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Ruta y sucesos de Cusco al Bajo Urubamba

De Cusco a Quillabamba

Hoy es sábado 09 de diciembre de 2023. Salimos con Humberto desde el Cusco hacia Quillabamba. Viajamos, como el martes pasado, en la misma empresa de transportes, K'intu, porque es la única que te da factura, tiene espacio para los bultos (es un bus de 30 pasajeros) y aguanta a los adultos mayores y discapacitados, como Humberto, en este caso.
Bueno, salidos puntuales, a las 10:00 am. En unas horas paramos en Phiry, en las faldas del gigante o de los grandes cerros que atraviesan el abra Málaga. Allí, el chofer se regodea como rey con las atenciones de las dueñas de la parada, quienes le dan comida y bebida como si atendieran al hijo que no tuvieron.
En unas horas, pasamos el abra Málaga, y a continuación el lugar donde el martes pasado nos quedamos varados cinco horas Humberto y yo, porque hubo derrumbe. Hoy, en cambio, pasamos felices, sin percances. El camino fue limpiado por las maquinarias de la Municipalidad Provincial de La Convención. Yo viajo leyendo el libro "Árbol de ríos. La historia de la Amazonía”, de John Hemming (no entiendo hasta ahora el título).
Llegamos a Quillabamba luego de cinco horas de viaje, exactito, descontando la media hora en Phiry, donde el chofer engorda.
Nos alojamos en un hotel elegante (yo no sabía), el Gran Hotel Panorama, de four stars. Bueno, no sé si el nombre le queda, porque la vista de los techos de calamina oxidada de las casitas de Quillabamba no calza con la esperanza de una vista panorámica elegante. En fin.

Techos de Quillabamba desde el punto de vista del hotel Panorama

Te habrás preguntado ¿Quién es Humberto? Es un yora-nahua que ha vivido con nosotros (me refiero a la gente que le atendimos) por dos años en la ciudad del Cusco. Sufrió una fractura de fémur izquierdo en su pueblo y terminó en el hospital del Cusco. Desde entonces, lo atendemos. Ahora, luego de dos años como digo, ya está bien, digo, puede caminar lento y con la ayuda de la muleta. Suficiente indicio para que el traumatólogo le diga: "a tu casa, wayquito, y no levantes peso".

Humbertos en viaje

De Quillabamba a Ivochote

Hoy es domingo 10 de diciembre de 2023. A misa temprano, a las 6:30 am, para ver al padre Verde y escuchar sus homilías ilustradas y afectivas. Recibo la bendición con agua bendita, varias veces. Me tiene de pescado el padre Verde con ello de salpicarme una y otra vez el agüita. Le entrego los dones, panes de Cusco y un vino argentino. Humberto, ni se inmutó con la misa; prefiere las oraciones alaracosas de los evangelistas.
Salimos de Quillabamba, pero, antes desayunamos con Mariane, nuestra agente de salud aquí. También visito a Melisa, una nanti-matsigenka de Sagondoari. Ya está tres semanas aquí. Vino con las justas, con tres de hemoglobina, con sangrado vaginal, etc. Le pusieron tres "dosis" (paquetes globulares) de sangre. Le sacaron un mioma que seguramente se pudre en el área de patología del hospital regional, esperando a ser puesto en el microscopio que seguramente está de días feriados, como los burócratas que lo manejan.
Melisa se aloja en la Casa COMARU. Hay nuevo jefe en COMARU, aunque lo eligieron hace dos semanas, pero no lo veo ni en pintura. La casa la lleva "una encargada" que tampoco he visto.
Mariane, hay Mariane. Está perdida, como toda machiguenga en la ciudad, pero es divertida, casual, alegre, ocurrente y reilete. Grata compañía. Sobrevivirá, sin duda. Digo, ya sobrevive, porque está años por estos lares, estudiando contabilidad en un instituto medio trafa, de los muchos que hay por aquí, aunque son los únicos a los que puede acceder la gente del bosque y del río. En fin.

Con Mariane en el motocar

Bueno, bueno, salimos a Ivochote en la empresa de transportes Megantoni. Son puntuales y formalitos cuando salen de la terminal, pero el chofer, en la ruta, hace lo que le da la gana. Apura a la gente, va a velocidad, habla por el celular mientras maneja, sube y baja gente, cobra. Los pasajeros de la ruta lo conocen bien, le llaman de su nombre; otros, le dicen "papacito", "papito" para que les lleve y cargue sus bultos. Este chofer, como el de Phiry, también engorda, pero en Kiteni, donde sus caseritas. De paso, como lo engríen, trata mal a la gente, los apura, se queja de su lentitud y del peso de sus bultos. Unos déspotas del volante estos zarrapastrosos.
Llegamos a Ivochote en cinco horas y media. La media hora la pasamos almorzando en Kiteni, o mejor dicho al tanto del pedante del volante, al tanto de que almuerce, al tanto que de pronto suba a su carro y diga me voy, o que arranque el carro y acelere tres o cuatro veces sin moverse solo para "decir" que nos apuremos, porque nos deja. En fin. Cuando alguien agarra un volante por estas rutas es un "alguien", finalmente.

Ivochote sin puente

Ivochote nos recibe sin luz eléctrica y sin línea celular. También sin puente. No han pasado cinco meses desde mi última visita y ahora veo un pueblo vetusto y polvoriento; informal. Se le fue el encanto, por qué será. Pero el clima está ok, un sol ricucha y abrazador. Los celajes no dejan de conmoverme, al igual que cuatro o cinco matsigenka de paseo.
La dueña del hotel Megantoni prende su motor. Ya tenemos Internet, el "waifai".

Las transiciones

Ya comuniqué, me parece, en otro escrito este tema de los tránsitos culturales. Saliendo del Cusco hasta Quillabamba, pura gente quechua hablante. Es el dominio quechua y mestizo andino. Indudable. El asunto se extiende hasta Echarati, Palma Real, Cirialo, Kiteni e Ivochote, con excepción de algunas "islas" o enclaves matsigenka, como Koribeni, el más importante. La toponimia, sin embargo, tiene diferente avance, más histórico. Nombres quechuas y aimaras desde Cusco hasta Echarati o más allá. A partir de allí, entremezclado con toponimia quechua, aimara y matsigenka. Ivochote, palabra de origen matsigenka, al igual que Cirialo (creo), Yoroato, Malankiato, etc. Sin embargo, en Ivochote, la mayoría ya no es matsigenka, como la toponimia, sino es gente quechua y mestiza andina. Ivochote es un centro de comercio y movimiento, un puerto de paso para el Bajo Urubamba. Aquí se concentra todo lo que tiene que ir río abajo, hasta Miaría, enclave Yine-Yami, pasando por Camisea, la capital del distrito matsigenka de Megantoni.
Decía que Ivochote es un punto de transición, donde termina (o terminaba) la influencia quechua y nace, ahora sí, la influencia matsigenka, donde son mayoría. Ivochote es la transición cultural; es el encuentro, el punto de quiebre. Aquí se reproducen los "serranos", los "wiráqocha", los "punaruna", mientras que la gente matsigenka viene en grupos o familias desde Monte Carmelo y otras comunidades "a pasear", a comprar.

Celajes de Ivochote

Diferencias entre el serrano y el matsigenka

¿Qué diferencia hay entre la gente matsigenka y la serrana-quechua? El negocio, los comercios, el movimiento del dinero, de los servicios, de las motos, de la ciudad en general. Todo comercio, grande o pequeño, formal e informal, está manejado por la gente inmigrante, por los quechuas y mestizos. Ellos y ellas son los astros del negocio, del teje y maneje comercial. Saben vender y comprar, pero más que eso, creo que su habilidad es poner negocio donde sea, rentable o no. La gente matsigenka, en cambio, de dinero, poco; de cuentas, nada; de sujetarse a una tienda pa siempre, nica. Las familias matsigenka pasean por Ivochote, hacen compras, son los tímidos pero sobrios consumidores. Vienen a "distraer los ojos", a pasear, a aprovechar la tarde fresca, colorida y luminosa. Luego se van, caminan de noche hasta sus casas por la carretera.

El nahua y la china

Luego de la cena, atiendo a Humberto. Le ayudo a bañarse. Aún teme que su pierna se quiebre por tercera vez. Pucha. Luego, me habla, me cuenta parte de su maravillosa vida. Un cuento, una novela digna de película. Allá va.
Consiguió trabajo en una maderera de Sepahua manejada por "los chinos", aunque él jura que son "japoneses". Esto fue por el año 2011, más o menos, dice él. Humberto no tenía DNI (lo llamaban Risso), así que para conseguir el trabajo se prestó el DNI de su hermano Jesús. Con ese DNI se fue a trabajar donde "los japoneses que hablan un idioma raro que es inglés". Joven, fuerte, musculoso, seguro de sí mismo, saluda y conoce a una mujer que le habla en un castellano más masticado que del propio Humberto. Es una mujer joven, china, que al toque entra en contacto visual con Risso, pero le llama "Jesús", como consta en las planillas de empleo. Definitivamente, la china se enamora de "Jesús". Le pregunto a Humberto "¡Y cómo se llamaba la china, digo, la japonesa?" "No sé, hermano, no me acuerdo, difícil de pronunciar su nombre era, nunca pude". En fin, la china se enamoró del sharanahua. Dice que fueron pareja seis meses, incluso, Humberto, mejor dicho "Jesús", le presentó a sus padres. La china, encantada de conocer a los padres, les decía "suegros". El romance floreció. "Jesús" tenía celular, ropa, comida, etc., todo financiado por la enamorada. Dice Humberto que al principio la china no quiso saber nada, porque no conocía a “Jesús” realmente. Ella quería asegurarse de que "Jesús" era soltero, que no tenía mujer. Con el tiempo, se dio cuenta de que "Jesús" era un hombre franco, que no andaba "molestando" a otras mujeres, solo a su chinita. Hicieron pareja. Se visitaban, "se frotaban" --dice Humberto y ríe de inmediato--. La china, cuyo nombre ni el mismo Humberto recuerda, quería llevar a su shara a China, también para que conozca a sus padres. La china le dijo: "pelo no vas a molestal a otlas chicas, si no yo te mato". Claro, el shara no quería morir, mucho menos con el nombre de su hermano, así que no fue, rechazó la oferta de ir a "Japón". "Si no, pucha, ahorita estaría viviendo en Japón", me dice.
Los sharas no dejan de sorprenderme, nunca. Tienen esa mezcla de ternura, vivacidad y pendejada al mismo tiempo, en un sobre, en un solo paquete. Hablan gesticulando, empequeñeciéndose, llorando, riendo. Saben hablar, sobre todo con los dawa o los extranjeros, con los mestizos.

El primer contacto de los nahua

Me contó historias de sus antepasados, los viejos que ya no existen, quienes contaron el contacto (años 80 del siglo pasado). En resumen, los shara fueron traídos a Sepahua por los "mestizos", por los yaminahua. Llegaron calatos (desnudos) a Sepahua. La gente les ponía o compraba ropa de mujer y se burlaban de ellos. Luego los llevaron a una playa y los dejaron. Por su cuenta fueron hasta "arriba", en "palo pelado", y allí dijeron: "hay que regresar donde los dawa, para que nos den más ropa". Y así, regresaron y poco a poco ahora los sharas son parte del paisaje sepahuino.

Hacia Camisea

Hoy es 11 de diciembre de 2023. Pasamos la noche en Ivochote con Humberto, en el hospedaje Megantoni. Tuve la suerte de que a mí me tocó una habitación con ventana a la calle, mientras que a Humberto ventana al pasadizo. Dormí con la ventaba abierta, fresco. Ayudé a Humberto a bañarse. Necesita asistencia en varios aspectos, sobre todo para ir al baño, para bañarse y para arreglar sus cosas.
Hoy, a las 7:00 am desayunamos. Un desastre el restaurante del hospedaje. Hay un muchacho arrogante que solo atiende a sus amiguitos, los trabajadores de alguna obra. El chef sigue siendo el mismo, un capo.

El Pongo de Mainique pasó de moda

A las 8:30 am vamos al bote Amazonas Express. Nos estaban buscando; solo faltábamos nosotros. Nos ayudan a embarcar y salimos. En cuanto me siento, uno de los tripulantes me dice: “le doy la clave del Wifi…” Me sorprendo. ¡Hay Wifi en este bote itinerante! Claro, en vez de disfrutar el paisaje, como en otras ocasiones, ahora hago intervalos entre el celular y la vista. Sin darme cuenta ya estamos en la entrada del Pongo de Mainique. Pasamos rápido, primero por la potencia de los motores de 250 caballos y segundo porque el nivel del agua es tal que no amerita mayor inconveniente. Yo nunca había pasado el Pongo tan rápido y sin la magia de antes, es decir, haciendo un pago en la entrada, preparándome para bañarme con el agua salpicada, disfrutar las cascadas, correr los riesgos y sustos de la correntada y los remolinos, con el temor a encallar y a que se apague el motor, etc. Ya no hay eso, ahora pasas el Pongo mirando tu celular. Se fue la magia; murió el mito. La tecnología ha ganado esta batalla.

Hospedaje improvisado

En tres horas estamos en Camisea. Menos, en dos horas y media. La gente sale volando a ver si encuentra hospedaje. Humberto y yo, nos tomamos nuestro tiempo. Humberto no puede caminar del todo. No es independiente, aún. Felizmente, Gaby, de DAGA, nos da una habitación con dos camas y mosquiteros, a 70 soles. Es una “ramada” como dice Humberto. Bueno, paredes de madera, techo de calamina y estructura (correas y eso) de metal. Es un cuarto pequeño, sin ventanas y con un ventilador. Bueno, mejor que nada.

Camisea, a la entrada. Megantoni te recibe con su pico

Amigos, colegas, sharas y más en Camisea

Llamo a Margot, nuestra agente de salud en Camisea. Nos encontramos donde una paisana suya ¿Rebeca? Es una casa al lado del jardín. Allí tomamos agua y conversamos, y reímos. No me guardó habitaciones, como siempre y a pesar que le pedí, así que a buena hora DAGA nos solucionó el tema.
Aparece mi pata Herman (le llamé). Tenía el uniforme de la municipalidad: camisa blanca con el logo de la Muni de Megantoni y pantalón caqui. Todos y todas tienen esa facha. Son los nuevos burócratas en uniforme. La población más numerosa, son ellos y ellas, los extranjeros, los “wiráqocha”.
Almorzamos donde Bárbara. Antes, me encuentro una vez más con Karina Atsakaibo. La vi en mi último viaje aquí. Ahora, de nuevo. Le presento a Humberto, su paisano, de la misma comunidad; ella lo recibe parca. Le pido una foto a ambos (dos sharas en Camisea, es nuevo para mí), pero Karina no quiere, se niega, dice que no porque está con botas. Luego se va, espantada. Humberto me dice que no es Karina, sino Cecilia A., su ex, ja, ja, ja.

Los sharas están por todas partes

Cecilia desaparece tan repentinamente como apareció. Al parecer, está aquí con su familia, cuatro muchachos y un joven de marido.
Con Herman, buscamos un lugar para la hallpa sagrada. Me lleva a su “patio”, el lugar donde vive. Hay árboles de mango y sillas debajo. Nos sentamos junto a unos colegas jóvenes que me presenta. Conversamos. Los insto a escribir sobre lo que están viviendo como antropólogos cusqueños en esta coyuntura de Megantoni. Ojalás. Una se llama Ada y el otro Manuel. Chéveres, jóvenes; están aquí por la chamba.
Al hablar de los problemas burocráticos, Herman se corona con su frase: “es que los nativos son pueblos ágrafos”. Ja, ja, ja… Herman, siempre sincero y original.

El amigo Herman

“Le disparé a un paisano”

Herman se retira, al igual que los colegas. De pronto, me saluda un anciano, aunque no tanto. Pelo canoso y lacio, pequeño, mirada arrugada, fornido. Manos y dedos gruesos, de chambero, de chacra. Me saluda con afecto y le correspondo. Es el papá de Margot, don Valencia. Se sienta y hallpamos unas hojitas. Fumamos mapacho y me cuenta. Él pasaba por allí, estaba yendo a ver su “triqui” (red de pescar) que se había roto, estaba yendo a repararlo. Luego me dice:
--Tengo que ir a Quillabamba a firmar.
--¿A firmar qué?
--Unos documentos donde el Juez.
--¿Por qué?
--Porque tengo delito. He sido sentenciado y cada cuatro meses tengo que ir a firmar a Quillabamba.
--¿Qué ha pasado, cuál es tu delito?
--Maté a una persona.
--¿Cómo!
--Es que había alguien que estaba robando las gallinas de mi hija, entonces estuve esperando para cazarle, porque pensé que era un tigrillo, porque días antes vi un tigrillo grande. Entonces, mientras esperaba, escucho un sonido entre los árboles y “pum”, disparo, pensando que era el tigrillo, porque yo le vi como tigrillo, pero resultó ser un pata de aquí. Le disparé en el pecho. Cayó del árbol, agonizante, lo cargué para llevarlo a la posta y cuando estábamos cruzando el puente, murió. Ya llegó frío al Centro de Salud. Vino la policía y todo. Yo asumí. Me decían que me iba a ir a la cárcel 40 años o toda mi vida por homicidio. Yo asumí, no me escapé, di la cara, porque fue un accidente. Felizmente tenía un abogado que me defendió bien. El juez me dijo que como yo tenía familia que mantener (ocho hijos), que me quede en mi comunidad haciendo chacra, pero que tenía que venir a firmar mensualmente aquí a Quillabamba, y eso estoy pagando ahora.
Cuando don Valencia me cuenta todo ello, quedo atónico con la sobriedad con que relata dichos sucesos. Acepta su error y lo asume con hidalguía. Sabe que mató a una persona, pero sin querer. Está dispuesto a pagar su error sin lamentaciones. Parece, al final, una persona común y corriente, un agricultor (chacarero) o pescador eterno.
Viene Margot y arreglamos cuentas. El barrio donde estuvimos se llama Urubamba. Don Valencia me dice que poco a poco el río se lo está comiendo el barrio, o sea que pronto se lo llevará, ja, ja, ja.

Amanecer en Camisea

La jefa de la Microred de salud

Se va Margot, apurada, porque es presidenta de esto y de aquello. Humberto y yo caminamos buscando nuestro destino. Terminamos en el Centro de Salud de Camisea. Está el personal en plena reunión. Saludo a Teddy, la enfermera de Montetoni, y a la plana médica. Estaba por salirme, es más, me despedí, pero aparece otra chica alta, de ojos rasgados y vivaces, blancona, con personalidad. Teddy me la presenta como Ruth, la jefa de la Microred. Ella me ve y me dice “Ah, señor Donaldo, por fin puedo conocerlo, hemos coordinado varias cosas por wasap, yo soy la licenciada Ruth, la encargada de la Microred”. “A chispas, la jefa”, le digo. “Así es, soy yo”. Reímos. Conversamos de todo un poco, de mi rol en el Pío Aza y del Convenio con Pluspetrol, y del voluntariado. Quedamos en coordinar. Me dio gusto conocerla. Al irme, me pasa la voz de nuevo y me dice si logré encontrar hospedaje, que ellos tienen espacio. Me confiesa que meses atrás alojó al Kiko (mi colega Enrique) y compañía, ja, ja, ja. Es muy amable esta Ruth, me cayó re bien. Rechacé su amable oferta, Humberto y yo preferimos dormir en la “ramada” de DAGA.

Río Camisea

Hallpa y chismes

Seguimos andando con Humberto y vemos una venta de menudencia de pollo a la parrilla. Obviamente, nos sentamos. Las vendedoras son todas jóvenes, sospecho que de la promoción del colegio. Pido owiroki (masato o bebida de yuca fermentada) y me traen chapo (refresco de plátano estrujado), un chapo dulce y rico, fresco. Toda una jarra, adentro. Sacamos las hojitas sagradas y mapacho. Nos pasamos conversando con Humberto, me cuenta de todas sus ex serjalinas, ja, ja, ja.
Aparece Herman, porque le aviso dónde estábamos. Fumamos mapacho y hallpamos. Chismeamos, poniéndonos al día de todo.
Luego, a buscar comida, donde DAGA. Le comento a Herman mi idea de la empresa comunal. Le gusta. Me da las salidas:
  • Memorial solicitando ampliación de proyecto de mejoramiento de viviendas. Esto para que entre al presupuesto participativo.
  • Conformar la empresa comunal. Tiene que haber una carta fianza del 10% del presupuesto. También experiencia de haber contratado con el Estado.
Al parecer, hay salida para el proyecto de vivienda. Veremos.

Más vistas del río Camisea al amanecer

Hacia Sepahua

Hoy es 12 de diciembre de 2023. A las 7:00 am salimos de Camisea en el bote Luisito. Puntuales, los muchachos, como nunca. Poca gente en el bote. La mayoría se queda en medio camino: Shintorini, Kirigueti, Nuevo Mundo, Nueva Vida, Nueva Luz y Miaría. Son machiguengari y alguno que otro mestizo o trabajador municipal. Dice la dueña de la embarcación que el negocio es en la surcada (ruta Sepahua – Camisea), porque llevan carga y pasajeros, llenito.
Humberto, con gripe. Claro, si duerme calato el menso.
Viaje tranquilo. Pausado, suave, sin contratiempos. Yo leyendo y escribiendo.

Puntero de embarcación  

La bienvenida para Humberto

Llegamos a Sepahua en un zas. Cuatro horas de viaje, más menos. Nos recibe en Sepahua el padre Ignacio. Acomodo a Humberto en el hospedaje Wally, en el primer piso, en una habitación doble con la finalidad de que un pariente le acompañe. El elegido es David. Se apunta para llevarlo a Serjali Pedro. El Micul pone los 15 galones de gasolina para el traslado.
La gente llora al ver a Humberto. Vienen en mancha (en grupo) al hospedaje, a visitarlo. Le abrazan y lloran, sobre todo sus familiares, los del barrio de Serjali. Los demás, solo curiosean, solo quieren ver que Humberto está vivo y camina. Las mamás y abuelas, le abrazan, le lloran y cantan continuamente sin dejar de abrazarlo. Son los famosos cantos yora-nahua, ejecutados en un tono falsete agudo, melodioso y tierno, y dice que dicen hechos y sucesos, bienvenidas. Emotivo el asunto. Los yora-nahua son corporativos y sensibles. Todo es su comunidad, su familia, que es el centro y la periferia.
Pasamos el almuerzo, la misa y la cena con Ignacio y compañía. Me da gusto verlo y saludarlo, abrazarlo, aunque sé que mi presencia no le da mucho gusto que digamos, por muchas razones. Pero, en fin, yo me siento confortable a su lado. Lo observo con ternura y aprendo mucho de él.

Ventita en Sepahua

Despedida virtual con Hugo Bonet Rodríguez

Durante el viaje, siento en mi espalda un abrazo, una palmada, quizás, de despedida. Tres horas después mi mujer me llama y me dice que ha muerto papi Huguito. Que Dios lo tenga en su gloria eterna. Él decidió irse hace tiempo y nadie lo veía. Él sabía que yo sabía. Se lo advertí a la Chivi, pero no quiso escuchar, digo, no quiso aceptar. Bueno, toda vida tiene su final y su reinicio. Cada muerte es un inicio. Te seguiremos, Hugo. Te veremos. Mientras tanto, tu ejemplo queda.
Dejo a Humberto a cargo de los suyos. Fin de la novela que duró dos años. Caso cerrado para mí, finalmente. Pedro lo llevará mañana a Serjali. Si será cierto, pero bueno, cumplimos.
Mañana salgo para Atalaya. Mañana es el velorio de papi Huguito. Yo estaré, Dios mediante, bajando el Urubamba, entrando a territorio yine y asháninca, donde posiblemente fue capturado Tupac Amaru I. El bosque me ha tratado con cariño hasta ahora y por siempre.

La iglesia de Sepahua

A gusto con los shara

Me siento cómodo con los sharitas. Se acercan a saludarme un rato. Las ancianas y ancianos y niños y niñas me piden cosas. Los viejos comida y pan, los niños “un sol”. Los jóvenes son demasiado orgullosos para pedir, pero lo hacen, especialmente las mujeres, con indirectas. Aún así me siento feliz con ellos. Jugamos, bromeamos. Les digo que soy “michanti” y “ñoashí” (mentiroso y tacaño). Ríen. Me gusta engreírlos así como me gusta verlos alrededor de la misión, invadiendo (o mejor dicho protegiendo) al padre Ignacio. El día que encuentre a un antropólogo que convoque el amor del indígena al punto de vivir en las puertas de su casa eternamente, ese día creeré en la antropología, mientras tanto, padre Ignacio 1 y antropología 0.

Hacia Atalaya

Hoy es 13 de diciembre de 2023. A las 6:45 am me embarco en el bote “Victoria”, de los atalayanos, supongo. Las anfitrionas tienen uniforme, mejor dicho polo azul y el nombre de la empresa en la espalda. Hay harta gente, aunque el bote no está lleno. Ya acomodado, compro un desayunito a tres soles: quinua con manzana y sándwich de huevo. Salí temprano de la Misión, antes que despertara Ignacio y el otro padrecito.

Embarcación o bote colectivo que recorre el Bajo Urubamba
  
Dice Ignacio que se levantó temprano para preparar el desayuno, como lo prometió, pero creo que le ganó el sueño. Hay noches que no duerme. Al no verme, se fue al puerto y vio que el bote ya estaba lleno. Me llamó, pero, como saben, mi teléfono no está activado hasta antes de las 8:00 am.

La confluencia del río Sepahua con el Urubamba

Territorio yine: mestizos, papayeros y narco aeropuertos

Salgo de Sepahua y cruzo la desembocadura con el Urubamba. Desde Camisea hasta aquí, el territorio es matsigenka. En adelante, es el territorio de la gente Yine, aunque, en realidad, es territorio de los mestizos y advenedizos de Pucallpa, Aguaytía y Tingo María. Dado el caso, mi compañero de viaje era de esa última ciudad. Está aquí hace tres años o un año (no recuerdo) y dice que es papayero. Me muestra, en su celular, las hectáreas de papaya que tiene en algún sector en este tramo. Son las imágenes satelitales del Google Maps, que son de “finales del 2021” dice él. A parte de las papayas, me muestra las incontables pistas de aterrizaje de los narcos. Me dice: --Día y noche sacan la merca. Cuanto más larga la pista, más grande el avión que entra. --¿Y todavía están esas pistas? --Claro, por aquí hay nuevas --y me muestra--.
No me había percatado del asunto de las pistas, toda una novedad para mí. Él me inició la conversación al verme con mis hojitas de coca, me dijo: ¿“Están ricas”? Y claro, le invité y comenzó la conversación, casualmente de narcotráfico, aunque también hablamos del conflicto israelí – palestino.
El papayero, está yendo para Lima a recoger unos “títulos” de propiedad. Vagamente, me dice que el negocio papayero empieza así: “se habla con el jefe de la comunidad y ya está, se cultiva la papaya”. Toda la producción sale en cajas, en bote hasta Atalaya, de allí por Satipo en carro hacia Lima. En Lima, termina en el mercado mayorista de la fruta. Veo que los productos de la Amazonía se van para Lima. Recuerdo el libro que leo, en donde dice que, históricamente, todos los recursos explotados en la selva son para afuera. Las enfermedades llegan de afuera y, a cambio, los productos se van para afuera. Lima come papaya de la selva de Ucayali. Deberían saber eso. Ah, y Estados Unidos y el mundo consumen la cocaína del Bajo Urubamba.

La trastienda de una embarcación fluvial que recorre Pucallpa - Atalaya. Tiene un segundo piso que dice "Servicio Premium"

Corre bala en el bote

Otro incidente en el viaje fueron los disparos repentinos que salieron de la parte de atrás del bote, de los asientos finales. Al subir al bote, yo vi a algunos sujetos con cadenas de oro y eso; me parecieron peculiares, porque no hay tales fachas por aquí. En fin, no les di importancia; solo los juzgué con el generativo “narcos”. El asunto es que mientras mi nuevo amigo y yo conversábamos, salió una ráfaga de tres o cuatro disparos dirigidos hacia el bosque, a la orilla izquierda. Nadie se sorprendió, porque parecían los juegos artificiales navideños. Pero luego todos voltearon a ver y nada, la clásica mueca del “yo no fui” y silencio absoluto. La gente se incomodó un rato y luego normal. Mi compañero de viaje dijo: “es que por aquí asaltan”. Parece que fueron tiros de advertencia.
Llegamos a Atalaya a las 11:30 am. Cuatro horas de viaje. Increíble. Inclusive había Wifi por cinco soles. No leí mucho, dada la conversación y el Wifi.
En Atalaya, me alojo, como siempre, en el Hotel Royal Forest. Luego, a comer al “Chocolate y Pimienta”, mi favorito. Encuentro a Andy, o mejor dicho, él me ubica rápidamente.

Todo pueblo tiene su "loco"

Andy es un joven de 30 o 40 años, aproximadamente, aunque parece de menos. Es vivaz, audaz y sabido. Es discapacitado o persona con habilidades especiales. No habla ni una palabra, solo gesticula sonidos graves y agudos mientras mueve una de sus manos alrededor, mientras que la otra la tiene erecta hacia atrás. Mientras gesticula, le sale baba por la boca. Sus fosas nasales son anchas, como la de un nativo que respira mucho. No tiene algunos dientes, los de adelante y los de atrás. Su cabello es corto, negro y ondulado. Su rostro es moreno, del color de los de aquí. Camina rengueando, tambaleándose de un lado al otro. Polio, tal vez. El asunto es que Andy llega a esta hora, al medio día, al restaurante y si encuentra a algún conocido, lo saluda afectuosamente, con abrazo, y se sienta a lado de él, luego, trae la carta de la barra y señala con uno de sus dedos lo que quiere comer, el antojo del día. Andy no come “menú”, como todos los mortales. Él come sus antojos, de 30 soles para arriba. Las sirvientas le sirven. Los dueños, le conscienten. Andy es el egreído. Sospecho que más engreído por los extranjeros o extraños que le agarran cariño que por los suyos, como suele pasar. Así, Andy, con su encanto, pasea por el centro de Atalaya, buscándose lo mejor de la vida, porque él no se busca la vida.
Si no encuentra a alguien conocido, entonces pide a los dueños del restaurante su comida, como debe ser, exigiendo. Si no se apuran, pues reclama vociferando.
Andy es un comensal impresionante. Pulcro de toda pulcritud. Cuando le traen el vaso del refresco, pide, con gestos, que le saquen el papelito que envuelve el sorbete. Luego, con una de sus manos tullidas, pone el sorbete en la jarra de refresco, y con la otra mano, también tullida, lo sostiene para luego absorver el refresco como si estuviera chupando una caña de azucar seca y rezagada por la edad. Andy chupa y el refresco se acaba en un zás, parte en su garganta, parte en su boca, parte en sus labios, parte en la mesa, parte en su polo blanco y sucio. Luego, deja los artículos en la mesa, coge delicadamente una servilleta (parece que actúa como un aristócrata), y se limpia los labios con especial cuidado y calma. Luego, dobla la servilleta, y la pone en la mesa. Es de la alta alcurnia Atayalina. Viene el plato principal de 30 soles, tacacho con cecina + chorizo. Andy se alegra, sonríe y babea. Agarra el tenedor (no puede asir el cuchillo) y lo primero que pincha son los chorizos, que los come con todo gusto. Luego, me comparte algunos, poniéndolos en mi plato. Andy, sabe compartir, aunque los chorizos estén “aderezados” con su baba. Luego, trata de estrujar el tacacho, pero no puede, por su mano tullida. Le ayudo. Así también, corto la cecina en pedacitos, pero es en vano, no las come. Dejamos la cecina casi completa. Andi acerca su boca al plato y absorve o come la cecina como puede, como una aspiradora, mejor dicho. Mientras ello, conversa, como si estuviera haciendo una sobre mesa. Andy sonríe a gusto, cuenta su historia, se entristece, ríe, se preocupa. Luego de su faena, apoteósica y estridente, Andy agarra la servilleta delicadamente y se limpia la baba de la boca, también limpia la baba que derramó por toda la mesa. Y listo, ha terminado.
Me invita a salir del restaurante, pero aún debo terminar ni café, el que me acompañó mientras observaba al maravilloso Andy. Este Andy es muy inteligente, se acuerda de las personas. Se acordó de mi, ya que vine hace seis meses con la Leyna y lo acogimos. Recuerdo que comimos juntos, a pesar de la Leyna, que “le tiene cosa”.
Bueno, Andy me apura, me llama. A penas tomo mi café. Salimos, luego de pagar 50 soles al restaurante por los caprichos ajenos. Me lleva a una tienda de ropas. Quiere otro polo, pero no cualquier polo, sino uno estampado y de color blanco, que tenga estampado en la espalda y en el frente. En la tienda, ya todos conocen a Andy, por su puesto. El dueño me dice: “yo también quiero regalarle polos, de 10 soles, pero él no acepta, los gustos de Andy son bien caros, de 30 soles, de 50 soles, y le gustan los polos estampados”. Andy me hizo recordar a Humberto, que ahora que lo dejé en Sepahua, sin un sol para vivir, no dudo que de todas formas querrá vestirse como un magnate shara. Recuerdo que, antes del viaje, Humberto me hizo comprar ropa nueva en la tienda Saga “Faramalla” del Cusco por el valor de 300 soles. También me acordé de otra frase que le decíamos a mi pata Herman: “el que come y bebe como Bush, pero viste y calza como Evo”, ja, ja, ja. En este caso, de Andy y Humberto, la frase no aplica, ya que ambos pretenden beber y comer como Bush.
En fin, le compro y le pongo a Andy, contra sus deseos, un polo negro para aminorar el efecto de la suciedad que aparenta el polo blanco. A Andy no le gusta, quiere un polo con estampado atrás. Reclama, pero no le doy el gusto y le digo: “¡Andy, es lo que puedo comprar, vamos!”. Y lo jalo para afuera. Boto el polo blanco a la basura. El dueño me rebaja el polo que compro de 30 a 25 soles.
Andy sale y recupera su buen humor. Me pide que le siga. Yo le muestro el café Vargas y lo cito para vernos a las 6:00 pm. Pero él no se quiere ir. Llegamos a la esquina de la calle donde está mi hotel, “tengo que ir al baño”, le digo, nos vemos más tarde. Lo despido. Él cruza la pista hacia la plaza y lo veo irse. Yo al hotel, directo al baño.
Mientras trabajo, a eso de las 5:00 pm, aparece Andy. Entra al hotel como “Pedro en su casa”. Sube las escaleras y me divisa. Yo estaba hablando por teléfono. Entra, abre la puerta, se sienta, pero el sol le da en la cara, así que cierra las cortinas para dar sombra y se sienta a esperarme. Es toda confianza. Asume que la hospitalidad es así, que el anfritión debe estar disponible para la visita en cualquier momento. Esta es la fibra de estos lares.
Salimos a la calle, ya que no podemos quedarnos en la habitación del hotel con las cortinas cerradas, ja, ja, ja. En fin, salimos y nuevamente Andy me conduce. Le digo que vayamos por un helado, pero me mira con desacuerdo. Llegamos a la heladería, pero él no quiere, me pide que sigamos caminando hasta una esquina donde una señora vende pasteles. Escoge una torta, la recibe y se va, me deja solo con total naturalidad. La señora me dice: “es que quiere que le invites chifa, le gusta el chifa. Así es el Andy, cuando le quiero invitar un pastel, no me acepta, él escoge la torta de piña”. Mientras me cuenta eso (todos en Atalaya conocen a Andy y dicen algo de él), lo veo alejarse por la calle, cruzando la pista mientras el semáforo está en rojo, comiendo como puede su torta. Yo entro a la farmacia a comprar unos dulces para la garganta (¡me contagió de gripe el Humberto!), y las vendedoras me dicen: “así es el Andy, a veces viene y nos visita, no nos pide nada, solo entra, se para allí, nos mira y luego se va. Dice que duerme en la Comisaría”.
Mientras escribo esto, en mi habitación del hotel, espero ver a Andy de nuevo. Cuando dormito, despierto, a cada rato, y miro por la mámpara de mi habitación. Tal vez aparezca. Hay que estar atentos a la visita, siempre.
A eso de las 6:00 pm, paso por el “Café Vargas”. Un cafesito bien cargado con dos empanadas de yuca, las más deliciosas. Luego, a la camita. Eso es todo amigos.

Andy durante la sobremesa

Hacia Pucallpa, la tierra colorada

Hoy es 14 de diciembre de 2023. Me entero, por el libro que estoy leyendo, que la tierra colorada es rica en nutrientes, es una tierra buena para la agricultura, aunque no es tan buena como la “tierra preta” o negra, fabricada por los pueblos indígenas en base a musgo, desechos orgánicos y cerámica destrozada.

La selva desde la avioneta: un árbol de ríos

Viajo en Air Majoro, medio tela el asunto; creo que una avioneta de esta empresa se cayó hace un mes o dos. El avión --perdón, la avioneta-- está llena (12 a 10 personas). Es un avión --perdón, una avioneta-- vetusta, en comparación a Saeta, que es un avión más grande y moderno. Yo iba a comprar en Saeta, pero ya no había espacio. Piña, en Majorito nomás. El viaje, sin embargo, fue tranquilo. Me quedé observando los devenires y caprichos del río Ucayali, sus antiguos cursos y las lagunas que va dejando por allí. Luego, el dosel del bosque. Finalmente entendí porqué el libro que estoy leyendo se titula “Árbol de ríos”, porque dice que el río Amazonas, visto desde arriba, parece un gran árbol. El tronco, el Amazonas, sería la artería principal, y las raíces la desembocadura en el Atlántico. Los ríos pequeños o afluentes, las ramas y ramitas. Por eso el libro se llama “árbol de ríos”.

Antes de subir a Majorito

Andy, el misterio resuelto

En Atalaya, el conductor del motocar que me lleva al aeródromo (él dice aeropuerto, como llama también a las decenas de pistas clandestinas para la droga), me habla de Andy. Me cuenta varias cosas que yo ya sabía, pero luego me reveló algo impresionante: “Andy es shara, de la comunidad Serjali, allá en las cabeceras del Mishagua. Vino hace tiempo con sus papás y se quedó. Como vivia mal, vinieron sus padres y se lo llevaron. Al día siguiente, Andy bajó de nuevo a Atalaya”. Claro, ahora sé porqué Andy se parece tanto a Ricardito, el muchacho con habilidades especiales de Serjali. Son hermanos, o primos. Son idénticos, excepto que Ricardo es más pequeño, pero está igual de tullido.
Andy es un shara cósmico, como Humberto, por ello su arte para pedir cosas y conseguir lo que quiere. Pero, además, al igual que Humberto, no quiere cosas vanas ni baratas (no quiere caridad), él quiere vivir fashon (con estilo) y comer lo mejor, como todos los jóvenes sharas cuando salen de Sepahua o de Serjali al mundo.

Pucallpa de noche

Pucallpita y las fotos iskonawa

Pucallpa me recibe con clima benigno. Llego a la 1:00 pm al hotel Manish. Aquí se puede descansar y trabajar tranquilo. Paso parte de la tarde en el cuarto, escribiendo. Antes de las seis, me voy al Real Plaza o mejor dicho al Shopin Plaza o algo así, donde está el cine Metrópolis, a ver la muestra de fotografías encontradas en museos y colecciones privadas de la gente iskonawa del contacto, en la década de 1950. Son fotos que fueron tomadas por varias personas, dos, tal vez, lo contactadores, misioneros y ¿antropólogos? Como fuera, la muestra es un chiste. No pasan de 10 fotos que dicen muy poco de la gente iskonawa. Además, la calidad de la impresión deja mucho que desear, al igual que los textos de pie de página y el introductorio. En fin, no hay mucho que ver.
Mañana a Lima y al Cusco, de un tirón. Chau selvita, hasta la próxima.

Un iskonawa en versión foto

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