De Isabelle Combès y Vera Tyuleneva (editoras), Instituto Latinoamericano de Misionología UCB e Itinerarios Editorial (Cochabamba, Bolivia), 2011, 458 p.
Antes de examinar esta publicación, se me permita ofrecer una breve noticia sobre las editoras. Cada una ha concentrado su espacio de investigación en diferentes lugares, Isabelle en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, y Vera en la ciudad histórica del Cusco, Perú, dos urbes que más allá de compartir azares y esperanzas, en esta oportunidad coinciden para tejer, a través de la urdimbre más fina que pueda proveer la pericia científica, una historia poco conocida o más bien bastante mistificada, la del Paititi, y de su relación con aquella extensa parcialidad que los incas llamaron el Antisuyu. A buena hora que la junta de Vera e Isabelle, promovida por los intereses comunes y la amistad nutrida, haya generado un conjunto de textos novedoso, interesante y controversial.
La edición está dividida en dos partes. La primera presenta nueve ensayos con diversas perspectivas y formas de abordar el mismo tópico, mientras que la segunda, bajo el título de anexos, incluye un número importante de crónicas, relaciones, informaciones y otras fuentes escritas provenientes de archivos coloniales. Con todo ello, el libro es una pieza insustituible en la construcción del edificio académico en torno al genérico término “antis”.
Aunque nuestras ambiciones y esperanzas exacerban con facilidad lo insólito y tratan de estirar al punto más extremo la imaginación cuando se trata del Paititi, el libro tiene ese don que solo el académico suspicaz posee, el de poner una pausa a todo ello y reconstruir la dimensión histórica que por mucho tiempo se le ha negado. La descripción detallada de lugares y rutas, el estudio de los topónimos, el uso e interpretación de testimonios escritos, las causas de las migraciones hacia el oriente y sus consecuencias, así como otros esfuerzos presentados con dinamismo, permiten acercarse con más certeza al imaginario de las sociedades que poblaron la alta Amazonía de Bolivia, Paraguay y Perú durante los períodos prehispánico y colonial.
Vera Tyuleneva abre el volumen con su ensayo “El Paititi y las expediciones incas en la selva al este del Cusco”, en donde analiza las fuentes escritas dejadas por los cronistas españoles e indios para aproximarse a las entradas que los ejércitos incaicos liderados por Inka Roka, Pachakuteq y Tupaq Yupanki, hicieron al oriente de los Andes. Aparte de este acucioso trabajo de archivo y el uso connotado de las fuentes, el ensayo lleva consigo varios agregados sustanciosos, entre ellos el esfuerzo de la autora por desenmarañar el mito del Paititi y por encontrar sus incoherencias.
Gregory Deyermenjian, reconocido explorador norteamericano y tal vez una de las pocas personas que ha recorrido las rutas más recónditas hacia el este del Cusco, presenta su artículo “El camino de piedra de la cordillera de Paucartambo y los Caminos al Paititi”, donde describe con precisión el camino inca que va por el “lomo” de la cordillera de Paucartambo en Cusco, y del cual se desprenden como diminutas venas otros caminos que se pierden en los tupidos bosques lluviosos del este. Para el autor, quien sigue las huellas del mito de Inkarri narrado por los habitantes de las comunidades Q’ero, el Paititi estaría ubicado en la meseta de Pantiacolla y, por ende, las innumerables vías que conducen hacia el este le deberían su existencia. Gregory conoce a la perfección esos caminos y ha registrado varios emplazamientos incas a lo largo de ellos, pero su intención no es hallar el Paititi y dar veracidad a la tradición oral de los Q’ero, sino evidenciar el “último punto” que dejaron los incas en su travesía hacia el Antisuyu.
Jorge Flores Ochoa, renombrado catedrático de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco, presenta un breve ensayo titulado “El Paititi existe”. Con sugerente título de inmediato el mito cobra vida e incluso da fe de su existencia en aquel complejo de ilusiones, esperanzas y realidades que llamamos imaginario colectivo. Pero entonces ¿Bajo qué supuestos o causales este imaginario se vuelve tan palpable como la realidad? ¿Acaso lo que conocemos como realidad es diferente para unos y otros? Queda claro para el autor que el Paititi es un mito para quienes lo han buscado guiados por la ambición y la fama. Sin duda quepan en esta interminable lista todos aquellos exploradores foráneos que, debido a sus fracasos, han alimentado la semilla de la incredulidad. Pero el otro lado de la moneda tiene otro rostro y es el de aquellas personas que, sin proponérselo, de pronto y por apenas unos segundos eternos avistaron o se hallaban en medio del majestuoso Paititi y sus riquezas, para luego, y de igual forma, encontrarse cobijados por la cálida espesura de la selva sin más posesión que su inusual vivencia. En este selecto grupo, que da fe de lo vivido sin reconocer causa ni coordenada, están algunos agricultores, ganaderos y cazadores indígenas que dan realidad existencial a lo que de otra manera sería una ilusión.
Donato Amado, reputado historiador con una larga experiencia laboral en el Proyecto Qhapaq Ñan de la Dirección Regional de Cultura de Cusco, presenta su artículo “El Qhapaq Ñan y la entrada de los inkas al Antisuyu”. Amado tiene mucho de aquellos historiadores clásicos, pegados a las fuentes históricas, pero también se distancia de ellos para generar interpretaciones de avanzada gracias al uso que hace de las fuentes etnológicas, arqueológicas y de la teoría antropológica. Con estas herramientas el autor propone la delimitación del espacio conocido por los incas como Antisuyu; menciona que los ceques, o líneas rituales imaginarias del Cusco, no eran imaginarias del todo, sino que, dadas las características irregulares de la geografía local, estaban plasmadas físicamente en el sistema vial inka denominado Qhapaq Ñan, y que éste, en concreto, definía no sólo los límites de los cuatro suyos sino que marcaba los recorridos rituales que salían (¿o entraban?) del Qorikancha, el templo principal de los Inkas. Como agregado propone, en concordancia con el artículo de Deyermenjian, que los nevados o Apus más grandes de la región fueron los puntos de referencia para definir la extensión de un suyu. Con estos hallazgos el autor logra identificar poblados y lugares que estaban circunscritos al Antisuyu y ratifica los motivos que guiaron a los inkas del Qosqo hacia la conquista del este: la extracción del oro aluvial y la obtención de especies animales y vegetales.
Hasta aquí el texto parece orgánico, sigue una línea, se ve empujado por aquella fuerza centrífuga que, coludida con el incanismo sobrevaluado, intenta comprender el oriente como una extensión cultural de los Andes, y es esta fuerza la que ha predominado en la mayoría de las investigaciones historiográficas que se han tejido sobre la Amazonía. Pero en adelante el texto cambia, ya que empieza a notarse un cálido aire centrípeto que viene desde los bosques amazónicos y golpea las interpretaciones andinizantes para inclinar sutilmente nuestro axis mundi concentrado en el Qosqo y los inkas. Eso nos muestra el artículo de Isabelle Combès, titulado “El Paititi y las migraciones guaraníes”. La autora considera que las diversas noticias que tenían los indígenas guaraníes, y posteriormente los exploradores españoles, sobre la existencia del Paititi, incentivaron a periódicas e inagotables migraciones que dieron forma a la historia de la región oriental compartida por Perú, Bolivia y Paraguay. Queda dicho en el artículo que el motor del entusiasmo migratorio, que al mismo tiempo promovía la fundación de pueblos y ciudades, era conocer y entablar una relación interdependiente con el gran Paititi, palabra de origen guaraní que daba cuenta de la existencia de puestos de avanzada inka en las estribaciones orientales del Perú y Bolivia, en donde se explotaba el oro y la plata para el Tawantinsuyu.
Mario Polia, historiador italiano que posee una inconfundible pericia para encontrar documentos hechos con tinta intemporal, presenta un manuscrito del archivo romano de la Compañía de Jesús titulado “Noticias sobre el Reino de Paytiti”, obra del padre Andrés López, rector del Colegio del Cusco entre 1576 y 1580. Aunque breve y general, el manuscrito describe a los pobladores del Paytiti y su forma de vida a través de testimonios orales de algunos principales de aquel reino que visitaron el Cusco y a quienes López tuvo la oportunidad de conocer y entrevistar. La tinta del sacerdote mantiene el color con el que los de su tiempo describían los eventos, es decir, aquel pulso reiterativo del cristianismo predominante por sobre cualquier otra interpretación o forma religiosa. Sin duda estamos frente a un pedacito de la historia del Paytiti contada por ojos cristianos, pero, como suele suceder en estos casos, finamente complementada por el análisis y la contextualización que precede en el texto de Polia.
A continuación un artículo revelador y polémico. No podía estar ausente Laura Laurencich-Minelli, investigadora inagotable que navega en lo más denso de la academia, allí donde las verdades preconcebidas tocan fondo, allí donde la imaginación, la ciencia y la intuición son casi hermanas. Así emerge su artículo “El Paytiti a través de dos documentos jesuíticos secretos del siglo XVII”, en donde pone en evidencia un proyecto secreto de reforma jesuítica denominado Paytity, el que tenía como propósito refundar, en una ciudad oculta del oriente peruano, la relación entre cristianos e inkas que había sido totalmente desvirtuada por los primeros conquistadores. Los artífices de este programa son los padres Blas Valera, Antonio Cumis, Anello Oliva y Pedro de Illanes, quienes, a través de códigos secretos, revelan sus intenciones en dos manuscritos, “Exsul Immeritus Blas Valera Populo Suo” (1618) e “Historia et Rudimenta Linguae Piruanorum” (1600 – 1737). El papel histórico de Blas Valera, supuesto líder ideológico del movimiento, fue sugerido por Laurencich hace buenos años atrás. Según ella, Valera es el autor de la mentada “Nueva Coronica y Buen Gobierno” en donde el indio Guamán Poma de Ayala solo presta nombre y autoría a cambio de un carruaje y algunos dibujos. La polvareda levantada por estas interpretaciones aún continúa en la academia e incluso ha trascendido a esta, y no se sabe cuándo se disipe.
Albert Meyers e Isabelle Combès nos introducen en la historia de la “Relación Cierta de Alcaya(ga)”, la obra del padre Diego Felipe de Alcaya que ha logrado alcanzar, como pocas, la categoría de tinta indeleble, porque constituye una fuente insustituible y perenne para quienes intentan acercarse a la historia del Oriente Boliviano y de Paraguay. La “Relación” menciona lugares de avanzada de los incas trasandinos, como Samaipata, Saypurú (Cordillera Chiriguana) y Mojos o Paititi, así como los nombres de sus señores principales, quienes tenían la misión de “cultivar las chacras del Inka” para abastecer del preciado oro al creciente mercado de bienes rituales impuesto durante el Tawantinsuyu. Gracias a la pericia de Meyers y Combès, quienes contextualizan el manuscrito y le procuran acucioso análisis, se puede apreciar la magnitud de la obra de Alcaya y sus aportes en la construcción de la historia.
Cierra el libro un interesante artículo titulado “Al otro lado de la gran cordillera Nevada. El efímero Paititi de Larecaja”, escrito por Combès y Tyuleneva. Al leerlo solo puedo confirmar que historia y poder son dos palabras acuñadas con el mismo cincel. A través de la relación conocida como Mirabalina, escrita por Juan Pérez de Mirabal en 1661, y los cuadernos de campo de Francisco del Rosario, de 1677, las perspicaces autoras descubren que durante el siglo XVIII varios pueblos de la zona de Larecaja, al suroeste de Apolobamba, en el actual departamento de La Paz, eran denominados “provincias” o “misiones” del Gran Paititi. Resulta que el suntuoso nombre, dado deliberadamente por las autoridades civiles y administrativas locales, era muy ancho tanto para las tierras descritas como para sus dirigentes, ya que tal lugar no tenía las riquezas insinuadas. A primera vista no existe nada más efímero que inflar las bondades de una tierra improductiva aprovechando la fama del Paititi para atraer ambiciones y esperanzas desembocadas, pero esas circunstancias son totalmente permisibles para quienes empuñan el cincel de la historia y acuñan, sin miramientos ni responsabilidades, sus intereses de grupo.
Antes de examinar esta publicación, se me permita ofrecer una breve noticia sobre las editoras. Cada una ha concentrado su espacio de investigación en diferentes lugares, Isabelle en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, y Vera en la ciudad histórica del Cusco, Perú, dos urbes que más allá de compartir azares y esperanzas, en esta oportunidad coinciden para tejer, a través de la urdimbre más fina que pueda proveer la pericia científica, una historia poco conocida o más bien bastante mistificada, la del Paititi, y de su relación con aquella extensa parcialidad que los incas llamaron el Antisuyu. A buena hora que la junta de Vera e Isabelle, promovida por los intereses comunes y la amistad nutrida, haya generado un conjunto de textos novedoso, interesante y controversial.
La edición está dividida en dos partes. La primera presenta nueve ensayos con diversas perspectivas y formas de abordar el mismo tópico, mientras que la segunda, bajo el título de anexos, incluye un número importante de crónicas, relaciones, informaciones y otras fuentes escritas provenientes de archivos coloniales. Con todo ello, el libro es una pieza insustituible en la construcción del edificio académico en torno al genérico término “antis”.
Aunque nuestras ambiciones y esperanzas exacerban con facilidad lo insólito y tratan de estirar al punto más extremo la imaginación cuando se trata del Paititi, el libro tiene ese don que solo el académico suspicaz posee, el de poner una pausa a todo ello y reconstruir la dimensión histórica que por mucho tiempo se le ha negado. La descripción detallada de lugares y rutas, el estudio de los topónimos, el uso e interpretación de testimonios escritos, las causas de las migraciones hacia el oriente y sus consecuencias, así como otros esfuerzos presentados con dinamismo, permiten acercarse con más certeza al imaginario de las sociedades que poblaron la alta Amazonía de Bolivia, Paraguay y Perú durante los períodos prehispánico y colonial.
Vera Tyuleneva abre el volumen con su ensayo “El Paititi y las expediciones incas en la selva al este del Cusco”, en donde analiza las fuentes escritas dejadas por los cronistas españoles e indios para aproximarse a las entradas que los ejércitos incaicos liderados por Inka Roka, Pachakuteq y Tupaq Yupanki, hicieron al oriente de los Andes. Aparte de este acucioso trabajo de archivo y el uso connotado de las fuentes, el ensayo lleva consigo varios agregados sustanciosos, entre ellos el esfuerzo de la autora por desenmarañar el mito del Paititi y por encontrar sus incoherencias.
Gregory Deyermenjian, reconocido explorador norteamericano y tal vez una de las pocas personas que ha recorrido las rutas más recónditas hacia el este del Cusco, presenta su artículo “El camino de piedra de la cordillera de Paucartambo y los Caminos al Paititi”, donde describe con precisión el camino inca que va por el “lomo” de la cordillera de Paucartambo en Cusco, y del cual se desprenden como diminutas venas otros caminos que se pierden en los tupidos bosques lluviosos del este. Para el autor, quien sigue las huellas del mito de Inkarri narrado por los habitantes de las comunidades Q’ero, el Paititi estaría ubicado en la meseta de Pantiacolla y, por ende, las innumerables vías que conducen hacia el este le deberían su existencia. Gregory conoce a la perfección esos caminos y ha registrado varios emplazamientos incas a lo largo de ellos, pero su intención no es hallar el Paititi y dar veracidad a la tradición oral de los Q’ero, sino evidenciar el “último punto” que dejaron los incas en su travesía hacia el Antisuyu.
Jorge Flores Ochoa, renombrado catedrático de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco, presenta un breve ensayo titulado “El Paititi existe”. Con sugerente título de inmediato el mito cobra vida e incluso da fe de su existencia en aquel complejo de ilusiones, esperanzas y realidades que llamamos imaginario colectivo. Pero entonces ¿Bajo qué supuestos o causales este imaginario se vuelve tan palpable como la realidad? ¿Acaso lo que conocemos como realidad es diferente para unos y otros? Queda claro para el autor que el Paititi es un mito para quienes lo han buscado guiados por la ambición y la fama. Sin duda quepan en esta interminable lista todos aquellos exploradores foráneos que, debido a sus fracasos, han alimentado la semilla de la incredulidad. Pero el otro lado de la moneda tiene otro rostro y es el de aquellas personas que, sin proponérselo, de pronto y por apenas unos segundos eternos avistaron o se hallaban en medio del majestuoso Paititi y sus riquezas, para luego, y de igual forma, encontrarse cobijados por la cálida espesura de la selva sin más posesión que su inusual vivencia. En este selecto grupo, que da fe de lo vivido sin reconocer causa ni coordenada, están algunos agricultores, ganaderos y cazadores indígenas que dan realidad existencial a lo que de otra manera sería una ilusión.
Donato Amado, reputado historiador con una larga experiencia laboral en el Proyecto Qhapaq Ñan de la Dirección Regional de Cultura de Cusco, presenta su artículo “El Qhapaq Ñan y la entrada de los inkas al Antisuyu”. Amado tiene mucho de aquellos historiadores clásicos, pegados a las fuentes históricas, pero también se distancia de ellos para generar interpretaciones de avanzada gracias al uso que hace de las fuentes etnológicas, arqueológicas y de la teoría antropológica. Con estas herramientas el autor propone la delimitación del espacio conocido por los incas como Antisuyu; menciona que los ceques, o líneas rituales imaginarias del Cusco, no eran imaginarias del todo, sino que, dadas las características irregulares de la geografía local, estaban plasmadas físicamente en el sistema vial inka denominado Qhapaq Ñan, y que éste, en concreto, definía no sólo los límites de los cuatro suyos sino que marcaba los recorridos rituales que salían (¿o entraban?) del Qorikancha, el templo principal de los Inkas. Como agregado propone, en concordancia con el artículo de Deyermenjian, que los nevados o Apus más grandes de la región fueron los puntos de referencia para definir la extensión de un suyu. Con estos hallazgos el autor logra identificar poblados y lugares que estaban circunscritos al Antisuyu y ratifica los motivos que guiaron a los inkas del Qosqo hacia la conquista del este: la extracción del oro aluvial y la obtención de especies animales y vegetales.
Hasta aquí el texto parece orgánico, sigue una línea, se ve empujado por aquella fuerza centrífuga que, coludida con el incanismo sobrevaluado, intenta comprender el oriente como una extensión cultural de los Andes, y es esta fuerza la que ha predominado en la mayoría de las investigaciones historiográficas que se han tejido sobre la Amazonía. Pero en adelante el texto cambia, ya que empieza a notarse un cálido aire centrípeto que viene desde los bosques amazónicos y golpea las interpretaciones andinizantes para inclinar sutilmente nuestro axis mundi concentrado en el Qosqo y los inkas. Eso nos muestra el artículo de Isabelle Combès, titulado “El Paititi y las migraciones guaraníes”. La autora considera que las diversas noticias que tenían los indígenas guaraníes, y posteriormente los exploradores españoles, sobre la existencia del Paititi, incentivaron a periódicas e inagotables migraciones que dieron forma a la historia de la región oriental compartida por Perú, Bolivia y Paraguay. Queda dicho en el artículo que el motor del entusiasmo migratorio, que al mismo tiempo promovía la fundación de pueblos y ciudades, era conocer y entablar una relación interdependiente con el gran Paititi, palabra de origen guaraní que daba cuenta de la existencia de puestos de avanzada inka en las estribaciones orientales del Perú y Bolivia, en donde se explotaba el oro y la plata para el Tawantinsuyu.
Mario Polia, historiador italiano que posee una inconfundible pericia para encontrar documentos hechos con tinta intemporal, presenta un manuscrito del archivo romano de la Compañía de Jesús titulado “Noticias sobre el Reino de Paytiti”, obra del padre Andrés López, rector del Colegio del Cusco entre 1576 y 1580. Aunque breve y general, el manuscrito describe a los pobladores del Paytiti y su forma de vida a través de testimonios orales de algunos principales de aquel reino que visitaron el Cusco y a quienes López tuvo la oportunidad de conocer y entrevistar. La tinta del sacerdote mantiene el color con el que los de su tiempo describían los eventos, es decir, aquel pulso reiterativo del cristianismo predominante por sobre cualquier otra interpretación o forma religiosa. Sin duda estamos frente a un pedacito de la historia del Paytiti contada por ojos cristianos, pero, como suele suceder en estos casos, finamente complementada por el análisis y la contextualización que precede en el texto de Polia.
A continuación un artículo revelador y polémico. No podía estar ausente Laura Laurencich-Minelli, investigadora inagotable que navega en lo más denso de la academia, allí donde las verdades preconcebidas tocan fondo, allí donde la imaginación, la ciencia y la intuición son casi hermanas. Así emerge su artículo “El Paytiti a través de dos documentos jesuíticos secretos del siglo XVII”, en donde pone en evidencia un proyecto secreto de reforma jesuítica denominado Paytity, el que tenía como propósito refundar, en una ciudad oculta del oriente peruano, la relación entre cristianos e inkas que había sido totalmente desvirtuada por los primeros conquistadores. Los artífices de este programa son los padres Blas Valera, Antonio Cumis, Anello Oliva y Pedro de Illanes, quienes, a través de códigos secretos, revelan sus intenciones en dos manuscritos, “Exsul Immeritus Blas Valera Populo Suo” (1618) e “Historia et Rudimenta Linguae Piruanorum” (1600 – 1737). El papel histórico de Blas Valera, supuesto líder ideológico del movimiento, fue sugerido por Laurencich hace buenos años atrás. Según ella, Valera es el autor de la mentada “Nueva Coronica y Buen Gobierno” en donde el indio Guamán Poma de Ayala solo presta nombre y autoría a cambio de un carruaje y algunos dibujos. La polvareda levantada por estas interpretaciones aún continúa en la academia e incluso ha trascendido a esta, y no se sabe cuándo se disipe.
Albert Meyers e Isabelle Combès nos introducen en la historia de la “Relación Cierta de Alcaya(ga)”, la obra del padre Diego Felipe de Alcaya que ha logrado alcanzar, como pocas, la categoría de tinta indeleble, porque constituye una fuente insustituible y perenne para quienes intentan acercarse a la historia del Oriente Boliviano y de Paraguay. La “Relación” menciona lugares de avanzada de los incas trasandinos, como Samaipata, Saypurú (Cordillera Chiriguana) y Mojos o Paititi, así como los nombres de sus señores principales, quienes tenían la misión de “cultivar las chacras del Inka” para abastecer del preciado oro al creciente mercado de bienes rituales impuesto durante el Tawantinsuyu. Gracias a la pericia de Meyers y Combès, quienes contextualizan el manuscrito y le procuran acucioso análisis, se puede apreciar la magnitud de la obra de Alcaya y sus aportes en la construcción de la historia.
Cierra el libro un interesante artículo titulado “Al otro lado de la gran cordillera Nevada. El efímero Paititi de Larecaja”, escrito por Combès y Tyuleneva. Al leerlo solo puedo confirmar que historia y poder son dos palabras acuñadas con el mismo cincel. A través de la relación conocida como Mirabalina, escrita por Juan Pérez de Mirabal en 1661, y los cuadernos de campo de Francisco del Rosario, de 1677, las perspicaces autoras descubren que durante el siglo XVIII varios pueblos de la zona de Larecaja, al suroeste de Apolobamba, en el actual departamento de La Paz, eran denominados “provincias” o “misiones” del Gran Paititi. Resulta que el suntuoso nombre, dado deliberadamente por las autoridades civiles y administrativas locales, era muy ancho tanto para las tierras descritas como para sus dirigentes, ya que tal lugar no tenía las riquezas insinuadas. A primera vista no existe nada más efímero que inflar las bondades de una tierra improductiva aprovechando la fama del Paititi para atraer ambiciones y esperanzas desembocadas, pero esas circunstancias son totalmente permisibles para quienes empuñan el cincel de la historia y acuñan, sin miramientos ni responsabilidades, sus intereses de grupo.
Ya como balance general, se puede decir que este libro abre un sólido camino hacia la comprensión histórica, multidisciplinaria e inter-espacial del oriente y sus habitantes. Pero acaso el mérito más importante sea haber escapado del enfoque inca-centrista que domina en las investigaciones amazónicas para dar paso a la interpretación centrípeta, es decir, comprender el oriente partiendo de él mismo y desembocar en el centro modular del Tawantinsuyu. Un recorrido revelador y sísmico, dado que muchos prejuicios académicos caerán ante él estrepitosamente.
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