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La niña de la Cueva

Comentario al libro de Julio César Linares Nava. Ediciones Renaco (2017/2022)

De los 14 cuentos que tiene el libro (todos ambientados en Yurimagüas, Loreto, Perú), destaca, por su mensaje y estructura, El árbol que llora. Trata del típico comerciante andino que llega a la Amazonía creyendo que los recursos del bosque están a la disposición de sus ambiciones. También hay otros cuentos de interés, pero con cierto reparo: El lirio florecido, Fundo Patricia, Tú tantas veces…yo, La casa de los perritos, El cuadro, Don Ramón, El loco Alfredo y El lago Maricahua

Debo confesar que estuve contrariado al terminar el libro. Por mi cabeza pasaron muchas ideas que, finalmente, me condujeron a redefinir el canon que yo tenía sobre el cuento clásico. Por un lado, la mayoría de los cuentos me parecieron escenas sobrepuestas tratando de acomodarse en una historia orgánica, pero sin lograrlo. Así también, algunos cuentos cierran abruptamente y otros no terminan de cuajar en algo sólido y atractivo o inesperado. Más que cuentos, me parecen experiencias, anécdotas, sucesos, relatos y vivencias que tratan de parir con el rótulo de cuentos. Por otro lado, sin embargo, me encantó el uso constante —y espontáneo— del castellano regional, la naturalidad y sinceridad con que escribe el autor y, sobre todo, el uso de analogías poéticas. Cito algunas: 

  • “Las mariposas caían como hojas secas, revoloteando sobre las flores […] otras veces se quedaban quietas sobre las verdes hojas o en las ramas de las plantas que nunca florecían y hacían alucinar cual flores postizas” (El lirio florecido). 
  • “[…] la más trascendente lucha será mi disposición a seguir dando la batalla en el día a día, en el gran campeonato por la vida al servicio de los demás” (Discurso de Margarita, en La niña de la Cueva). 
  • “El tiempo pasó volando, el instante se transformó en una hora, la hora se hizo día, el día mudó a un mes, el mes se hizo un año y los años se transformaron en un instante” (Fundo Patricia). 
  • “Se ha vuelto avaro, hace alarde de su actitud para el ahorro, que hasta luce orgulloso su barba para no tener que comprarse un afeitador, su sonrisa es casi una línea” (Tú tantas veces… yo).
  • “Todos vivíamos en un espejismo insalvable, nadie se imaginaba que un día iba a desaparecer sin más ni más por obra y gracia de su alteza el río” (La casa de los perritos).

En este punto, diría que el autor escribe con estilo propio, con un castellano acomodado a la forma de pensar —y de estructurar— del poblador amazónico. Además, diría que —parafraseando El loco Alfredo— la brisa del río y los rayos del sol yurimagüino templaron la humanidad —y los cuentos— de Julio César Linares Nava. Pero esta fundación literaria, que se distancia del canon clásico, pierde fuerza o se desdibuja debido, principalmente, a los errores tipográficos, ortográficos y de redacción que hallé en casi todos los cuentos. Parece una edición no muy bien cuidada.

Finalmente, quiero imprimir un aspecto que me ha cautivado: es la esencia prolífica del autor. Siento que Linares es capaz de escribir todo cuanto ha visto, oído y experimentado. Parece que le mueve una tracción instintiva más que literaria. Su pluma es como un río suelto que explora a sus anchas el bajial de las vivencias.

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