Reseña de la película de César Galindo (2019).
Acaba de nacer una historia encantadora. De entradita me atrapó el paisaje: la vegetación, las pampas, los cerros y los nevados. Me sentí en casa al ver en el cine lo que disfruto a diario por mi ventana.
Luego pasé a la permanente sonrisa --como si me la hubieran tatuado-- debido a las ocurrencias de Sistucha, Wayruro, mamá Simona y los demás. Incluso creo que, por momentos, me convertí en aquel espectador latoso que comenta la película en voz alta como si narrara un emocionante partido de fútbol.
Por otro lado, me encantó el enfoque: una comunidad campesina que enfrenta los retos de la modernidad a través del diálogo, la contrastación de las ideas y la reflexión, y que, además, ofrece soluciones prácticas y divertidas.
En efecto, ningún indígena procesa la modernidad gratuitamente; a toda novedad le antecede la escucha, la prueba y la evaluación. Luego, lo nuevo, ya no es nuestro; es suyo, porque lo transforma y revierte a su manera. Y así crece y se alimenta el indígena, mas no declina, como algunas tendencias quieren subrayar.
El desenlace me conmovió hasta las lágrimas y el aplauso. Mi hija menor se divirtió y también se asustó, como las demás niñas protagonistas, al ver el variado y selecto menú del cine de mi pueblo.
CALIFICACIÓN: ⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️
LO BUENO: Excelente argumento, buena historia, paisajes esplendorosos, diálogos francos y divertidos; atisbos de realismo mágico.
LO MALO: Destellos de voces impostadas, pero es una exquisitez mía, porque se entiende el contexto y la rítmica de los comuneros y comuneras que la tienen que hacer de actores y actrices.
RECOMIENDO: Verla en familia, especialmente con los hijos e hijas.
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