Comentario al libro de la editorial Trazos (2022)
El libro es una compilación de nueve cuentos cortos que fueron escritos por mujeres amazónicas. Me pareció que las autoras no eran indígenas, sino personas ligadas a la vida en la selva. Vale. Así que me gustaría abordar el texto desde tres enfoques. El primero, habla de los personajes femeninos que utilizan las autoras (mujeres que hacen hablar mujeres). El segundo, identifica las lecciones trascendentes que se desprenden de los cuentos. El tercero, reflexiona sobre la continuidad narrativa de los viajes interdimensionales en el bosque y el río. Vamos por partes.
Al principio, consideré que no importaba el hecho de que sean mujeres las que escribían los cuentos, ya que, al final, se trata de disfrutar de los giros de la historia y los finales inesperados. Cuento es cuento --me dije--, sin importar el género de quien escribe. Pero me equivoqué. En algunas historias sentí la vena pulsante de la mujer, especialmente cuando los personajes eran mujeres. En “El brujo embrujado” aparece una profesora determinada en cambiar el lugar a donde llega. Es la mujer profesional, perseverante y comprometida con su propósito civilizador. En “La mujer de ojos negros”, aparece una joven extraña, proveniente de los misterios del bosque. Es la mujer-espíritu-selva que convierte a un varón, a Eleuterio, en un héroe cultural, en un dador de conocimientos, en un espíritu protector. Esta mujer podría ser la Madre Selva; el útero del bosque. En el cuento “El encanto de la sirena” aparecen dos mujeres, una niña, Flora, y la sirena. Ambas inician un viaje a las profundidades del río para encontrar a los hermanitos de aquélla. Flora es la niña y niñera, preocupada por el destino de quienes tiene el encargo de cuidar. La sirena-mujer es el reflejo de la belleza insoslayable, de la calidez y la compasión. En “Esperanza”, aparece la mujer trágica, la desventurada, la que sufre en cada paso y episodio de su vida. En “La caja”, tenemos a la mujer-espíritu maligno, la que te acosa hasta en los sueños, la que te chupa la sangre hasta el desvarío, aunque lo hace con una pizca de fatalidad y erotismo. Es la tóxica. El último cuento de esta serie femenina es “Arena la Sirena”. Arena, la protagonista, está enamorada de la música y de las noches de parranda humanas. Es una sirena-mujer alegre, bailarina, seductora --sin proponérselo--, perseverante y soñadora. Lo que me llamó la atención es que la sirena cuenta su historia. Es la primera vez que leo lo que dice y piensa una sirena en vez de escuchar lo que se dice de ella. Magnífico; me pareció un cuento testimonial.
El otro enfoque se refiere a las enseñanzas trascendentales y la ponderación de algunas virtudes que aparecen en los cuentos. En “El aguaje”, la lección es inusitada: a veces la abundancia está disfrazada de mezquindad. Tendrías que leer el cuento para entender tan bonita contradicción. En “El Brujo embrujado”, la lección viene del personaje más pedante y negativo, Bolón, quien resulta ser un justiciero, un ser íntegro disfrazado de patán. El cuento “Oscar y la Ayahuasca” me pareció sublime en términos de terapia. La narradora ofrece, mediante citas textuales --quiero decir, haciéndole hablar a la Madresita Ayahuasca-- lecciones y pastillas para el crecimiento personal de Oscar, un joven extranjero. La autora, sin duda siguiendo la línea de su madre, Rosa Giove, la reconocida médico-curandera, sabe exponer enseñanzas que recorren los confines de la conciencia.
El último punto es sobre los viajes interdimensionales. La mayoría de los cuentos tienen asidero en el realismo mágico amazónico. Por ejemplo, en “La mujer de ojos negros”, “El encanto de la sirena” y “Arena la Sirena”, los personajes --o los afectados/as por ellos--, terminan en lugares mágicos, en las profundidades del bosque o del río. Se trata de ciudades luminosas donde viven seres especiales. Estas visitas las he leído en cuentos tradicionales, digo, de personas indígenas, y también en testimonios de visionarios de la conciencia. Son gente que visita a la gente de otros mundos cercanos pero invisibles. Se trata de esos navegantes de las galaxias del bosque y del río Amazónico. Curiosamente, esas visitas fantásticas, propias de la tradición indígena amazónica más antigua, se siguen reproduciendo en los cuentos de estas autoras contemporáneas. A buena hora.
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