Eduardo ofrecía la bebida. Media hora más con un pie en el bote y el otro en el río. Entre risas y bromas terminamos por zarpar. En la popa va la esposa de Eduardo, la dueña del masato. En la proa Eduardo, responsable de las cervezas. En medio del bote Wilfredo y yo, conversando y sin dejar de gritar ¡salud! de vez en cuando.
Cuatro horas de viaje ¿se imaginan? El ruido monótono del motor, el agua salpicando, verde eterno por aquí, celeste inmutable por allá. Con tanto decir “salud” cuatro horas se convierten en dos. Aún así estamos agotados al llegar y las posaderas reclaman descanso. Estamos en Cashiriari. Pero ojo, el viaje no ha terminado. La doña saca otra botella llena de masato reservada para el final de la travesía. Nadie sube a la comunidad si antes no se acaba el “cariño” de la señora. Otros 20 minutos o talvez más. Ya no recuerdo. Mi noción del tiempo quedó en el olvido. Todo está en pausa, excepto el presente.
Eduardo no se queda atrás y sacrifica otra ronda de latas de cerveza que guardaba para la venta. El verdadero negocio del matsiguenka es invitar, compartir. Mi corazón medio serrano y medio chuncho, insuflado de entusiasmo , debe corresponder. Le entrego con reverencia toda mi hallpa: una bolsa de hojas de coca que pensaba dosificar en 10 días de viaje. Todo cuanto tienen he recibido, ¿por qué no dar todo cuanto tengo?
La alegría continúa en la casa de Eduardo . Almorzamos el cariño preparado por su señora . Ella saca más jarras de masato depositado en ollas interminables. -¡Hay que acabar señor Donaldo!- es la frase favorita de Eduardo. ¡Salud por la gente del bosque y del río! ¡Hasta el final! La música suena a todo volumen pero no llega a competir con nuestras risas . ¿Será que la alegría es otro de los grandes negocios matsiguenkas? No, es su esencia, como el compartir y la hospitalidad.
¿Qué hora es?… Mejor dicho ¿Qué día es? Tiempo de partir . Eduardo se queda, yo continúo. Al retorno me espera más masato, así lo promete Eduardo y su señora asiente.
Cada viaje por el río es una nueva travesía, una aventura, aunque el río sea el mismo. Así también cada expedición de caza, de pesca o de trabajo en la chacra es una travesía por el bosque. Hay que animar el espíritu con alegría para la faena. El masato es la voz. Faena terminada , que continúe la parranda .
El tiempo no tiene días de la semana, solo faenas y alegrías. La luna, o cashiri para ellos, define el cambio de temporada y el tiempo en que la yuca, insumo del masato, debe ser sembrada o cosechada. La mujer sabe de eso y de los secretos de su preparación . Siempre debe haber masato en casa. Cuando no hay, la familia no está empatando en algo.
Sí, a veces hay llanto y penas en la borrachera. Los malos recuerdos, los remordimientos, los resentimientos y las aflicciones atacan a los corazones desprevenidos, aunque estos rebosen de alegría. La vida también es dura. La vida también es una travesía.
Sé que los curanderos más viejos y que constantemente toman ayahuasca, esos seripigaris cósmicos, no beben masato fermentado ni cerveza . Cuidan su dieta y evitan esos estados de conciencia que produce el alcohol . No es compatible con su práctica. Son energías diferentes con efectos diferentes en la conciencia. Una divierte, desenfrena y desinhibe, mientras que la otra alecciona, enfoca, provee templanza y firmeza, control y disciplina; es introspectiva y sanadora en principio. Sé que los iniciados, los shamanes jóvenes, todavía comparten el masato y toman sus “chelitas” de vez en cuando, para no perder su vínculo con la cotidianidad. Pero si continúan con su práctica shamanica, pronto serán los herederos de los grandes maestros que dieron forma a la esencia matsiguenka, sí, hablo de la alegría, el compartir, la hospitalidad y la libertad de vivir en cualquier tiempo y espacio.
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