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Sesión de Ayahuasca: cantos y sanación

El día sábado 24 de febrero de 2024, durante la luna llena, programé una sesión de ayahuasca. La Leyna se encargó de llamar a la gente, bueno, a las mujeres, y yo a los varones. Llamé a Hernán, Kevin, Martín y Edu. No se me ocurrieron más, ja, ja, ja. Pero, luego, pensé en mi hermanito ¡¡¡Víctor!!! No le dije. Bueno, de ellos solo vino Hernán, porque le obligué, ja, ja, ja. 

De las mujeres, vinieron: Vero, Chaves, Lizbeth y Valeria. Faltó una que no recuerdo su nombre… ¡Jessica! Dice la Leyna que estaba entusiasmada, pero le vino la regla, así que le dijimos que mejor para la próxima. 

La Leyna y yo, a eso de las 3:00 pm, hicimos un baño caliente con plantas del jardín (floripondio, romero, muña). Un poco más tarde empezó a venir la gente: Vero, Lizbeth, Hernán y Valeria fueron las primeras. Chaves ya vino a las 7:00 pm, luego de sus clases de yoga. Trajo sus cuencos, los cuales los hizo cantar o mejor dicho vibrar después de haber tomado la plantita. Esas vibraciones traspasan el cuerpo, indudable.

En la tarde, nos quedamos conversando de todo un poco en el salón de la casa y tomamos un lonche ligero a las 7:00 pm: una crema de maíz y un pan para cada uno. Luego, vino Chaves, con lo cual el grupo se completó: siete personas, incluidas Silvia y yo. Ahora que lo pienso, no creo haber tenido un grupo tan grande… Le preguntaré a la Leyna. 

Acomodamos en el salón las colchonetas que compramos en la mañana con la Leyna. Les pusimos sábanas y frazadas. El ambiente se convirtió en un hospedaje, ja, ja, ja. Si mi madre lo viera, nos vota a todos, ja, ja, ja.

Dormimos hasta las 11:00 pm, hora en que la Leyna nos despertó. Hernán y yo dormimos en la oficina, je, je, je.

Me puse todos mis menjunjes, todos los collares, pulseras y anillos amazónicos que tengo, además de mis asuntos cristianos: cruces y rosarios. Mi ropa de “chamba” es la habitual, una chompa color crema o blanca, de lana, que me tejió la Leyna hace mucho, mucho tiempo, cuando éramos enamorados. De pantalón, un buzo negro. 

La plantita, la ayahuasca, está en una botella de 500 ml. Esta es una mezcla especial, fue hervida durante muchas horas, como me dijo el cocinero de Pucallpa, Javier Ushñahua. Esta es, a diferencia de las otras botellas que compré, una mezcla más melosa y dulce. Es más consistente y no hace esas espumas o gases que votaban las anteriores al guardarse por mucho tiempo. Desde luego, es más fuerte, agarra más rápido, pero, además, se va rápido también, ja, ja, ja. Los anteriores brebajes demoraban en agarrar y también demoraban en quedarse. 

Dado que esta mezcla está más concentrada, hay que darle poquito a la gente, porque les agarra con fuerza. Algún día tomaré un poco más de lo debido, para probar. 

Empezamos a tomar a las 11:30 pm más o menos. Luego, entró Chaves con los cuencos. Esperamos un rato más, algo de media hora. Cuando algunas personas se sentían adormecidas, entonces, apagué las luces, la vela, la refri y el reloj de pared que hace un tic toc insoportable, ja, ja, ja. En silencio, y con las ventanas tapadas con mantas --aunque nos faltó tapar alguna más--, empecé con los cantos. 

Mis cantos cambian, según lo que siento o las circunstancias. Trato, como siempre, que salgan del corazón y lo que siento en ese momento más allá de repetir y repetir unas frases aprendidas. Eso sí, cuando encuentro una frase o una oración que me convence o sale de la inspiración, entonces la repito, varias veces, al igual que la tonada. 

Siempre, sin embargo, la frase de entrada es:

Madrecita, ayahuasca.

Maestrita, ayahuasca.

Doctorita, ayahuasca. 

Limpia, limpia, limpia, limpianos.

Cura, cura, curanos. 

Sana, sana, sananos. 

Luego, se pueden combinar, por ejemplo:

Madrecita ayahuasca, sana, sana, sananos.

Doctorita ayahuasca, cura, cura, curanos.

Maestrita ayahuasca, limpia, limpia, limpianos. 

Y así, se puede seguir el patrón o cambiar el último grupo de oraciones con alguna inspiración del momento. Por ejemplo, dices: “maestrita ayahuasca” y luego sigues con “enseña, enseña, enseñanos”. Hay otras combinaciones y frases que, como dije, salen en el momento o según lo que sientes. Por lo general, estas frases fluyen de acuerdo a la inspiración de la planta, o, mejor dicho, de acuerdo a lo que quieras pedirle a la planta, pero, sobre todo, salen según tu querencia o tu querer hacia la plantita. 

Una cuestión crucial que me he ido dando cuenta es el cambio de mi voz. Por ejemplo, digo “madrecita ayahuasca” con un tono grave, y luego, cuando empiezo a decir “sa…”, mi voz realiza una transición medio confusa, como si el tono grave se apagara, hiciera una pausa o un cambio, y termino el resto de la frase “…na, sana, sananos” en voz aguda. Así, aparece el efecto de dos voces distintas o dos tonos distintos, como si fueran dos personas en donde una dice la primera parte y la otra continúa. Una dualidad. 

Pienso que este diálogo tiene un propósito, o varios. El primero, es que el tono grave llega a unas personas y el agudo a otras, con mayor profundidad. Otra: es que el tono grave es la parte consciente o llega a la conciencia, mientras que el tono agudo al subconsciente, al fondo. 

Anoche, sin embargo, hubo una diferencia. En algún momento de la sesión empecé un diálogo. Yo preguntaba con voz grave y la plantita respondía con voz aguda. No sé bien, pero creo que el diálogo fue el siguiente:

--Y ¿Qué es lo importante Madrecita? ¿Qué es lo primero? ¿Qué debemos priorizar? ¿Qué debemos hacer?

--La virtud, la paciencia, la fe, la sobriedad, la valentía, la constancia, la perseverancia.

--¿Qué es lo importante?

--La paciencia

--¿Qué debemos priorizar?

--La fe

--¿Qué debemos hacer?

--Perseverar.

Y así, varias de estas combinaciones o diálogos en donde yo pregunto en voz gruesa y la planta responde en voz aguda. Esta fue la primera vez que me sucedió. 

A la hora en que tomé la planta --yo tomé más que los demás--, la vomité. Esto me está pasando regularmente hace ya unos años. Antes, cuando inicié con esto, y cuando era más estricto con las dietas y ayunos, no vomitaba. Mi cuerpo absorbía completamente la planta y había visiones y transiciones corporales. Ahora, no. Tomo la planta, muy bien, y luego de un rato, cuando empiezo a cantar, la vomito todita. Pero, no sale solo la planta, sale todo lo que hay en mi estómago, jugos y bilis. Mi estómago se voltea, lo voto todo. Entonces, recién tranquilo, sigo trabajando (soy reticente a usar la palabra “trabajo” en mi vida cotidiana, pero, cuando doy ayahuasca, esta palabra sale con regularidad y seriedad, es curioso). 

Claro, vuelvo a tomar, aunque no la misma cantidad del inicio. Sin embargo, las visiones están ausentes, han desaparecido, así como la transición corporal (cuando otro toma mi cuerpo y habla), los colores y los fractales. Ya no hay eso. Lo único que hago es curar, sanar y cantar. No dejo de cantar, de recibir la inspiración. Supongo que digo lo que siento y lo que las demás personas necesitan escuchar.

Otra situación que me sucedió, inusual o que no había pasado antes, es que ahora canto para mí, quiero decir, canto con la finalidad que todos y todas me escuchen, pero, sobre todo, en esta ocasión el diálogo era entre la plantita y mi persona. Yo le hablaba a ella, porque sé que está en mi interior, entonces le pregunto y le hablo y ella me responde o asiente en secreto. Por ejemplo, antes decía “cúranos, sánanos”, etc., pero ahora digo, “cúrame, sáname, protégeme” o “me has sanado, me has curado, me has mostrado, me has dicho, me inspiras, me amas, soy tu favorito, tu hijo amado”, etc. Mi relación con la plantita es muy cercana, íntima, como con Dios. 

En algún punto de la sesión, supongo que a las dos horas, perdió fuerza mi canto. Al parecer, se fue el efecto de la plantita. Entonces, fue cuando la Leyna empezó a cantar, primero en voz baja, desentonada, pero en un ritmo y una tonada que me atrapó de inmediato, a tal punto, que seguí con esa tonada --aunque con mis propias inspiraciones-- hasta el final de la sesión. 

La Leyna, poco a poco, y bajo mi guia, fue tomando fuerza y contundencia en su canto, aunque sin lograrlo. Ya agarrará el ritmo. A veces, incluso, había que pararla o decirle que baje la velocidad y la intensidad de su voz, ya que aturdía. Es cuestión de práctica y de aligerar el carácter. Pasa que mis sesiones no son eufóricas o no van hacia la excitación de las personas. Mis sesiones son pausadas, tranquilas, llanas. Es mi carácter y mi forma de hacer las cosas. 

Luego del canto de la Leyna, que, dicho sea de paso elevó nuevamente la sesión, empecé a curar a cada uno y una. Primero a Vero, luego a Lizbeth, a Chaves, a La Leyna, a Valeria y a Hernán. Es importante mencionar el orden del círculo: en el punto de inicio estaba yo, a mi izquierda la Leyna, como asistente, luego Vero, Lizbeth, Chaves, Valeria y Hernán, quien cerraba el círculo. La acomodación fue premeditada e inspirada, ya que conozco las características de cada persona. En fin, la Leyna puede explicar esto mejor que yo, pero es importante la ubicación, sea para hacer contención o facilitar las emociones y sensaciones. 

Para las curaciones, sanaciones y limpias que hice, usé las siguientes técnicas: el humo del tabaco (infaltable e insustituible), el olfateado (mi técnica particular), la imposición de manos en todo el cuerpo (especialmente en las partes en donde encuentro el daño), el soplo, el chupado y el hálito vital. Las combino, según la circunstancia o la necesidad, o, según sienta que debo hacerlo. Primero, de todas formas, soplo tabaco en las manos, en la coronilla, en el pecho y en el estómago de la persona. También en los pies, cuando amerita. Luego, o paralelamente, olfateo en los lugares donde pasé el tabaco y si no huelo nada raro, paso. Si huelo algo inusual, entonces puedo chupar el daño (la pena, el bloqueo, etc.) y simbólicamente lo vomito a un lado o en los baldes que tenemos listos para el vómito real. A veces, paso mi mano por todas las partes del cuerpo y me detengo donde creo que hay algo pesado, denso o irregular, entonces masajeo y limpio. 

He desarrollado una técnica bonita, por afectiva. Me ubico detrás de la persona y acomodo todo mi brazo alrededor de su pecho, y con la otra mano voy ajustando la espalda, toda la columna vertebral, vértebra por vértebra, y las acomodo o alineo con un leve masaje. No sé, hago lo que siento y para algunos es confortable, porque se sienten al mismo tiempo apapachados (abrazados con cariño) y ligeros. 

A veces, simplemente soplo tabaco. Usualmente, cierro el proceso con la imposición de manos en la coronilla (formo un conducto), respiro profundamente varias veces, y suelto mi hálito vital, también varias veces. Eso hago cuando la cosa es grave, ja, ja, ja. 

En estas últimas sesiones no he usado mucho la sonajita curandera, que es una maestra aparte. Bueno, parece que no le tocó. Tampoco le tocó mucho a la vara, que es más que todo para que me dé autoridad (Hernán, antes de irse al día siguiente, me dijo en tono de confesión informal que me había visto como un Wayri Chuncho, un danzante del Señor de Q’oylloriti). 

Durante la sesión, mientras curaba, tenía la necesidad que mi vara sea retenida o agarrada por otra persona, así que se la di a Hernán, quien estaba al lado mío. Él, agarró el báculo con mucha reverencia y cuando me lo retornaba, me agradecía, agachando la cabeza. Luego me dijo que antes que le dé mi vara había visionado que había agarrado una vara luminosa y colorida, que la planta le estaba diciendo que era autoridad. Bueno, Hernán tiene ese carácter de Apu, ya que, en sí, es una montaña, un cerro, sólido, fuerte y misterioso. Ahora es un Apuchín con vara. 

La sesión terminó cuando los pajaritos empezaron a cantar, a eso de las 4:00 am. Mandé a dormir a todos, excepto a Hernán y a Silvia. Los tres nos quedamos escuchando música de Alonso del Río, Rosa Giove y Kike Pinto un buen rato. Luego, nos acostamos y dormimos hasta las 7:00 am. Silvia y yo preparamos el desayuno. La Leyna, como siempre, café con azúcar, cuando no debería, pero ya sabemos que ella es la “paciente VIP”, y hace lo que quiere, ja, ja, ja.

Luego del desayuno, empezamos las conversaciones individuales con la finalidad de afianzar la experiencia y determinar las tareas a seguir. Empezamos con Vero. Tiene varias tareas que hacer, básicamente, soltar varias amarras sujetas a su espíritu. Luego, Lizbeth. Tiene que trabajar consigo misma, con su propio yo, que a veces la confunde. Luego, Valeria. Tiene tareas pendientes que la plantita le dio la última vez que hizo ayahuasca, y, además, tiene que seguir mis recomendaciones: aprender a respirar con Chaves. Luego, Chaves, tiene que trabajar o comprender su lado oscuro y alimentar al dragón naciente que lleva dentro. Después de ella, despachamos a todos y todas. Resulta que mientras conversábamos, Valeria, quien hace su tesis de grado, aprovechó para entrevistar a los demás. Yo le exigí que si quería entrevistar al grupo, debía hacer ayahuasca con nosotros. Y así lo hizo. Bien. 

Cuando se fueron todos y todas, nos quedamos en sala Silvia, Hernán y yo. Conversamos un rato la experiencia de Hernán (le fue bien y está tranquilo). Luego, habló la Leyna, sobre su padre y reciente partida. Llegó a la conclusión de que su padre, como el Padre, está en todo y en todos. Hernán se va y me quedo con Silvia. Terminamos de ordenar el salón y dejamos todo para irnos a almorzar a la casa de mi suegra. En el camino, le cuento a Silvia sobre mi experiencia con la ayahuasca y le digo que la plantita solo me permite cantar y curar, y eso es todo.

Donaldo Humberto Pinedo Macedo.

Cusco, lunes 25 de febrero de 2024.  

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