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Observación de un mercado dominical en la comunidad nativa matsigenka de Camisea

El día domingo 08 de febrero de 2020, llegué a la comunidad nativa de Camisea, que está ubicada en la cuenca del río Bajo Urubamba, en el distrito de Megantoni, provincia de La Convención, departamento del Cusco, Perú. 

El primer sonido que llegó a mis oídos fue música cumbia a todo volumen que salía de unos parlantes instalados en el barrio “Los Chinos”. La comunidad había organizado una “deporteada”, es decir, un campeonato relámpago de fútbol. 

El evento no sólo convocó a varios equipos masculinos y femeninos, sino también a vendedoras que se instalaron en los alrededores de la cancha de fútbol. 

Fui inmediatamente, porque sabía que encontraría una comida muy distinta a la que sirven en los restaurantes del poblado (combinaciones infinitas de pollo y arroz). En efecto, mi primer encuentro fue con una mujer que vendía zapote (Pouteria sapota) dentro de una bandeja de plástico. Estaba sentada a un costado del camino, acompañada de una niña. Compré seis sapotes a tres soles. Me percaté que el negocio era de la niña. La mamá solo acompañaba la transacción.

Luego, más adelante, había una señora que vendía masato de pijuayo (Bactris gasipaes). El masato es una bebida fermentada de yuca (Manihot esculenta), en este caso de color anaranjado por la presencia del pijuayo, pero difícil de pasar cuando está muy macerado. Luego observé otra señora que vendía masato de yuca y camote (Ipomoea batatas) en un balde de plástico transparente. ¡Ojojoy! Me dije y pedí la bebida. Tomé una porción abundante servida en un tazón de plástico. Me costó un sol.

Luego observé una señora que habilitó la sala de su casa como restaurante: acomodó unas mesas de plástico para los comensales y asaba “pollo kanka” y varios boquichicos (Prochilodus magdalenae) en su parrilla. También vendía la riquísima “patarashca”, que es un pescado o alguna carne envuelta en una hoja de bijao (Calathea lutea A.) puesta en la parrilla. Con la cocción, la carne adquiere el sabor de la hoja y el jugo se mezcla con la yuca que acompaña el plato. Una exquisitez. 

Otras mujeres jóvenes vendían canchita o pop corn en unas bolsas transparentes de plástico. Ellas no tenían un puesto fijo, como las demás vendedoras, sino que caminaban con su producto, pero sin anunciar la venta. Me llamó la atención la gran cantidad de canchita que ponen en las bolsas, a diferencia de la ciudad. También el sabor, entremezclado con la leña y el humo del fogón. 

Todas las vendedoras eran mujeres adultas, adolescentes y niñas. Principalmente adultas, madres de familia, acompañadas de sus hijas. Aprovechan estos eventos deportivos para vender los productos propios de la zona. Es una actividad que las mujeres realizan para juntar dinero.

Es curioso que durante todas las veces que visité la comunidad, nunca pude encontrar en los restaurantes fruta de la zona y algunos tipos de pescado, como el sábalo (Prochilodus lineatus) y la carachama (Pseudorinelepis genibarbis). Pero estas viandas aparecen milagrosamente en los eventos deportivos o en todas las actividades que reúnen a la gente de la comunidad. 

Otra observación es que las mujeres parecen que no están interesadas en vender sus productos, es decir, no los ofrecen a voz en cuello o hacen propaganda, simplemente acomodan su producto allí, en el camino o donde hay gente, y esperan a la clientela con toda tranquilidad. 

Por otra parte, nadie se pelea por un puesto de venta o tiene uno establecido. Cada quien se acomoda donde puede y quiere, sin que ello incomode a las demás. Eso sí, los precios están establecidos para todas. La canchita, un sol la bolsa. Los sapotes, dos por un sol. El pollo kanka y la patarashca a S/. 10 soles, el masato a un sol. O sea que con S/. 15.00 soles la haces linda. 

Otra observación es que las vendedoras no están acostumbradas a regatear con los compradores ni hay la famosa “yapa” como es usual en los mercados andinos. Las mujeres ponen un precio y una cantidad establecida y punto. Cuando reclamas el precio, simplemente miran a otro lado y hacen una mueca de desaprobación. Listo, con eso te rechazaron, puedes seguir tu camino. Cuando les pides “yapa pe cacera”, te miran con una expresión de extrañeza y sonríen dubitativas. Igual ya fuiste, porque no está en su chip eso de la “yapita”. Su intención no es hacer caseros o crean una clientela, solo quieren vender el producto y reunir dinero.

Camisea, 11 de febrero de 2020

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