¿Quieres un poema?
Pues allá va.
Pero te advierto, será un reclamo, una pausa.
¿Hablará de amor? Por su puesto, pero no será romántico,
será un chanque, tipo “toda la noche canchis, canchis”.
…
Me dices:
“Doooosio, hace tiempo que no me escribes un poema”.
Me pregunto: ¿Será por mi ausencia o por tu pena?
Son ambos.
¿Me exiges un poema porque ya no te quiero escribir?
o
¿Me exiges un poema para exigirte a ti?
Son ambos.
Yo, signado por las distracciones y dedicado a los hermanos mayores, los indígenas.
Y tú, marcada por la pérdida y atribulada por los caprichitos de nuestras hijas, las crespitas.
Aún así, aunque el día duele, la noche, para ambos, es un consuelo,
porque nos abrazamos.
Ya no estaremos al día siguiente; seremos ausentes, otra vez.
Los reencuentros son de noche, en el lecho.
Amaneceremos erizados, lanzando las punzadas que para mí son bromas y para ti ofensas.
Pero en la noche, en la camita, no habrá frío, no habrá helada de junio, eso es seguro.
…
¿Quieres un poema?
Pues toma:
Ya van veinte años de matrimonio,
y han pasado por mi mente muchos demonios,
la mayoría monses y otros persistentes,
pero no dejo de sonreírte,
de apretarte,
de paletearte cuando estás molesta,
de oler tus crespos crespitos enredados por tus pensamientos,
y de apapacharte cuando me invitas a tus noches.
Ya van veinte años y a veces disimulo que te escucho,
porque estoy pergeñando un nuevo escrito,
sí, filosófico, aunque no te agrade, aunque no traiga dinerito.
Ya van veinte años y han sido meses de tus penas,
y mis trabajos,
y mis quehaceres con el prójimo.
Pero, no podemos reducir veinte años a estos últimos meses,
¿verdad?
Las columnas de nuestro amor, se sustentan, mi leyna,
en cuatro pilares,
en los de nuestra cama.
No son veinte años, mi amor, son más de siete mil noches
abrazándote,
temblando de pasión,
imaginándote,
acariciándote en un suspiro
y acercándote con un rezo.
Son siete mil noches, Leyna
¡Por qué me pedís un poema!
Mejor pide que las noches no se acaben,
que nuestro lecho tiemble,
y que rechinen nuestros sentimientos
en los cuatro pilares.
Pues allá va.
Pero te advierto, será un reclamo, una pausa.
¿Hablará de amor? Por su puesto, pero no será romántico,
será un chanque, tipo “toda la noche canchis, canchis”.
…
Me dices:
“Doooosio, hace tiempo que no me escribes un poema”.
Me pregunto: ¿Será por mi ausencia o por tu pena?
Son ambos.
¿Me exiges un poema porque ya no te quiero escribir?
o
¿Me exiges un poema para exigirte a ti?
Son ambos.
Yo, signado por las distracciones y dedicado a los hermanos mayores, los indígenas.
Y tú, marcada por la pérdida y atribulada por los caprichitos de nuestras hijas, las crespitas.
Aún así, aunque el día duele, la noche, para ambos, es un consuelo,
porque nos abrazamos.
Ya no estaremos al día siguiente; seremos ausentes, otra vez.
Los reencuentros son de noche, en el lecho.
Amaneceremos erizados, lanzando las punzadas que para mí son bromas y para ti ofensas.
Pero en la noche, en la camita, no habrá frío, no habrá helada de junio, eso es seguro.
…
¿Quieres un poema?
Pues toma:
Ya van veinte años de matrimonio,
y han pasado por mi mente muchos demonios,
la mayoría monses y otros persistentes,
pero no dejo de sonreírte,
de apretarte,
de paletearte cuando estás molesta,
de oler tus crespos crespitos enredados por tus pensamientos,
y de apapacharte cuando me invitas a tus noches.
Ya van veinte años y a veces disimulo que te escucho,
porque estoy pergeñando un nuevo escrito,
sí, filosófico, aunque no te agrade, aunque no traiga dinerito.
Ya van veinte años y han sido meses de tus penas,
y mis trabajos,
y mis quehaceres con el prójimo.
Pero, no podemos reducir veinte años a estos últimos meses,
¿verdad?
Las columnas de nuestro amor, se sustentan, mi leyna,
en cuatro pilares,
en los de nuestra cama.
No son veinte años, mi amor, son más de siete mil noches
abrazándote,
temblando de pasión,
imaginándote,
acariciándote en un suspiro
y acercándote con un rezo.
Son siete mil noches, Leyna
¡Por qué me pedís un poema!
Mejor pide que las noches no se acaben,
que nuestro lecho tiemble,
y que rechinen nuestros sentimientos
en los cuatro pilares.
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