Respecto a la metodología de investigación, el diseño utilizado fue el no experimental de corte cualitativo. El método de investigación fue el etnográfico; el nivel fue el descriptivo-interpretativo; las técnicas de recolección de datos fueron la observación, las entrevistas informales, las vivencias del investigador, la introspección con las comunidades de estudio y la revisión bibliográfica; la selección de la muestra se realizó con el método no probabilístico; el trabajo de campo se desarrolló en tres comunidades nativas de la Amazonía sur peruana, de los pueblos Harakbut, Matsigenka y Yora-Nahua, entre los años 2009 y 2022; y el análisis de la información fue con el método etnográfico.
El hallazgo más importante es haber determinado los principios evidentes (la socialización y el compartir) y subyacentes (la libertad de elegir, la atemporalidad y el autotelismo) que dan forma y sentido al ocio de los pueblos indígenas amazónicos del suroriente peruano. La socialización, es el interés que las personas tienen por interactuar con otras mientras entran en modo ocio. El compartir, es el acto de distribuir o “invitar” bienes y servicios al interior de un grupo social que sustenta la experiencia de ocio. La libertad de elegir, es la autonomía y la potestad que las personas tienen para escoger, en cualquier momento o circunstancia, una actividad de ocio. La atemporalidad, es el “no tiempo” o el transcurrir en el que se desenvuelve la experiencia de ocio, dado que la naturaleza del quehacer define su duración. El autotelismo, es el disfrute de la actividad de ocio, no por su finalidad última o como un medio para alcanzar un fin, sino por el gusto de hacerla.
Planteamiento y método
El diseño de la investigación es no experimental. El paradigma es el cualitativo-etnográfico, dado que el estudio pone énfasis en la construcción de un conocimiento que permite captar el punto de vista de quienes producen y viven la realidad (
Guerrero, 2010;
Hernández y Mendoza, 2018;
Restrepo, 2016).
Para la recolección de datos, utilicé las siguientes técnicas: la observación no estructurada, la entrevista abierta, la revisión de documentos, la evaluación de experiencias personales del investigador y la introspección e interacción con las comunidades de estudio (
Hernández y Mendoza, 2018).
El trabajo de campo lo llevé a cabo en tres comunidades nativas de los pueblos Harakbut, Matsigenka y Yora-Nahua de los departamentos de Cusco, Madre de Dios y Ucayali (ver Tabla 2).
Los datos fueron recolectados en periodos intermitentes comprendidos entre el año 2009 y julio de 2022. La sistematización de la información tuvo lugar en agosto de 2023. Para seleccionar la muestra, utilicé el método no probabilístico, dirigido o propositivo. Bajo este criterio, elegí eventos y personas que brindaron riqueza, profundidad y calidad de información, por cuanto el objetivo fue analizar los valores y experiencias que construye el grupo (
Hernández y Mendoza, 2018).
Los datos fueron analizados tomando en cuenta la propuesta cualitativa de
Hernández y Mendoza (2018). Este procedimiento, en resumen, consiste en: 1) explorar los datos; 2) imponerles una estructura (organizándolos en unidades y categorías); 3) describir las experiencias de los participantes según su óptica, lenguaje y expresiones; 4) descubrir los conceptos, categorías, temas y patrones presentes en los datos, así como sus vínculos, a fin de otorgarles sentido, interpretarlos y explicarlos en función del planteamiento del problema; 5) comprender en profundidad el contexto que rodea a los datos; 6) reconstruir hechos; y 7) vincular los resultados con el conocimiento disponible.
Dado que es una investigación de tipo etnográfica, he presentado los hallazgos a modo de relatos o vivencias redactadas en primera persona.
Análisis y resultados
A continuación, presento, a modo de relato, tres vivencias que sustentan los principios del ocio de la gente del bosque y del río amazónico.
La hallpa de Rolando
Cuando estuve, en noviembre de 2009, en la comunidad nativa de Queros (Kosñipata, Paucartambo, Cusco), del pueblo Harakbut-Wachiperi, conocí a “Rolando”, quien, luego de una noche de conversación acompañada de hallpa, me dijo que al día siguiente, muy temprano, tenía que ir a su chacra para “rozar” (limpiar la maleza y sacar los troncos innecesarios). Me interesó mucho la actividad y le pregunté si podía ir. Él, me respondió: –Por si acaso, me voy a las cuatro de la mañana señor Donaldo, si estás listo para esa hora, pues vamos, si no, te dejo–. Rolando, pensó que con la advertencia me amilanaría, pero no. Le dije que estaba bien, que nos veríamos a las cuatro de la mañana. Me fui a dormir al albergue, que está al lado de su casa. Puse el despertador a las 3:50 am, para no fallar. Sin embargo, al día siguiente, y antes que suene la alarma, Rolando vociferaba en el patio alardeando de que ya se iba. Salí de inmediato para darle alcance. Estaba oscuro aún. Rolando, iba de aquí para allá, raudo, recogiendo sus cosas. Lo vi jalando, además, un plástico azul grande, diciendo que ya se iba. Al verme, juntó sus cosas y, de pronto, estiró el plástico en el tablado de su casa, se echó, sacó su bolsa de hojas de coca, la abrió, juntó un manojo, lo untó con una pasta negra y jugosa (la llipta) y se metió a la boca el conjunto y, viéndome parado, ansioso, me dijo: –siéntese, señor Donaldo, vamos a bolear todavía. Está oscuro, caminaremos a la chacra cuando amanezca–. No me acomodé, porque pensé que saldríamos en cualquier momento, con tanta alaraca que hizo. Me equivoqué. Rolando, estiró las piernas, miró al horizonte oscuro y mientras su boca sonaba con el chacchado (boleo) de la coca, empezó a contarme las historias que habían quedado pendientes la noche anterior. A los veinte minutos, recién pude relajarme y estirar las piernas en el plástico azul. Disfruté de la hallpa.
Seguíamos conversando y hallpando cuando ya había amanecido. De pronto, Rolando se paró de un salto, amarró su bolsa de coca, dobló su plástico, cargó con todas sus cosas y empezó a caminar casi corriendo. A penas pude seguirlo hasta la chacra. Cuando llegamos, luego de media hora de camino, volvió a estirar su plástico azul y a desatar su bolsa de hojas de coca. Repetimos la escena de la casa. Conversamos, contemplamos, chismeamos y reímos. Yo me preguntaba “a qué hora empezará la chamba (el trabajo)”. De pronto, una vez más, saltó de su plástico y se puso a limpiar la chacra. Le seguí. No habrían pasado ni dos horas, cuando se echó debajo de una ramada y estiró, otra vez, el plástico azul. Retomamos la hallpa y bebimos la chicha de maíz que le había enviado su señora. El sol empezó a quemar el lomo, así que las horas de trabajo se redujeron y las de hallpa se extendieron.
La hallpa es conversar, reír, fumar cigarro (“para espantar los moscos y las serpientes”), y pasar las horas mientras contemplamos la chacra, el cielo, los árboles y disfrutamos el sonido y el aroma del bosque. Yo creo que ese día no trabajamos ni dos horas, porque luego vino su esposa trayendo la merienda y las bebidas. Comimos, bebimos y a la hallpa de nuevo. Hicimos una que otra cosa más y regresamos a la casa. Llegamos a las cuatro de la tarde. Nos fuimos a bañar al río, luego a cambiarnos la ropa, a comer y a la hallpa nocturna. “Esto es vida”, pensé.
Rolando, es un tipo flaco y fornido. No es alto. Es un hombre de chamba. Yo no pude superar su fuerza y resistencia a la hora del “waqtapeo” (cortar las malas hierbas) o de cargar y separar troncos de los árboles apostados en la chacra. No hay duda que es un hombre laborioso, su cuerpo lo dice, pero mi presencia, de alguna manera, más que laboriosidad, le inspiró “hallpa” o mejor dicho, conversa. Dar vuelta a las hojas de coca en la boca es dar vuelta a las ideas, a los recuerdos, a las percepciones, a los sentimientos, a las emociones y a la fruición del vivir. Aquí se aplica ese adagio popular que dice: “No se cuentan los segundos, se cuentan las historias”.
28 de julio
Esta vivencia, sucedió en la comunidad nativa de Shipetiari (Manu, Madre de Dios), del pueblo Matsigenka, el 28 de julio de 2022. Al llegar, Silvia y yo, encontramos a la gente reunida alrededor del campo deportivo. Mientras la música sonaba, dos equipos de varones jugaban al fútbol y las mujeres esperaban su turno. El resto de la gente estaba sentada, observando y bebiendo cerveza, gaseosas, refrescos o masato (fermento de yuca). En cuanto pudo, “Jaime”, el sub jefe, se acercó a nosotros para darnos la bienvenida e invitarnos a disfrutar de las actividades programadas por “fiestas patrias”. Silvia, mi compañera de investigación, y yo, estuvimos observando los partidos, incluso me invitaron a jugar en el equipo de varones un par de veces. A eso de las 2:00 pm, alguien anunció que la siguiente actividad se desarrollaría en el salón comunal. Seguimos a la gente y, cuando entramos al local, vimos en el centro una mesa llena de comida: varios tipos de pescado ahumado, carne asada, “pacamoto” (carne cocinada en un tipo de bambú), palmito, yuca, “dale dale”, “sachapapa”, “uncucha”, hueveras de pescado, etc. Las personas se acomodaron alrededor y, luego del protocolo de presentación a cargo de “Rufina”, la presidenta comunal, y los discursos correspondientes, empezó el compartir. Todos y todas, especialmente los niños y niñas, se acercaron a la mesa casi a empujones para recoger algún pedazo de comida. Iban y venían de la mesa, según avanzaban con la merienda. Silvia y yo estábamos sentados en una esquina, sin saber qué hacer, pero felizmente Rufina se acercó y nos dio dos platos con caldo de carachama. Comimos a gusto viendo el compartir comunal. Luego, cada familia –estaban sentados en grupos–, empezó a repartir el masato. Recibimos al menos siete sabores distintos de esta bebida, las que correspondían a las familias presentes. Con la mesa vacía y la panza llena, la gente regresó al campo deportivo. El fútbol debía continuar. De hecho, jugaron hasta que no pudieron ver el balón por la oscuridad. Algunas personas, antes del anochecer y luego de jugar, fueron a la quebrada para bañarse, mientras que otras se retiraron a sus casas. Nosotros armamos nuestras carpas en el salón comunal, donde pernoctamos.
El aspecto más resaltante de esta vivencia fue el compartir de la comida. Cada familia de la comunidad, en su momento, aportó una vianda a la mesa comunal. El objetivo era claro: “invitar” el producto de su “cariño” a las demás familias. Pero el hecho de compartir comida y la subsecuente bebida, que son inseparables, es una experiencia integrada a los juegos deportivos como, en este caso, el fútbol. Confraternidad, compartir y diversión son las palabras claves que resumen este relato.
Un paseo con los sharas
Esta vivencia, tuvo lugar en octubre de 2022, en la Villa de Sepahua (Atalaya, Ucayali), donde vive, junto a otros pueblos, la gente Yora-Nahua. Un día, me acerqué donde estaba “Luis”, “Mario” y la hija de éste, en los alrededores de la Misión del Rosario de Sepahua. Luego de bromear un poco, les dije que tenía que ir al centro de salud a visitar a una paciente, así que me despedí y me fui caminando. Cumplí mi objetivo y al salir de “la posta” (habrían pasado 20 o 30 minutos), veo a los tres pasando por la vereda del frente. “Creo que me están siguiendo” –pensé–. Me uní a ellos preguntándoles a dónde iban. Me dijeron que “a pasear, a visitar a unas familias, pasando la plaza”. Me apunté. Caminamos despacio, muy despacio, a un ritmo que no estoy acostumbrado. Su paso es lento, pausado; tratan de no cansarse por el implacable sol. Luis, al notar mi desesperación por el paso de tortuga, me dice que debemos ir despacio, que es un paseo. Luego de cuarto de hora de caminata y de haber parado ya una vez para comer “curichis” (helados) y “ñoquis” (dulces de maíz) que por su puesto yo invité a insistencia de la hija de Mario, nos detuvimos en la plaza principal de la villa, al pie de un árbol de castañuela. Mario, el más adulto, quería ver cómo los estudiantes del colegio Leoncio Prado practicaban un desfile. Luego de un rato, y de fumar un “mapacho” (tabaco), continuamos la ruta. A los minutos, terminamos en un restaurante. Yo pensé que me habían tendido una trampa, llevándome al local para que les invite a comer. Me equivoqué. Entraron preguntando por su compadre... pero obviamente, éste no estaba (seguramente se hizo negar). Era la casa del alcalde de Sepahua. Lo estaban visitando para pedirle algunas monedas y comida. Ante la ausencia de su compadre, la interlocutora de turno recibió el encargo de los Yora-Nahua, quienes, usando ese tono falsete agudo y envolvente, tierno, le decían: “tenemos hambre, no hemos comido”. El plan, sin embargo, resultó infructuoso, porque no les invitaron nada. Decidimos regresar. En el camino hubo una pequeña controversia de si seguíamos más lejos, donde otros paisanos Yora-Yaminahua, o si regresábamos al punto de inicio, a la Misión. Mario, quien tuvo consideración de mí al verme agotado y sudado, dijo que mejor regresemos. Agregó que lo hagamos pronto, porque si no el sol bajaría y haría más calor. Eran las 10:00 am. Así fue, regresamos, y en el camino aproveché para invitarles masato (macerado de yuca) en un puesto de venta ambulatoria. Bebimos a gusto y retomamos el paseo. Ellos estaban contentos, porque, si bien no habían podido sacarle nada al alcalde, lograron que yo pague los “platos rotos”.
Haciendo el recuento, el “paseo” había durado dos horas. Al llegar a sus habitaciones, Mario y Luis se echaron en sus hamacas a descansar, mientras que sus esposas preparaban algo de comida. Me presté una hamaca y disfruté el descanso –y la comida– con ellos.
De esta experiencia, me llamó la atención la facilidad –y libertad– con que la gente Yora-Nahua dispone de su tiempo y el disfrute que le ocasiona ir a pasear o “visitar”. Su objetivo es mirar, experimentar y, de paso, conseguir alimento o bebida de alguna persona caritativa. O sea, con esta actitud, que puede ser calificada de “pedigüeña”, en realidad la gente Yora-Nahua provoca e incita el compartir. La preocupación principal no es conseguir el alimento, sino disfrutar el tiempo en tratar de hacerlo.
Ahora bien, luego de analizar estas vivencias, los hallazgos son los siguientes: en primer lugar, los principios evidentes del ocio de los pueblos indígenas Harakbut, Matsigenka y Yora-Nahua, son la socialización y el compartir. La socialización, se refiere a los intereses y necesidades que impulsan a las personas a disfrutar momentos de ocio en compañía, en colectividad. El compartir, es la voluntad o la predisposición de la gente para “invitar” (distribuir) los bienes y servicios que ha logrado acumular y transformar. En segundo lugar, los principios subyacentes del ocio de los pueblos indígenas amazónicos están basados en la libertad de elegir, la atemporalidad y el autotelismo (finalidad en sí misma). La libertad de elegir, es la capacidad que tiene la gente para elegir que hacer, en cualquier momento y circunstancia, y siempre guiada por el deseo o necesidad personal, el que, tarde o temprano, se enlaza con el hacer colectivo. La atemporalidad, es cuando la gente pierde la noción de tiempo cuando está imbuida en el hacer del ocio; es como si el tiempo no existiera o, mejor dicho, como si estuviera sujeto a la duración de la actividad en sí. El autotelismo, es el disfrute del hacer del ocio en sí mismo y no tanto por la finalidad que persigue.
Esta clasificación del ocio en categorías (principios evidentes y subyacentes) y las correspondientes sub categorías (socialización, compartir, libertad de elegir, atemporalidad y autotelismo), tiene dos fuentes: el marco teórico y las vivencias de campo que tuve la oportunidad de experimentar con la gente Harakbut, Matsigenka y Yora-Nahua del suroriente peruano. Como se aprecia en la figura 1, cada una de las vivencias (círculo interior), reproducen, en distintas intensidades y matices, los principios del ocio de la gente del bosque y del río amazónico (círculo exterior).
Las implicancias de este hallazgo se traslucen en los ámbitos social, teórico, empírico y metodológico. En el aspecto social, se comprueba que el ocio –y la ociosidad– son categorías que cada cultura construye de acuerdo a su sentido común (
Geertz, 1994). En otras palabras, una actividad festiva puede ser catalogada como ociosa, sin embargo, para la gente del bosque y del río puede ser un momento de fruición. Por ello, no es apropiado tildar, como ocurre generalmente, a la gente de la selva como ociosa sin antes auscultar el sentido psicosocial de su
quehacer.
En el aspecto teórico, se comprueba que la teoría del
flow (
Csikszentmihalyi et al., 2014;
Nakamura & Csikszentmihayli, 2014) ayuda a comprender, en parte, la experiencia del ocio de los pueblos indígenas amazónicos, por cuanto hay involucramiento en el quehacer al punto que la persona olvida el tiempo, la fatiga y el entorno, hay equilibro entre desafíos y habilidades, hay objetivos claros y retroalimentación inmediata, y hay una gratificación intrínseca. Sin embargo, este modelo teórico es óptimo para analizar las experiencias de ocio que una persona ejecuta de forma puntual, mas no para comprender actividades de ocio multifacéticas, imbricadas, recurrentes, de largo alcance y articuladas a una colectividad como es el caso de los pueblos indígenas amazónicos.
Otros aspectos discordantes con esta teoría, son la concentración intensa en la actividad y el olvido del entorno. Si bien la gente del bosque y del río, al imbuirse en el quehacer del ocio pierde la noción del tiempo, no deja de lado dos cosas fundamentales: su libertad de elegir el hacer y la atención en el entorno que le rodea. En el primer caso, la persona decidirá si continúa con la actividad, pero no guiado por sus habilidades, como propone la teoría del
flow, sino por sus intereses personales u otros quehaceres más atractivos. En el segundo caso, mientras la persona está en modo ocio, activa lo que podemos llamar la
intuición o la
atención subconsciente (“el sexto sentido”, “el tercer ojo”), porque deberá reaccionar ante cualquier situación de riesgo, amenaza o urgencia que ofrezca el entorno. Al respecto, según la neurociencia, el cerebro de una persona que estuvo atenta al presente y a los detalles de su medio, al imbuirse en el quehacer, podrá reaccionar ante una amenaza de manera favorable (
Menéndez de la Prida, 2017, pp. 76–88).
Respecto a la teoría del interaccionismo simbólico, los hallazgos indican que el ocio se construye en sociedad y solidaridad, que contribuye a la cohesión social, que es descentrado y que es el espacio social para la interacción comunitaria. Sin embargo, esta teoría, aunque social, no ayuda a desentrañar aspectos más profundos de la socialización y el compartir indígenas. Por ejemplo, considero que las decisiones autónomas rigen la vida indígena, aunque tales, por más independientes, tarde o temprano, por la misma proclividad o necesidad, terminan articulándose al orden colectivo, grupal o comunitario. Así, el orden social se construye en base a la interacción pautada y consensuada –mas no permanente– de las voluntades y autonomías personales. El engranaje es el compartir, en el sentido amplio.
Considero que la dinámica que la persona encuentra en el grupo redefine su ser, constantemente, pero no lo aleja o lo individualiza, como sucede en nuestro contexto, sino que lo convoca a interactuar con otros seres, dado que en el proceso encuentra fruición (gozo, complacencia).
Así también, ambos principios, la socialización y el compartir, no solo se reproducen juntos, inevitablemente, sino que además están inmersos en formas de recreación comunitaria o
comunalidad, es decir, en festividades de alcance comunal –y a veces intercomunal– que se organizan a partir de las relaciones de parentesco consanguíneo y ficticio, de la reciprocidad, del poder comunal (la “Asamblea Comunal”, por ejemplo), del trabajo comunal (las “faenas” y la ayuda mutua) y del territorio comunal (la convivencia con otros seres). Estas formas de recreación, donde la reciprocidad y la donación son los ejes centrales, son pensadas y ejecutadas colectivamente (
Alavez Mendoza, 2011). El acto de compartir, por tanto, es la expresión tangible de una organización colectiva previa. Sin embargo, la gente Harakbut, Matsigenka y Yora-Nahua tiene una estética de la reciprocidad propia y distinguible: ofrecen un compartir sobrio y abarcador (
Pinedo Macedo, 2024).
Ahora bien, en el ámbito empírico, los hallazgos coinciden con los estudios de
Johnson & Johnson (1975) y
Johnson (1978), por cuanto muchas de las actividades de la gente del bosque y del río catalogadas como “trabajo”, son una forma de recreación (la gente le dedica mayor tiempo al descanso, a dormir, a jugar, a conversar y a visitar). Así también, los hallazgos coinciden con el estudio de
Junquera (1991), ya que los niños y niñas, así como los jóvenes solteros, disponen de más tiempo de ocio que los adultos casados. Sin embargo, no hay coincidencia con la clasificación de las actividades y del tiempo que hacen los tres estudios (actividades productivas vs. actividades de ocio, tiempo libre vs. tiempo de trabajo), dado que resulta infructuoso comprender la experiencia de ocio en términos rígidos (“esto sí y esto no es ocio”) y cuantitativos (“tantas horas de ocio, tanto de porcentaje, tanto de frecuencia”, etc.). El ocio indígena no es un tema de cantidad, sino de ductilidad, es decir, que cualquier actividad, en apariencia rígida e inmutable, puede “deformarse”, acomodarse o convertirse en una experiencia de ocio. Por ejemplo, la elaboración de artesanías, que puede ser catalogada como una actividad monótona, esforzada, duradera e incómoda (de hecho lo es por momentos), puede transformarse o convertirse en una actividad que genera una “experiencia óptima” o
flow. Precisamente, cuando la gente del bosque y del río amazónico teje, en realidad fluye en el
transcurrir.
Los hallazgos, también coinciden con el estudio de
Molina (2010), porque las prácticas rituales y los espacios para el juego de la gente indígena amazónica promueven el encuentro, el placer y la recreación. Sin embargo, no hay coincidencia con ello de que las experiencias de ocio son procedimientos de resistencia frente al modelo económico neoliberal. Considero que el ocio indígena amazónico, aparte de incluir experiencias externas a su cultura, como el fútbol, fluye a través de la modernidad sin contradicciones políticas e identitarias. El ocio, más que una forma de protesta, es una
propuesta ontológica para la vida moderna.
Así también, los hallazgos coinciden con el estudio de
Pinedo Macedo (2024), especialmente en el uso común de las subcategorías libertad de elegir, atemporalidad, autotelismo, socialización y compartir. Sin embargo, dichas subcategorías, en el presente estudio, están agrupadas en la categoría “principios del ocio”, a diferencia de
Pinedo Macedo (2024), que las considera como “características del ocio” (libertad de elegir, atemporalidad y autotelismo) y “motivaciones del ocio” (socialización y compartir). Otra diferencia, es que el estudio de
Pinedo Macedo (2024) habla, aparte de características y motivaciones, de las manifestaciones del ocio, que son: fiestas y celebraciones, paseos o visitas, conversaciones, ver televisión y el celular, jugar al fútbol y al vóley, elaborar artesanías y materiales de caza y pesca, viajar por el río, e ingerir plantas sicoactivas. Considero que la socialización y el compartir, al igual que la libertad de elegir, la atemporalidad y el autotelismo, son los principios evidentes y subyacentes, respectivamente, del ocio de los pueblos indígenas amazónicos, ya que se manifiestan, en distinta intensidad y continuidad, en toda manifestación o motivación del ocio.
Los hallazgos también coinciden con el estudio de
Soares (2017), por cuanto el ocio de la gente del bosque y del río se desarrolla en la cotidianeidad y está ligado a las festividades sociales, a bañarse en el río, a las visitas a las ciudades y al uso de las tecnologías. Así también, hay coincidencia con las asociaciones ocio y temporalidad (la actividad se desarrolla en un tiempo dado), ocio y alteridad (la concepción de ocio se construye en comparación con el otro), y ocio y sostenibilidad cultural (la actividad contribuye al fortalecimiento y la cohesión social). Sin embargo, no se halló una relación entre ocio y territorialidad, porque la gente indígena amazónica no desarrolla un sentido de pertenencia permanente con el territorio, sino más bien un sentido de
estar o
habitar transitorio y utilitario (“Yo soy el territorio que pisan mis pies”, diría la poeta
Danitza Cenepo Tapullima, 2023). Por tanto, el ocio indígena amazónico puede desenvolverse en cualquier circunstancia y lugar; solo se requiere motivación para hacerlo.
Los hallazgos también coinciden con el estudio de
Vinha et al. (2013), porque el ocio se trasluce tanto en las prácticas deportivas de origen externo como en las tradicionales. Sin embargo, no hay coincidencia con el hecho de que la gente valora o prefiere una práctica foránea por sobre la autóctona, o si diferencia una de la otra. Considero que las poblaciones indígenas amazónicas entran en modo ocio sin discutir el origen, la historia o la pertinencia cultural o identitaria de la actividad, ya que prefiere divertirse y compartir. Otro hallazgo, distinto al de
Vinha et al. (2013), es que el ocio no es un “distractor” social que mimetiza y disimula las contradicciones sociales indígenas, al contrario, es una expresión de libertad que se manifiesta pese, incluso, a un entorno sociopolítico adverso.
Finalmente, en el ámbito metodológico, el ocio de la gente del bosque y del río puede conocerse, a profundidad, mediante la observación participante y las conversaciones informales, pero, sobre todo, disfrutando o siendo parte de la vivencia, de todo corazón (
Guerrero, 2010). Considero, al contrario de la teoría interpretativa (
Geertz, 2003), que se puede comprender una experiencia –y sus principios evidentes y subyacentes– siendo parte de ella y disfrutándola a plenitud, y no solo mediante una inmersión profunda y sostenida que produzca una “descripción densa”.
Conclusiones
Primera.- El ocio de la gente del bosque y del río amazónico tiene los siguientes principios evidentes: la preferencia por socializar y la inclinación por compartir. Aunque, por lo general, una persona elige el quehacer guiado por sus deseos e intereses personales, tarde o temprano tendrá que articularlos al grupo social del que es parte. La persona que ejerce el ocio, por tanto, está “obligada” a compartir su fruición con la estructura social que lo sustenta. Pero no es solo participar de la actividad en relación a los demás, si no que dicha obligación–intención está amalgamada por un acto concreto, que es el compartir. Así, el ocio indígena refleja la vigencia del compartir como principio de vida colectiva.
Segunda.- Los principios subyacentes del ocio de la gente del bosque y del río amazónico son: la libertad de elegir, la atemporalidad (no toma en cuenta el tiempo) y el autotelismo (el desarrollo de la actividad en sí genera fruición). La libre decisión está precedida por el discernimiento del presente, es decir, el indígena amazónico, si bien planifica lo que debe hacer y recuerda lo que hizo, elige hacer lo que el presente le ofrece como oportunidad. La persona indígena es cazadora de las circunstancias, es pescadora de la oportunidad y es recolectora del beneficio. Identificar esta ventaja y aprovecharla en el instante, es el principio de la experiencia de ocio. Habrá fruición en el proceso, de principio a fin, aunque no obtenga lo que esperaba. Bajo este modelo de la circunstancia, el tiempo no existe, solo el quehacer y lo que este dura. La gente transcurre en las circunstancias y, por tanto, reacomoda y retroalimenta constantemente el antes y el después.
Referencias bibliográficas
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