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“Los peces cantan en el Ucayali” Comentario al libro del explorador y naturalista polaco Arkady Fiedler

A principios del siglo XX, era común ver gente extranjera en la Amazonía. Tenían diversos intereses, la mayoría extractivos, desde luego. Fiedler, no escapó a esta tendencia. Llegó hasta la localidad de Cumaría, en el alto Ucayali, con la finalidad de recolectar especímenes para llevarlos a un museo de su país. Ese era su trabajo, aunque, luego de leer el libro, no creo que haya sido su propósito. Pero bueno, esa era la ciencia naturalista de entonces, centrada en recolectar y desentrañar el funcionamiento de cada especie “nueva”, y ciega ante la dinámica integral del bosque y el río amazónico.  

Coleccionar animales e insectos, pienso, está en la misma línea extractivista del caucho, la caoba y el comercio de indígenas. Y aunque Fiedler aborda estos temas con humor y elocuencia, no deja de lado la denuncia y la autocrítica. 

El recorrido de Fiedler, desde la desembocadura del Amazonas en el Atlántico hasta la localidad de Cumaría, en el alto Ucayali, describe el sistema de transporte fluvial, la naturaleza amazónica y las culturas indígenas de la época (1933), pero, además, desenmascara las mañas políticas y la injerencia de los poderes europeos en la Amazonía brasileña y peruana. Como extranjero “neutro”, ya que era polaco, Fiedler, tenía acceso a amistades que detentaban el poder local. A todas las desnuda, pero sin perder la diplomacia y el buen humor. Los desenmascara y cuestiona con elegancia. 

Fiedler, además, es un historiador. Ha revisado las crónicas y resume varias de las expediciones de los españoles y portugueses a la Amazonía. Incluso, aborda, brevemente, las rebeliones indígenas, como la del ashaninka Tasorinchi, quien liberó la selva alta, aunque solo por algunas décadas, de los hacendados ucayalinos que traficaban con la gente indígena y organizaban las correrías con otros indios aliados. Pero Fiedler, no solo reproduce la historia de las crónicas de una manera coloquial, sino que además, su propio texto, su libro, es un insumo para comprender la historia de la Amazonía peruana durante las primeras décadas del siglo XX.

Fiedler, sabe contar una historia, porque mezcla sus sentimientos, recuerdos y circunstancias con estilo, tratando de que el lector --el polaco, desde luego--, entienda lo que pasa en la Amazonía. Usa metáforas fáciles de digerir y siempre plantea contradicciones o paradojas que llegan al sentimiento (lloré con el último capítulo). 

Una de las lecciones que saco de este libro, es que cada extranjero o viajero ha, si no detestado, al menos forjado una relación amor/odio con la Amazonía. El visitante se deslumbra y luego la aborrece, o viceversa. Hasta el momento, no he escuchado un colono, extranjero o citadino que ame la Amazonía como es; siempre se quejan de ella. Idiotas engreídos. 

Otra cosa que me impresiona es que, tanto la gente indígena, como la madre selva en sí, acoge los caprichos cientistas, las ambiciones extractivistas y los nuevos modelos de pensamiento llegados de fuera. Incluso, las personas indígenas y locales se acomodan y siguen la corriente, aunque, en el fondo, saben muy bien que la gente blanca es discapacitada mentalmente, torpe, de sangre sucia y que apesta a carne podrida (pp. 181-182). Pero, aún así, la apoya. La gente indígena, como la madre naturaleza, no se opone a las majaderías y ambiciones del hombre blanco, no, al contrario, lo espera con paciencia, tal vez con la esperanza de que algún día cambie. Pero, el hombre blanco aún es un retrasado; cree que con sacar todos los recursos la está haciendo linda. “Desarrollo, desarrollo”, repite como un robot. Para la gente indígena, la verdad de la vida, de la vida en abundancia, es la bondad del compartir y no la competencia por extraer. 

Un aspecto que me gustaría comentar, es que Fiedler, por su carácter --y su íntima relación con sus compañeros de viaje--, ha logrado captar la esencia del indígena: proclive a depender del hombre blanco, por un lado, y libre y autónomo, por otro. Pero, esencialmente que, a pesar de sus desgracias, el indígena es un ser alegre, uno que sabe reír. Sin embargo, esto no lo comprende del todo Fiedler, porque él mismo, al ver a los seres del bosque que bullen y mueren a cada instante, recuerda sus propias pérdidas y melancolías. Eso pasa con el extranjero, no sabe digerir la muerte y, por lo tanto, no es capaz de ver las segundas oportunidades que le da la vida (¡Oye Fiedler, si me escuchas, me refiero a Dolores y al Barrigudo!). 

Otro aporte importante de Fiedler, es sobre el nombre del gran río. Dice que la palabra Amazonas proviene de un lenguaje indígena (no precisa cuál) pronunciado amazunu, que quiere decir “domadora de las olas”. Se refiere a la fuerza del río cuando desemboca en el Atlántico. Parece una metáfora bonita: el río, como el indígena, descarga todo lo que tiene en el mar de la modernidad, y lo hace con tal fuerza que logra dominar sus olas, fluye y surfea en ellas. Aporta y se involucra.

Finalmente, el libro de Fiedler, es una joyita oculta. Es vital para el conocimiento histórico, cultural y narrativo de la Amazonía peruana. Su traducción al castellano ha sido un gran acierto de Miroslaw Rajter, otro apasionado polaco por la Amazonía. Ojalá Rajter pueda traducir los demás libros que Fiedler escribió sobre la cuenca amazónica. Queremos escuchar más de esos cantos que los peces del Ucayali le confiaron a Fiedler. 

Donaldo Humberto Pinedo Macedo.

Quillabamba, domingo 07 de julio de 2024.

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