Reporte de cómo la ayahuasca puede generar malos entendidos y, también, suscitar esperanzas
Estoy aquí, en el hospital Regional del Cusco, apoyando al muchacho Luis, un wachiperi de Shintuya. Me siento agotado. El majadero pidió alta voluntaria, pero su mamá, Gloria, aquí a mi lado, no quiere firmar los papeles. Bueno, con tanto lío me dio sed y fui a la tienda de Juvenal, el casero, por unos refrescos. Juve, medio ebrio, sentado en su silla de ruedas, me dice gagueando:
—Oooye ¿Tú cono, conoces a un nativo, pero así, bi, bi, bien nativo?
—¿Cómo bien nativo?
—Ooo sea, un na, na, nativo de verdad pues, uno de allá, de adentro, uno de, de, de verdad.
—Sí, conozco a varios ¿Por qué?
—Mi pa, pa, pariente está aquí, en el hospital, inter, internada. Ha tomado ayahuasca y ha empezado a ver cosas, ya no reconoce a su marido, ya no ha regresado dice, está ida… quie, quie, quiero que me avises si conoces a un na, na, nativo de verdad para que le llame su alma.
Conociendo a Juvenal, mejor me hago el tercio. Le doy el contacto de otra persona. De pronto, interviene un señor que estaba allí, sentado, y me dice:
—¿Usted conoce la ayahuasca?
—¿Sí?
—Por favor ¿Le puedo traer lo que le han dado a mi esposa para que veas si es ayahuasca de verdad?
—Claro.
El hombre sale corriendo. Es un adulto, pequeño, cobrizo, del pueblo quechua. Regresa trayendo en las manos un frasco. La etiqueta dice “Aethernal Alchemy. Espagiria. Formula Detox”. Al reverso, las indicaciones: “5 a 20 gotas. Hasta 3 veces por día. Idealmente en ayuno. Agitar antes de usar. 30 ML. ALC. 35%”.
—¿Dónde le han dado esto a tu mujer? —Le pregunto—.
—Un gringo de Pisac, en allí ha comprado. Le han dado con esto…
Me muestra un sobre de “Té Ginseng, más conocido como jabón molecular. Purificador. Anticancerígeno”.
—Le han dicho que tome primero el té, luego las gotas de ayahuasca —me cuenta el hombre—.
Cuando abro el frasco, identifico los sedimentos típicos de la ayahuasca, y le digo, “sí, sí es ayahuasca” (El frasco no contenía lo que decía). Olfateo, mmmm. Debo probar, así que ikareo un poco en la boca del frasco, saludando a la plantita. Gloria, la mamá del majadero, que está con nosotros, me mira y exclama: “¡Chaman el hermano!”.
Coloco unas gotas de la sustancia en la “profundidad de la comisura del pulgar”, allí donde pones la sal antes de tomar un tequila. Lamo la sustancia y oh sorpresa, sí es ayahuasca, pero es la corteza de la liana, macerada, que es un purgante y no un psicoactivo.
Le digo a Valentín, el esposo, si puedo ver a su mujer. Me lleva presuroso al área de Medicina B del hospital Regional, al fondo, en la zona de aislados. Entro y veo a Epifanía (el nombre significa manifestación, aparición o revelación), postrada en la cama, con una cánula instalada en su traquea para que respire. Su mirada al cielo, imperturbable. Trato de hacer contacto con ella, pero no responde a nada. Sus ojos, negros como el capulí, están silenciosos. Le digo a Valentín que la ayahuasca que le dieron no tiene nada qué ver con la situación de su esposa. Entonces, él me confiesa: “bueno, la verdad es que ella tiene un tumor en la cabeza”.
Agarro las manos del hombre y hago una oración para darle fortaleza y algo que le sobra, valentía. Me agradece. Antes de irme, Valentín me pide que imposte mis manos en la frente de su mujer y que le rece. Bueno, a chambear. Me preparo. Respiro. Limpio mis manos con mi soplo e invoco a los grandes poderes, luego coloco mis palmas en la frente de Epifanía y oro por ella. La mujer reacciona por un segundo, se mueve, siente, pero no es más que una reacción breve, corta, una Epifanía; es suficiente. Valentín me agradece, otra vez.
Con tal de recuperar a su Epi, de largas y negras trenzas, todo vale para Valentín: el chamanismo, el catolicismo, el protestantismo, el hippismo, el nuevo pacto universalismo, etc.
Dice Valentín que su Epi está así porque su alma se halla afuera, paseando, perdida. ¡Hampuy, hampuy, hampuy, Epifanía, hampuy, hampuy! (¡Ven, ven, ven Epifanía, ven, ven, ven!).
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