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Médicos, ay los médicos


He tratado con muchos médicos en mi vida. De niño, todos me parecían respetables y amables; sonrientes. De adulto, igual, siempre atentos y serviciales. Pero, ahora que trajino en los hospitales públicos, mi percepción de ellos ha cambiado radicalmente. Muchos galenos son déspotas y esquivos; en vez de dialogar con el paciente, le dan órdenes ininteligibles. En vez de curar, dañan el ánimo de la gente sencilla. Una cosa es el médico en su consultorio privado, y otra en el hospital público. Parecen dos seres distintos, distantes.

Sin embargo, las dos historias de hoy no tratan del trato, sino de la ineptitud y de la indiferencia. Pero, no todo es desalentador lectoras y lectores, porque al final de esta descarga eléctrica hay una luz tenue de esperanza. Veremos.

Hace dos meses o más, mi compañero, Vilmanuel, llevó a nuestro querido paciente Humberto al consultorio del traumatólogo, en el hospital Regional del Cusco. Humberto, fue operado hace un año del fémur izquierdo y queríamos saber cómo andaba la evolución de su huesito. El médico de turno, miró la radiografía y dijo: "No, no, yo no puedo dar opinión sobre este tema, tiene que darla el médico que lo operó, por favor, saquen consulta con él o búsquenlo".

Debo mencionar que, sacar una cita en la especialidad de traumatología del hospital Regional, es todo un trauma. Hay que ir los últimos días del mes, a las 5 o 6 de la mañana, para hacer la cola. La demanda es tal, que la cita es programada para fines del siguiente mes. Entonces, con lo que nos costó sacar cita, por Dios, ahora este médico nos dice que busquemos al que operó a Humberto para que dé su opinión. El tema es: ¿Cómo podemos encontrar a ese doctor? ¿Vive aún? ¿Trabaja aquí? ¿Cuándo estará en los consultorios externos? ¿Cuándo estará en emergencia para rogarle? ¿Alguien tiene su teléfono...?

Bueno. El segundo caso que quiero relatar, pasó hoy. Vilmanuel, impetuoso como siempre, lleva a Carla y a su hija, Heyli, a la consulta con el traumatólogo del hospital Lorena. Sacar esta citita nos costó mucho, ya que un médico anterior, hace un mes, le dijo al incansable Vilmanuel lo siguiente: "Sabes, esta radiografía de la cadera no se puede leer, está borrosa, está mal hecha, es un desastre, así que anda y que le saquen otra radiografía y luego sacas cita para que te atiendan, al toque muchacho". ¡Por Dios! ¡Si la radiografía la sacó tu propio hospital, doctor, y ahora me vienes con que tenemos que sacar otra, pidiendo cupos y haciendo colas o rogando a los operarios! ¡Y luego volver a sacar cita, de nuevo, para que nos atiendan el próximo mes! ¡Y qué pasará con Carla y Heyli, quienes esperan tu opinión para irse a su tierra!... Esta respuesta no fue dicha en su momento, pero ahora la escribo y me sale con más rabia que hace dos meses, ja, ja, ja. 

Bueno, Vilmanuel, quien hizo el trámite pacientemente, regresó, luego de un mes, con las benditas radiografías, nuevas, recién sacadas y calientitas. Y allí está nuestro traductor matsigenka, Vilmanuel; la paciente de seis meses, Heyli; y Carla, la mamá ashaninka que ya está cansada del frío del Cusco, allí están todos y todas, frente al médico, quien lee las placas nuevas, chillancitas, recién saliditas del horno, y las mira, las remira y admira, y luego dice: "Bueno, estas placas las tiene que ver el doctor Nicacho, ya que él es el experto en caderas, por tanto, yo no puedo hacer nada. Tienen que buscar al especialista, pedir otra cita, aunque es mejor que lo busquen en su consultorio privado. Que tengan buenos días, hasta pronto, muchachos". En este punto, no sabía si reír o llorar, y eso que yo río mucho.

En resumen, mis queridos lectores y lectoras, gente del bosque y del río amazónico, las dos experiencias sirven para mostrar lo siguiente: primero, los médicos, cuando están en fase hospital público, a veces son unos reverendos Pilatos, y no porque no les corresponda decidir, sino porque son unos ineptos. En segundo lugar, al médico le importa un pepino las penurias que la gente tiene que pasar para sacar una cita, o sea que, los galenos son indiferentes a la paciencia del paciente. En tercer lugar, el médico busca la oportunidad --curiosamente luego de lavarse las manos y dárselas de inepto-- para ofrecer sus magnánimos servicios en su consultorio privado o en su clínica (¡Incluso el conchudo te da su tarjeta!). 

Gracias a Dios, aún hay, entre los galenos (especialmente entre los que juraron por Hipócrates y no hipócritamente), quienes ofrecen salidas y ponen el pecho por la gente del bosque y del río. En el caso de Humberto, joven yora-nahua, una enfermera rebuscó en el corazón del médico que lo operó y tuvimos su preciada opinión. Dijo que Humberto tenía que entrar de nuevo a la sala de operaciones, porque el hueso estaba hueco, que saquemos cita para internarlo. Y como las citas demoran en darse --esta vez fue un mes y medio--, el nuevo médico que vio las placas actualizadas de Humberto, dijo: "Oh, milagro, el hueso se está llenando... tal vez ya no se requiera operación... regresen en un mes". Hay esperanzas.

Gracias a Dios, también hubo salida para la pequeña Heyli, quien viste un arnés hace cinco meses debido a su displasia. Hoy, a las 11:00 am, el médico Nicacho vio a la bebé, y no por el deseo del Nicacho este, sino porque una gran amiga mía, la doctorita Yonis, una persona sensible, tirada al prójimo y, últimamente, hincha de la gente del bosque y del río, fue quien habló con Nicacho y lo obligó --por la amistad que tienen-- a que atendiera a Heyli… Y el capo dio su opinión, sin condiciones, y dijo que el 30 de este mes enyesará a la bebé, porque el armatoste (el arnés) no dio resultado. Hay esperanzas.

Mientras tanto, rezo para que en esta pléyade de galenos (algunos creen que tienen galones) haya quienes bajen sus títulos de las paredes de sus consultorios privados y, con cara buena y servicial, los ofrezcan a la gente sencilla a modo de promesa. Mis respetos a esos médicos.

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