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Sesión de Ayahuasca en luna llena. Natanael, se manifiesta


Para Nicomás, el probo aprendiz. 

¿Quién es Natael o Natanael? Pues yo mismo no lo sé bien, ja, ja, ja. Lo que pasa es que mientras cantaba, oraba y soplaba, ese nombre, como otros que no recuerdo, vinieron a mi mente y lo vocalicé. Nicomás, el joven aprendiz que vino desde la ciudad del Cusco hasta Quillabamba para su primera toma de Ayahuasca, al escuchar el nombre durante la sesión, pensó que me había equivocado. Pero no, no me equivoqué, ese nombre saltó, salió y fue enunciado. Vamos por partes. 

Nicomás, el aprendiz ––aunque él aún no lo sabe––, llega a Quillabamba el día viernes 19 de julio de 2024 a las 21:00 horas. Yo pensé que llegaría a las 15:00 horas, porque vi su boleto de viaje y decía que salía del Cusco a las 10:00 horas, así que, en cinco horas, debía llegar a Quillabamba. Cuando le escribo, media hora antes de las 15:00 horas, para decirle dónde estaba, me responde con un “Ups” en el wasap. Pasa que tanto él, como su padre, quien compró el pasaje, leyeron 10:00 pm y no 10:00 horas, ja, ja, ja. Bueno, eso, para mí, fue una advertencia, una timbrada. Había que tomar atención a este suceso.

Como perdieron el bus de las 10:00 horas, tanto el padre como Nicomás (en adelante, Aprendiz), apresuraron las cosas y compraron un boleto para las 16:00 horas de ese mismo día. Así, Aprendiz llegó el día viernes 19 a las 21:00 horas a Quillabamba. Lo recibí en el terminal terrestre del bus. Yo vivo al lado, en el hostal “Paraíso Tropical”. Acomodo a Aprendiz en una habitación y duerme allí tranquilo, aunque no tran tranquilo, porque al día siguiente me dice que le molestó el ruido de las motos de la calle. Segunda timbrada: Aprendiz, está acostumbrado a recibir la comodidad por la que paga. 

El hecho es que Aprendiz, al llegar, me dice que tiene hambre, que quiere algo sólido, que el viaje fue pésimo, que le dolió la cabeza y que la ventana del asiento de adelante no se podía cerrar, así que se tragó todo el aire frío. Aprendiz, quiere algo sólido para su barriguita. Aprendiz, ya se cansó de la dieta y de comer galletas y agua. Tercera timbrada: Aprendiz, está engreidito por sus papis. Bueno, yo también lo engrío, para que esté tranquilo, así que nos vamos a comer una suculenta y caliente sopa de fideos de dos soles. Aprendiz, de hambre, la come y la disfruta (no le quedó otra). 

Yo duermo plácidamente esa noche, aunque me doy cuenta que Aprendiz es muy joven todavía, y que probablemente no tenga cuerpo para La Planta y sus saberes. Al día siguiente, a las 7:00 horas, nos vamos al cerro donde está la cruz. Llegamos tranquilos, sin agotamiento. Aprendiz, tiene buen físico. Bien. 

Bajo la sombra de la cruz, desayunamos frutas y conversamos. Abordamos varios temas, cruciales para él y para mí, porque tenía que saber con quién hablaba, y si tenía la madera para La Planta. 

Bajamos del cerro, conversando. Las lecciones y van y vienen. Aprendiz, aporta. Habla poco, pero su discernimiento es preciso, conciso y seguro. A veces se toma una pausa para pensarla; tiene la gran habilidad de procesar las cosas antes de decirlas. Cuando termina su pausa, su perspectiva es refrescante e innovadora. Sus palabras “dan al clavo”. No solo ello, te permiten otros enfoques. Aprendiz, habla poco pero dice mucho. 

El resto de la mañana cada uno a su habitación. Yo, con los asuntos de los exámenes de la Alta Especialización de Pueblos Originarios e Interculturalidad de la “Yuniq” (mis notas son terribles, ja, ja, ja). 

Antes de las 13:00 horas, Aprendiz, me busca. Tiene hambre. Las frutas no fueron suficientes, no sé si para su estómago o para sus deseos de comer rico y en abundancia. En fin, nos vamos a comer, pero, oh sorpresa, el almuerzo también es fruta y mates, ja, ja, ja. 

Luego, nos vamos a la plaza de la Hallpa (que otros llaman la plaza de Las Banderas o plaza Bolognesi). Nos sentamos y hallpamos. Allí la conversación terapéutica se desarrolla con profusidad. Abordamos temas cruciales para Aprendiz. Es más, esbozamos tareas, instrucciones y decisiones que él debe tomar. Hasta aquí, y para mí, la sesión de Ayahuasca, sin haberla hecho, ya había avanzado al 90%, pero, como sabemos, con La Plantita nunca se sabe, y le advierto al aprendiz: “una cosa es lo que hemos hablado hasta el momento y otra cosa, la más importante, es lo que La Planta nos diga esta noche”. 

Nos vamos a descansar. Busco a Aprendiz en su habitación, a las 22:30 horas. Le digo que se bañe con el agua fría y que remoje su mocha (cabeza) durante tres respiros largos y con las manos en posición de oración. Lo necesito despierto y atento, fresco. A las 23:00 horas acomodamos los instrumentos. A eso de las 23:30 horas, luego de las explicaciones, recomendaciones y de advertirle sobre las “letras chiquititas del contrato”, Aprendiz decide continuar con su ímpetu de tomar Ayahuasca para buscar sanación y respuestas. Aprendiz, está aquí para solucionar su vida, y cree y confía, como lo hizo su padre en su momento, que hoy sucederá eso, que hoy tendrá la visión, los colorcitos, las sensaciones y poderes que él lee en el libro “Las tres mitades de Ino Moxo”. 

Yo tomo una buena cantidad, así como para curar, icarear, orar, hablar, soplar, absorber, limpiar, frotar (mejor sería decir sanar acariciando) y sonajear. Al Aprendiz, luego de haberlo evaluado por un día, decido darle poquito, como para que no se asuste en la primera, como dicen los grandes maestros. Así es, hay que empezar de a poquitos, especialmente con los apuraditos. 

Acomodo a Aprendiz en una silla incómoda. Por su puesto, a propósito. Empiezo a cantar cuando siento el movimiento de La Planta en mi estómago. No vomité, como en otras ocasiones; claro, estuve a punto de frutas y agua por tres días, ja, ja, ja. En fin, ni habían pasado quince minutos, cuando Aprendiz ––reitero, él aún no sabe que es mi aprendiz––, se queja y dice “no siento nada, me duele la espalda por la silla”. Ja, ja, ja. Está incómodo y se mueve. No está quieto. Le hago esperar un poco más, allí sentado, por su puesto, a propósito, porque sé que es una majadería. Luego, me compadezco de su pobre ira, de su innecesaria frustración, y lo mando a echarse a la cama, el lugar más cómodo para trabajar. Bueno, ñaca, nada. Aprendiz, sigue descontento, no siente nada, ja, ja, ja. Luego, me confesó lo que pasaba por su cabeza en ese momento: “tanta dieta, tanto viaje, tan feo el viaje, en este lugar vetusto, en esta habitación de 20 soles, ¡para no sentir nada? Wuaaaa”. Aprendiz, piensa que porque pagó, debe tener visiones. Iluso.

De todas formas, La Plantita viene a mí con todo. Se abren mis oídos, mis ojos y mi garganta (mi corazón siempre está abierto, al igual que mi mente). Siento que vibro en el interior, pero no es una vibración tipo teléfono celular, no, es una vibración sutil, muy sutil, casi imperceptible, pero está allí. Es el inicio, el comienzo de todo…

Mientras canto, como siempre, las palabras o las frases o las secuencias de las palabras y las frases toman tonos diferentes, hasta de tres tipos en esta ocasión. Es más, varias de las frases se reiteran o repiten de forma aleatoria, es decir, las digo una vez, luego digo otras frases o palabras no relacionadas, y las primeras regresan como para terminar de acuñar o repujar el inicio. Las frases, que tienen temas distintos y abordan puntos específicos, se entrecruzan y reiteran entre sí, pero ni siquiera en un mismo tono, sino en varios. Parece una sinfonía. Mejor dicho, parece cuando una sinfónica está calentando antes del concierto: se escucha un trombón por allá y una flauta por acá, sin relación aparente, solo ruido aleatorio. Se atropellan o van y vienen una detrás de otra, pero, milagrosamente, suena bien, suena casual, suena a una sinfonía sin poder serlo. Algo así me pasó. La sinfonía de mis palabras, de mis frases, aparecían sin un orden establecido, pero sonaban, y sonaban bien. No solo ello, también sanaban.

Lo interesante, es que algunas de mis frases son conscientes, quiero decir, las armo en mi cabeza (“son propiedades del aire”, diría Ino Moxo), según lo que me dicta el corazón y mis sentimientos, y las saco en la voz. Pero no, esta vez, como ya me viene sucediendo con más intensidad y frecuencia, algunas palabras no son de mi conciencia, sino de otra, son de La Planta, desde luego. Ella, toma el control y se retira, como las olas del mar. Regresa y se va. Entonces, maridamos, contrapesamos, hacemos el balance, el equilibrio: canto lo que siento cuando Ella se retira y digo lo que Ella quiere cuando regresa. Hacemos nuestra sinfonía. Sí, y Aprendiz escucha incómodo y malhumorado porque no siente nada, ja, ja, ja. 

Como dije, salieron muchas palabras, muchas frases, algunas incoherentes o sobresaltadas o inmediatamente una después de la otra sin que haya conexión aparente entre la primera y la segunda palabra u oración. Pienso, que esta vez, La Planta y yo, trabajamos en más de dos niveles, como en otras ocasiones. Esta vez se manifestaron de tres a cinco niveles. Con niveles, me refiero a los distintos tonos que asume mi voz. Y, como ya expliqué en otro post, cada tono llega a un punto específico del cerebro o del corazón o del alma. Obviamente, no sé a cuál, ja, ja, ja. Pero, eso sí, tengo la certeza de que llega, porque “las cosas no son como son, sino como lo que son”, como diría Ino Moxo. 

En fin, mientras La Plantita y yo dábamos “el Concierto de Luna Llena”, hoy, sábado 20 de julio de 2024, Aprendiz estaba incómodo, insatisfecho. Eso sí que me causó risa, algo que, precisamente, le hacía falta a mi aprendiz, sí, la risa. Entonces, La Planta, tomó el control, una vez más, del asunto de mi voz (como le dije al aprendiz después, yo solo soy una radio: transmito lo que otros hablan). Fue entonces cuando enuncié nombres extraños que ahora no recuerdo, ja, ja, ja. Pero, bueno, uno de ellos fue Natael o Natanael. Luego, La Planta me hizo reír, pero no fue esa risa estrambótica que suelo soltar luego de un buen chiste. No, no fue esa risa que parece una ofensa, fue una risa teatral, representada, enunciativa. El enunciado, cantado, fue algo así: 

––Aprendiz, Aprendiz, Aprendiz, ríe, ríe, sonríe, sonríe, Aprendiz, Aprendiz, ríe, ríe, sonríe, JÁJAJA, JÁJAJA, JÁJAJA. Aprendiz, Aprendiz, JÁJAJA, JÁJAJA, JÁJAJA. 

Era una risa sobria, hasta diría seria. Como dije, era una risa representada, teatral, enunciativa, lectiva. 

Bueno, retomemos. El asunto es que dije, no sé por qué, Natael o Natanael. Luego del desayuno, y de calmar las angustias y frustraciones de Aprendiz, le pregunté: 

––¿Quién es Natael o Natanael, te suena ese nombre?

––No, pensé que te habías equivocado. 

––No, no, salió ese nombre, pero no sé por qué.

––Ni idea. 

En fin, sentados, allí en la plaza mayor de Quillabamba, seguíamos conversando con Aprendiz. Le contaba lo que me dijo La Planta de él. Bueno, más que todo, le explicaba todo lo que La Planta me dijo que le dijera a él. Hubo un momento en que Aprendiz habló más que en los dos días que estuve con él. Me sorprendió. Pasa que durante mi alocución de anoche, entre los nombres que mencioné, que no recuerdo, también mencioné el de su hermano. Los canté juntos, mencioné sus nombres juntos, unidos, es más, como si uno fuera el otro. O sea, cuando quería decir Aprendiz, decía, Perdiz, y cuando quería decir Perdiz, decía Aprendiz. Cuando le comenté esto a Aprendiz, habló como si nunca hubiera hablado en su vida. Hiló más oraciones que mi señora cuando me reclama, ja, ja, ja. Por fin conocí a Aprendiz y sus profundas aflicciones. Como dije, lo que hablamos ayer en el parque de la Hallpa, no se compara con lo que salió esa misma noche después de tomar La Plantita. Lo que hablamos en el plano ordinario, es insuficiente y superficial. Lo que sale del plano extraordinario, es relevante, es trascendental. 

En eso, mientras hallpábamos, y Aprendiz trataba de sonreír, de acumular por lo menos un “ja”, se acercó Flora. Ella es una flor que florece a donde va. Es una Vieja Sabia. Manos cariñosas, dadivosas, arrugadas. Rostro fértil y frontal. Me saluda y mira a Aprendiz y me dice: 

––¿Es tu hijo? ¡Dime que es tu hijo! ––y se agarra la cara con las dos manos. 

––No, no, no es mi hijo, es el hijo de un gran amigo, aunque, ahora que lo pienso, pues sí, sí, es mi hijo.

Aprendiz ––quien aún no sabe que es mi aprendiz––, en este plano se llama Nicomás, pero en otro plano, y, tal vez, en otra vida, se llamaba Natanael, mi hijo. 

Donaldo Humberto Pinedo Macedo.

Quillabamba, domingo 21 de julio de 2024, luego de una sinfonía de luna llena.

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