He oído repetidas veces que debo olvidar mi pasado para vivir tranquilo el presente. Lo he intentado y considero que lo hice muy bien; me di la tarea de enterrar varios de esos acontecimientos desagradables y he guardado para mi gozo aquellos maravillosos. Un sentimiento de felicidad se apoderó de mí fácilmente por el logro, aunque luego noté que aquello era efímero, porque de pronto el pasado saltó sobre mí, no como una idea (ya que estaba enterrada), sino en el rostro de una persona que vi mientras caminaba... Después del sobresalto, me convencí de que el pasado nunca muere, ni se olvida, sólo descansa en los remansos de la memoria para brotar estrepitosa y repentinamente en nuestras narices, sea a través de nuestros recónditos sueños o en las infinitas probabilidades de la vida cotidiana. La verdad que en ese momento no tuve cara para enfrentar mi pasado. Pero luego de la reflexión inminente la acción fluyó con serenidad: decidí enfrentar ese rostro del pasado, mirarlo con frente alta (no orgullosa), con ojos firmes (no altivos), con voz tranquila (no pasiva), con mano firme (no dictadora), con palabras sobrias (no soberbias). El rostro de aquella persona, que me pareció desagradable y hasta burlesca al momento de aparecer, cambió totalmente ante la nueva actitud, ante el nuevo Ser que se manifestaba. Enfrenté mi pasado y ahora simplemente lo recuerdo de otra manera.
He oído repetidas veces que debo olvidar mi pasado para vivir tranquilo el presente. Lo he intentado y considero que lo hice muy bien; me di la tarea de enterrar varios de esos acontecimientos desagradables y he guardado para mi gozo aquellos maravillosos. Un sentimiento de felicidad se apoderó de mí fácilmente por el logro, aunque luego noté que aquello era efímero, porque de pronto el pasado saltó sobre mí, no como una idea (ya que estaba enterrada), sino en el rostro de una persona que vi mientras caminaba... Después del sobresalto, me convencí de que el pasado nunca muere, ni se olvida, sólo descansa en los remansos de la memoria para brotar estrepitosa y repentinamente en nuestras narices, sea a través de nuestros recónditos sueños o en las infinitas probabilidades de la vida cotidiana. La verdad que en ese momento no tuve cara para enfrentar mi pasado. Pero luego de la reflexión inminente la acción fluyó con serenidad: decidí enfrentar ese rostro del pasado, mirarlo con frente alta (no orgullosa), con ojos firmes (no altivos), con voz tranquila (no pasiva), con mano firme (no dictadora), con palabras sobrias (no soberbias). El rostro de aquella persona, que me pareció desagradable y hasta burlesca al momento de aparecer, cambió totalmente ante la nueva actitud, ante el nuevo Ser que se manifestaba. Enfrenté mi pasado y ahora simplemente lo recuerdo de otra manera.
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