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Todo pueblo tiene su loco. El origen de un personaje querido en la ciudad de Atalaya, en el río Ucayali


Mi nombre es Donaldo Humberto Pinedo Macedo, soy de la ciudad del Cusco, Perú, y hablo castellano. Nací hace 47 años y soy menos niño, lamentablemente. Mi trabajo como antropólogo me ha permitido viajar por la Amazonía sur peruana, especialmente al norte y al este del Cusco, donde tuve la oportunidad de conocer a los pueblos indígenas amazónicos Arawak (matsigenka, yine, ashaninka), Harakbut (wachiperi, arakbut) y Pano (yora-nahua). No hablo su idioma, apenas unas palabras para fintear (hacerme el que sabe). Mi interacción con ellos es puramente afectiva, dado que hay un lenguaje que hablan todos los seres humanos, el del corazón. 

En uno de estos viajes relámpago, como se hacen ahora debido a las prisas y premuras del trabajo, conocí a una persona increíble, tanto por su discernimiento como por su capacidad de supervivencia en medio de una ciudad con gente “desconocida” o “indiferente”. Esta es la historia de Andy, el “loco del pueblo”.

El día lunes 13 de diciembre de 2023, a las 12:00 del medio día, llego a la ciudad de Atalaya (departamento de Ucayali, Perú). Me alojo, como siempre, en el Hotel Royal Forest. Luego, me fui a comer al restaurante “Chocolate y Pimienta”, mi favorito. Encuentro a Andy, o mejor dicho, él me ubica rápidamente.

Los antojos de Andy

Andy es un joven de 30 o 40 años, aproximadamente, aunque parece de menos. Es vivaz, audaz y sabido. Es discapacitado o mejor dicho una persona con habilidades especiales. No habla ni una palabra, solo gesticula sonidos graves y agudos mientras mueve una de sus manos alrededor. Mientras “habla”, le sale baba por la boca. Sus fosas nasales son anchas, como la de un nativo que respira mucho. No tiene algunos dientes, los de adelante y los de atrás. Su cabello es corto, negro y ondulado. Su rostro es moreno, del color de los de aquí. Camina rengueando, tambaleándose de un lado al otro, tal vez debido a la polio. El asunto es que Andy llega a esta hora, al medio día, al restaurante y si encuentra a algún conocido, lo saluda afectuosamente, con abrazo, y se sienta a lado de él, luego, trae la carta de la barra y señala con uno de sus dedos lo que quiere comer, el antojo del día. Andy no come “menú” de quince soles, como todos los mortales. Él come sus antojos, de 30 soles para arriba. Las sirvientas, le sirven. Los dueños, le consienten. Andy es el engreído. Sospecho que más engreído por los extranjeros o extraños que le agarran cariño que por los suyos, como suele pasar. Así, Andy, con su encanto, pasea por el centro de Atalaya, buscándose lo mejor de la vida, porque él no se busca la vida. 

Andy es de la aristocracia local

Si no encuentra a alguien conocido, entonces pide a los dueños del restaurante su comida, como debe ser, exigiendo. Si no se apuran, entonces reclama vociferando. Sin embargo, Andy es un comensal impresionante. Pulcro de toda pulcritud. Cuando le traen el vaso del refresco, pide, con gestos, que le saquen el papelito que envuelve el sorbete. Luego, con una de sus manos tullidas, pone el sorbete en la jarra de refresco, y con la otra mano, también tullida, lo sostiene para luego absorber el líquido como si estuviera chupando una caña de azúcar seca y rezagada por la edad. Andy chupa y el refresco se acaba en un zás, parte en su garganta, parte en su boca, parte en sus labios, parte en la mesa, parte en su polo blanco y sucio. Luego, deja los artículos en la mesa, coge delicadamente una servilleta (parece que actúa como un aristócrata), y se limpia los labios con especial cuidado y calma. Luego, dobla la servilleta y la pone en la mesa. Andy, es de la alta alcurnia atayalina. 

Viene el plato principal de 30 soles, tacacho con cecina + chorizo. Andy, se alegra, sonríe y babea. Agarra el tenedor (no puede asir el cuchillo) y lo primero que pincha son los chorizos, que los come con todo gusto. Luego, me comparte algunos, poniéndolos en mi plato. Andy, sabe compartir, aunque los chorizos estén “aderezados” con su baba. Luego, trata de estrujar el tacacho, pero no puede por su mano tullida. Le ayudo. Así también, corto la cecina en pedacitos, pero es en vano, no las come. Dejamos la cecina casi completa. Andy, acerca su boca al plato y absorbe el líquido sobrante como puede, mejor dicho, como una aspiradora. Mientras ello, “conversa”, como si estuviera haciendo una sobre mesa real. Andy sonríe a gusto, cuenta su historia gesticulando, se entristece, ríe, se preocupa. Luego de su faena, apoteósica y estridente, Andy, agarra la servilleta delicadamente y limpia la baba de su boca, y también la baba que derramó por toda la mesa. Y listo, ha terminado.

Andy quiere vestir fashon

Me invita a salir del restaurante, pero aún debo terminar mi café. Este Andy es muy inteligente, se acuerda de las personas. Se acordó de mí, ya que vine hace seis meses con la Leyna (mi esposa) y lo acogimos. Recuerdo que comimos juntos, a pesar de que la Leyna “le tiene cosa” a la baba de Andy. 

Bueno, Andy me apura, me llama. A penas tomo mi café. Después de pagar 50 soles al restaurante por los caprichos ajenos, salimos. Me lleva a una tienda de ropas. Quiere otro polo, pero no cualquier polo, sino uno estampado y de color blanco. En la tienda ya todos conocen a Andy, por su puesto. El dueño me dice: “yo también quiero regalarle polos, de 10 soles, pero él no acepta, los gustos de Andy son bien caros, de 30 soles, de 50 soles, y le gustan los polos estampados”. Andy me hizo recordar a Humberto, un shara sin un sol para vivir, pero que de todas formas quiere vestirse como un magnate. Recuerdo que, antes de este viaje, Humberto, cuando estaba en Cusco, me hizo comprar ropa nueva en la tienda Saga “Faramalla” por el valor de 300 soles. 

En fin, le compro y le pongo a Andy, contra sus deseos, un polo negro para aminorar el efecto de la suciedad que traía el anterior polo blanco. A Andy no le gusta, quiere un polo con estampado atrás. Reclama, finge una pataleta mientras gesticula a todo volumen, pero no le doy el gusto y le digo: “¡Andy, es lo que puedo comprar, vamos!”. Y lo jalo para afuera. Boto el polo blanco y sucio a la basura. El dueño me dice: “este polo con estampado cuesta 30 soles, pero te lo dejo a 25, por tratarse de Andy”.  

A la visita se la respeta

Andy, sale y recupera su buen humor. Me pide que le siga. Yo le muestro el café Vargas y lo cito para vernos a las 6:00 pm. Pero él no quiere irse. Llegamos a la esquina de la calle donde está mi hotel, “tengo que ir al baño --le digo--, nos vemos más tarde”. Lo despido. Él cruza la pista hacia la plaza y lo veo irse. Yo al hotel, directo al baño. 

Mientras trabajo en mi habitación, a eso de las 5:00 pm, aparece Andy. Entra al hotel como “Pedro en su casa” (¡Oh sorpresa, los recepcionistas también lo conocen y le dan carta abierta!). Sube las escaleras y me divisa. Yo estaba hablando por teléfono. Sin decir nada entra, abre la puerta y se sienta. Se da cuenta de que el sol le da en la cara, así que cierra las cortinas para dar sombra y se sienta nuevamente. Espera. Es toda confianza. Asume que la hospitalidad es así, que el anfitrión debe estar disponible para la visita en cualquier momento. Así es por estos lares. 

El postre elegido y el adiós

Salimos a la calle, ya que dos varones no pueden quedarse en la habitación del hotel con las cortinas cerradas, ¿verdad? Ja, ja, ja. En fin, salimos y nuevamente Andy me conduce. Le digo que vayamos por un helado, pero me mira con desacuerdo. Llegamos a la heladería, pero él no quiere, me pide que sigamos caminando hasta una esquina donde una señora vende pasteles. Escoge una torta, la recibe y se va, me deja solo con total naturalidad. La señora me dice: “es que quiere que le invites chifa, le gusta el chifa. Así es el Andy, cuando le quiero invitar un pastel, no me acepta, él escoge la torta de piña”. Mientras me cuenta eso (todos en Atalaya conocen a Andy y dicen algo de él), lo veo alejarse por la calle, cruzando la pista mientras el semáforo está en rojo, comiendo como puede su torta. Yo entro a la farmacia a comprar unos dulces para la garganta, y las vendedoras me dicen: “así es el Andy, a veces viene y nos visita, no nos pide nada, solo entra, se para allí, nos mira y luego se va. Dice que duerme en la Comisaría”. 

Mientras escribo esto, aquí en mi habitación del hotel Royal Forest de Atalaya, espero ver a Andy de nuevo. Cuando dormito, despierto, a cada rato, y miro por la mampara de mi habitación. Tal vez Andy aparezca. Hay que estar atentos a la visita, siempre.

A eso de las 6:00 pm, paso por el “Café Vargas”. Un cafecito bien cargado con dos empanadas de yuca, las más deliciosas. Luego, a la camita y eso es todo por hoy.

Dos jaguares en la fachada de Atalaya, como Andy y Ricardito, seres del mundo mundial

Andy, el misterio resuelto

En Atalaya, el conductor del motocar que me lleva al aeródromo (él dice aeropuerto, como llama también a las decenas de pistas clandestinas para la droga), me habla de Andy. Me cuenta varias cosas que yo ya sabía, pero luego me reveló algo impresionante: “Andy es shara, de la comunidad Serjali, allá en las cabeceras del Mishagua. Vino hace tiempo con sus papás y se quedó. Como vivía mal, vinieron sus padres y se lo llevaron. Al día siguiente, Andy bajó de nuevo a Atalaya, no se acostumbró allá”… ¡Claro! Ahora sé por qué Andy se parece tanto a Ricardito, el muchacho con habilidades especiales de Serjali. Son hermanos, o primos. Son idénticos, excepto que Ricardo es más pequeño, pero está igual de tullido. 

Andy, resulta que es un shara cósmico, como otros que conozco, y de allí viene --al igual que Humberto-- su arte para pedir cosas y conseguir lo que quiere. Pero, además, al igual que los otros sharas, no quiere cosas vanas ni baratas (no quiere caridad); él quiere vivir fashon (con estilo) y comer lo mejor, como todos los jóvenes sharas cuando salen de Sepahua o de Serjali hacia el mundo.

Donaldo Humberto Pinedo Macedo.
Cusco, 18 de enero de 2024.
Texto redactado para el curso “Taller de Etnografía”, de la Alta Especialización en Interculturalidad y Pueblos Originarios de la Universidad Nacional Intercultural de Quillabamba – UNIQ.

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