Comentario y citas del libro Amazonia China. Dos viajes de vuelta de Oscar Calavia Sáez, 2012, editorial RBA Libros
Encontré una joyita. Se trata del libro de Oscar Calavia, publicado en 2012 y, según dice la tapa, ganador de un premio de narrativa de viajes. En efecto, el autor relata su travesía desde Assis, el pujante pueblo de ganaderos de la frontera con Brasil, hasta Puerto Maldonado, la capital del departamento de Madre de Dios, en Perú. Hay escenas interesantes, incluso diría importantes para la historiografía, ya que el relato condensa las vivencias del autor en la ruta durante la década del 90 del siglo pasado. Por ejemplo, pinta a Asís como un pueblito monótono y pintoresco; a Iberia, como un conjunto de casas que sostienen un puerto de paso; y, a Puerto Maldonado, como un pueblo grande.
Otra imagen curiosa fue la de los “empresarios” del oro y los camioneros brasileños (los patricios), quienes llegan al Perú por trochas que fungen de carreteras. Vienen a probar si la explicación a sus infortunios está justificada en la riqueza de los ríos dorados. El relato de Calavia es, en sí, un recuento de estos personajes desde el punto de vista de un pasajero.
Otro aspecto estimulante, es la forma cómo Calavia describe la personalidad de sus personajes: con una mezcla de sicología, antropología, afectos y sentimientos encontrados. Así también, el autor, como antropólogo --pero en el libro como viajero--, ofrece una imagen del indígena yaminahua de la época: retraído al borde del río Acre, en los anillos pobres o en “la favela de los indios”, viviendo en Asís como mejor le parece, sin que los recovecos de la modernidad le importen, aunque sí le afecten.
La prosa fina y elaborada, los quiebres discursivos, el conocimiento profundo de la zona y de los transeúntes, y la reflexión que induce el entorno amazónico, son otros aspectos resaltantes que hacen de este libro una joyita oculta.
No quiero disfrutarlo solo, así que les copio unas frases célebres y oportunas:
Sobre el estar en la Amazonía:
“¿Es esto un viaje, este empantamiento, esta espera de días vacíos en un lugar que se me antoja vacío? Pero es lo que más he hecho desde que estoy en la Amazonia: esperar. Es lo que hacen todos en la Amazonia cada vez que pretenden desplazarse, y esta selva es un continuo ir y venir” (p. 9).
Sobre el extractivismo y el colonialismo:
“El Estado brasileño, además, supo convertir formalmente en brasileños a los grupos indígenas sitos en las fronteras, y reivindicar sus tierras en su nombre; cien años después, hay lobbies nacional-corsarios que, con suficiente ignorancia o demasiado cinismo, se escandalizan de que las tierras fronterizas estén en manos de grupos indígenas” (p. 11).
Sobre el alma narrativa de la selva:
“La Amazonia no es un mundo visual: la selva ofrece pocas perspectivas pintorescas; en general, es demasiado densa y se oculta a sí misma por su propia ebullición […] La Amazonia no se muestra: se cuenta, es el reino de la narrativa” (pp. 15--16).
Sobre las ciudades de la selva:
“Las ciudades amazónicas son feas, blanco del universal desprecio de los viajeros que aman la selva o piensan amarla: calvas áridas arrancadas a la selva, poblachones que conservan a veces durante siglos el aspecto de campamentos efímeros” (p. 15).
Sobre los sueños de riquezas:
“Los peruanos tienen una imaginación arqueológica que a veces los brasileños les toman prestada, y que puebla de Eldorados la región” (p. 23).
Sobre el proceso de colonización:
“Y sin embargo, esa marcha al oeste (o al oriente, si se mira desde Perú) tiene, además de los mismos objetivos, todas las lacras del colonialismo. La principal quizás sea esa tendencia a tratar el territorio como una materia bruta e inerte que deberá ser conformada según criterios traídos de otros lugares” (p. 46).
Sobre la “selva virgen”:
"Los relatos de los viajeros conquistadores son tan imprecisos […] que no hay ninguna garantía de que la virginidad no sea una virginidad reconstituida después de que alguien explorase y poblase siglos atrás” (p. 57).
Sobre los Pueblos en Aislamiento:
“No hay un paraíso cerrado que ha escapado por milagro, sino pequeños grupos que mantienen su autonomía allí donde nadie llega para amenazarla y que no suelen ignorar que hay otro mundo fuera; simplemente recuerdan, aunque sea vagamente, que ese otro mundo no les sienta bien” (p. 59).
Sobre el alma de la Amazonía:
“La Amazonia, ese lugar extraordinario, abriga una vida, en realidad, muy monótona, aunque esté cuajada de pequeños prodigios” (p. 70).
Sobre el alma de la Amazonía y los proyectos de desarrollo:
“La Amazonia no es ni un desierto ni un infierno verde como han contado siempre los traficantes de grandes proyectos de desarrollo. No es una tierra insana, peligrosa ni avara, y de hecho ha permitido que en ella viviesen durante milenios pueblos desnudos dotados de saberes y habilidades profundos, pero no armados de una ingeniería drástica […]” (p. 70).
Sobre la evangelización indígena:
“Es difícil saber qué tan cristianos se han vuelto los indios después de veinte años de misión” (p. 140).
Sobre la unidad indígena:
“Los indios del lejano oeste llevan algunos siglos preguntándose por qué están siempre en inferioridad numérica. Por qué, si se sostienen mejor sobre el terreno o lo conocen mejor, si resisten a las penalidades mejor que los blancos, si son casi siempre más bravos y le tienen menos miedo a morir que los blancos, o, si son más generosos o más pacientes que ellos, pierden siempre la guerra. Son pocos, siempre. Pocos y desunidos […] Pero aunque se uniesen seguirán siendo pocos” (p. 141).
¿Y dónde entra China en esta maraña amazónica? Resulta que el autor relata tanto su viaje a la Amazonía como a China. Pero, obviamente, dicho país no me interesa, aunque debería, ya que estará de moda en la Amazonía del siglo XXI.
Donaldo Humberto Pinedo Macedo
Cusco, 04 de julio de 2023
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