Sin mayor preámbulo que una sonrisa se acercó bella, radiante, exquisita; no decía palabra alguna, las balbuceaba, como aquellas personas que al nacer extravían su inteligencia deliberadamente. Tan alta, tan bonita, una señorita hermosa y desconocida de pronto me sonreía con la simpleza de sus intenciones.
De inmediato pregunté al de arriba ¿Qué gracia he alcanzado para tal dicha? La respuesta también vino de inmediato, porque la inocencia llama a la inocencia; no hay regla de reverso en los imanes hechos con la Gracia Divina. Así fue y así lo entendí cuando la bella ternura hecha señorita con gran esfuerzo pero llena de gracia se dirigió a mi hijita y le dijo: “¿Bebé, bebé? Agugú bebé”. Ella, con la inteligencia truncada, y mi bebé, con la inteligencia en ciernes, de inmediato congeniaron... eran Sol y Luna, Tierra y Agua, Aire y Fuego, Amor y Ternura.
Entonces comprendí que no hay regla, no hay edad, no hay razonamiento, no hay palabra, no hay matemáticas ni fractales, no hay universidad ni títulos, no hay protocolo ni saludo, no hay causa ni efecto, no hay voluntad ni predestinación, no hay alma gemela ni karma desembocado, no, no hay nada de ello cuando la inocencia llama a la inocencia, cuando el caudal del principio empieza a fluir por enésima vez, aquí, en este parque de la alegría que conocemos como sociedad.
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