Autores: Alfredo Encinas Martín, Ángel Pérez Casado y Rafael Alonso Ordieres.
Mi paso por el INC me ha permitido saborear algunas circunstancias y procesos, talvez no tan profundos ni de largo alcance, pero los necesarios como para orientar mis opiniones que pretendo generen reflexión. Permítanme realizar esta presentación entrelazando dos grandes temas: historia y pueblos indígenas amazónicos.
Historia y Patrimonio Cultural son conceptos ligados. Podríamos decir que todos los hechos históricos narrados en este libro tienen la presunción legal de ser considerados Patrimonio Cultural. Pero de hecho, sin necesidad de asistir al reconocimiento del Estado, los hechos aquí narrados son patrimonio cultural del pueblo Convenciano, porque tienen gran valor social y religioso para quienes vivieron su historia y para quienes la heredaron.
Pasando al libro, quiero destacar el uso de las fuentes no tradicionales para entender mejor los procesos históricos. Por ejemplo, el capítulo “Demografía e Inmigración” utiliza los libros parroquiales de bautismos, matrimonios y defunciones para complementar la información demográfica que los censos nacionales presentan con bastante generalidad.
Pero más allá de comparar y complementar unas fuentes con otras, resalta el conocimiento que los autores tienen de las condiciones culturales, sociales y económicas de los pobladores convencianos quechuas y matsiguenkas. Esta circunstancia, pocas veces lograda, genera calidad en el análisis. En hora buena este libro no sólo presenta la sucesión de hechos cronológicos sino interpretaciones de la realidad Convenciana según factores condicionantes. Al leer sus páginas podremos entender porqué los inmigrantes quechuas y su realidad socio económica fueron los principales agentes que generaron transformaciones estructurales en el sistema de haciendas y porqué los matsiguenka nunca fueron parte sustancial de este proceso.
Aunque los autores analizan el tema de la colonización del Alto y Bajo Urubamba con fina óptica, no dan cuenta de la calidad y las consecuencias de las relaciones sociales entre inmigrantes de origen quechua y poblaciones originarias de la amazonía. Este aspecto resulta vital para entender, por ejemplo, la configuración de la actual identidad cultural Convenciana y la dinámica de sus expresiones.
Otra virtud de los autores es no ver la historia de La Convención como un todo unísono y sintomático, como si la provincia más extensa de la región se hubieran generado los mismos hechos y las mismas causalidades. Nada más acertado que mirar la complejidad de los detalles históricos del territorio convenciano, porque gracias a esta visión podemos diferenciar los sucesos acontecidos en Vilcabamba, Alto y Bajo Urubamba y en el resto de la provincia.
Un aspecto que siempre resulta esquivo e impreciso para muchos investigadores y agentes de la administración pública es el número de población indígena amazónica en la provincia. A la pregunta ¿Cuántos son los matsiguenka, yine, ashaninka, caquinte y nanty en la provincia de La Convención? Los autores, gracias a su acercamiento e incidencia en la mayoría de las comunidades nativas del área, saltan esta valla con facilidad.
Hablando de culturas de origen amazónico o pueblos indígenas amazónicos, es necesario aclarar tres cosas:
Primero, los autores mencionan que son cuatro las etnias amazónicas en la provincia: los matsiguenka, ashaninka, yine y caquinte, y que están ubicados en tres distritos, Echarati, Pichari y Kimbiri. Cuando dejamos de ver las comunidades nativas y nos concentramos en los pueblos indígenas, encontraremos además la presencia de los pueblos nanty y yora (nahua), quienes viven en asentamientos en el caso de los nanty o en zonas de tránsito en el caso de los yora. Más adelante los autores corrigen esta imprecisión aunque no asumen la presencia de los yora. Por otro lado, hay una comunidad nativa (Yoquiri) en el distrito de Quellouno y el asentamiento Lima Tambo en Vilcabamba, como bien apuntan los autores luego. Entonces, tendríamos la presencia de población indígena amazónica en cinco de los once distritos de la provincia; y seis de los siete pueblos indígenas asentados en la región Cusco están en La Convención.
Segundo, dentro de las áreas naturales protegidas los autores mencionan la existencia de la Reserva Comunal Vilcabamba. Tal no existe en el espacio convenciano. En cambio tenemos el Parque Arqueológico Nacional de Vilcabamba, que no es un área natural protegida, sino un área territorial manejada por el INC. También existía la Zona Reservada del Apurimac, que el año 2003 fue categorizada en tres áreas: Reserva Comunal Machiguenga, Reserva Comunal Asháninka y Parque Nacional Otishi. Sospecho que a estas zonas se refieren los autores.
Tercero, son cuatro las organizaciones indígenas amazónicas de segundo nivel que tienen incidencia directa en la provincia: COMARU, CECONAMA, FECONAYY y OARA, pero no OIRA (Organización Indígena de la Región Atalaya) como mencionan los autores. Al respecto de las organizaciones indígenas, considero que al describir sus funciones llanamente no es posible avizorar su protagonismo histórico e incidencia actual en la sociedad convenciana. También sería importante analizar la formación de nuevas organizaciones indígenas en el área, como CEPOYY (Central de Pueblos Originarios Yine Yami) que pretende reemplazar la hegemonía de FECONAYY en las comunidades nativas del Cusco. También considerar el rol protagónico que cada vez tienen los colonos de la CECOABU (Central de Colonos Asociados del Bajo Urubamba) o de otras organizaciones que agrupan tanto a colonos como a indígenas del Bajo Urubamba, como el CGBU (Comité de Gestión del Bajo Urubamba). ¿Cuál es el alcance y la importancia de estas organizaciones en la configuración de la sociedad convenciana? Sería un derrotero que valdría la pena considerar en el futuro.
Aún el gran esfuerzo que los autores despliegan para interpretar la historia de los pueblos indígenas amazónicos, tengo la sensación que la historia contada por los propios indígenas sigue ausente. Su versión de la historia sigue siendo un misterio para la gran mayoría de los Convencianos y es a la vez un sutil privilegio de quienes comparten por breves momentos el masato y la hoja de coca.
Siguiendo la pauta instaurada en la primera parte del libro, la historia religiosa de la Convención se desenvuelve en tres escenarios: en las haciendas, en Vilcabamba y en las comunidades machiguengas. Cada escenario produce sus propias particularidades religiosas; casi podríamos hablar de procesos independientes. Me resultó interesante leer las nociones que los primeros dominicos tenían sobre la religiosidad matsiguenka y cómo las ideas cambiaron gracias a la influencia de la teología de la liberación. Por ejemplo, si otrora los matsiguenka eran considerados “ateos prácticos” por los misioneros dominicos, a partir de 1950 se genera un descubrimiento de la religiosidad machiguenga a través de los estudios pioneros del Padre Secundino García; así también, los misioneros asumen el reto de acompañar a los indígenas en la absolución de sus reivindicaciones y les brindan con ahínco y esfuerzo salud y educación formal.
Me llamó la atención una frase que acuñó el autor de este capítulo: “Indudablemente, que el acopio y estudio de este valioso material antropológico-religioso, ha podido y puede ayudar a la pastoral evangelizadora-cristiana del machiguenga” (p. 387) Permítanme con todo respeto discordar con esta idea. Pero ante la disyuntiva recuerdo las palabras que en el año 2005 me dijo el entonces obispo coadjuntor del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado, el Padre Francisco González Hernández: “Hombre, no importa a qué religión pertenezcas, lo importante es que tengas la luz de Dios en tu corazón”. Pienso que talvez antes de considerar la información religiosa matsiguenka como insumo para la evangelización cristiana, talvez la debamos considerar como una manifestación más de la luz de Dios, de un Dios propio, de una “revelación verdadera” propia. Talvez sea importante reconocer esa luz de Dios en las personas sin considerar su condición étnica, religiosa, de género o socioeconómica, sino simplemente su condición de seres humanos. Y talvez lo más importante sea asegurar que esa luz nunca se extinga y más bien se irradie hacia los demás.
En ese sentido, valdría el esfuerzo analizar la historia de la religiosidad indígena amazónica: ¿Qué tanto se ha transformado desde la ingerencia del cristianismo? ¿Qué tanto influye en la vida de sus depositarios y en la del pueblo convenciano? Con una actitud ecuménica e intercultural esta valla sería nada más que una pequeña piedra en el camino.
Estoy convencido que al leer este libro ustedes notarán el esfuerzo invaluable desplegado por los misioneros dominicos al acompañar a los pueblos indígenas amazónicos en sus reivindicaciones políticas, territoriales, educativas, culturales y de salud. Gracias a ellos hay escuelas en las comunidades nativas, docentes con formación intercultural bilingüe, puestos de salud, programas de apoyo económico y laboral a través del ecoturismo, la carpintería y la crianza de animales menores; asesoramiento legal, publicaciones de corte cultural y social de coyuntura, líderes indígenas y formación permanente de espíritus libres en Dios. Por todo ello permítanme agradecerles.
Donaldo Pinedo.
26 de septiembre de 2008.
Comentarios
Publicar un comentario