Para la gente del bosque y del río cualquier excusa es válida para caminar, abrir trocha, andar, navegar, salir, conocer, visitar. Lo siento, no conocen límites
Entre tantos árboles y vegetación, con esta sombra que parece noche, tengo la sensación de que el bosque es una frontera peligrosa e infranqueable. ¿Cómo salir de aquí? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué es ese ruido?…Me encojo. Los compañeros de ruta me dan alcance otra vez, quiero decir que regresaron por mí, ya que el ritmo de sus pies descalzos parece retar a la mismísima distancia. (Cuando se reta la distancia, se reta al tiempo, y si se reta al tiempo hay riesgo de volverse intemporal).
Saben que estoy exhausto. Aprovechan para orinar mientras me recupero. Ni modo, a continuar, así me insisten con una mirada paciente. Se levantan raudos y develan con sus manos un inexistente camino, contornean sus cuerpos para ingresar. El machete hace lo suyo. La escopeta a la espalda. Caminan como si estuvieran de shopping en un gigantesco centro comercial, confiados, desinhibidos, hasta parece que ellos construyeron el lugar. (Talvez así fue, ya que por donde andamos ahora, antes, mucho antes, fueron chacras o zonas de caza, de ellos, de sus abuelos, de los antiguos. Este terreno, aunque parece prístino, está recontra domesticado).
Para la gente del bosque y del río cualquier excusa es válida para caminar, para abrir trocha, para andar, para navegar, para salir, para conocer, para visitar. Lo siento, no conocen límites. Las zonas desconocidas son exploradas con prudencia, con tiempo, visitándolas sigilosamente o escuchando las voces de otros que ya estuvieron allí. No tienen miedo, son intrépidos. En cuanto ven la oportunidad y las condiciones favorables, salen, buscan, interactúan, conocen, se quedan en el nuevo lugar… pero un tiempo nomás, luego retornan y cuentan, vocean las novedades, las posibilidades, los nuevos aliados.
Para nosotros el bosque es peligroso, diverso, prístino, inaccesible, parece una gran muralla, una frontera, una protección. Para ellos es simplemente abundante e inmenso, están dispuestos a ver dónde acaba todo esto, dónde empieza, quién más anda por allí, qué quiere, qué podemos reciprocar, qué podemos pedir, qué novedades podemos utilizar. Hay que abrir trocha, machete en mano y escopeta a la espalda. Así conoce al maderero, al minero, al comerciante, al narcotraficante, al terrorista, al burócrata, al petrolero, al cura, al pastor, a la enfermera, al profesor, al dirigente, al obrero, al ingeniero, al doctor, al aventurero, al antropólogo, a la feminista, al conservacionista, al paisano. De todos aprende. A todos se engancha con inusual habilidad.
Así conoce el bote a motor, el automóvil, las carreteras, el celular, la radiocomunicación. Está en el paraíso. La nueva gente que ha conocido trae la tecnología suprema de la comunicación, del acercamiento, del descubrimiento, de la exploración. “Es otro nivel”, piensa, así que cualquier cosa es justificación para andar, navegar, salir, visitar o explorar. Si sus pies eran flechas, el bote y el auto retan al mismo viento… ¿A dónde van estas carreteras? ¿A dónde llevan estos botes? ¿Qué es ese ruido?… Se encogen, pero solo un momento. Les doy alcance una vez más y mientras se recuperan ven que el camino es largo y el tiempo apremia.
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