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Los guerrilleros de la psicodelia

A Hugo Bonet Rodríguez, 

un revolucionario cabal, 

esta recreación libre y amorosa.

Tres jóvenes guerrilleros están listos para su primera misión en Cusco. Fueron entrenados en Cuba y defendieron Playa Girón. Hasta el Che Guevara les dio una palmadita de ánimo. Están listos, los tres, para las armas y la revolución.

Desde otra cuenca, un grupo de músicos ecuatorianos confluyen en el Cusco. Traen trova y protesta, letra e insurgencia. Más que tira balas, son medio hippies. Músicos y guerrilleros se juntan. Beben, cantan, fraternizan y comparten la ideología. Están, por así decirlo, en el mismo cauce, aunque cada uno tiene distinto caudal. Las copas van y vienen, la confianza se consolida y la amistad se argumenta. La conversación aterriza en el asunto de las drogas, en la marihuana y el LSD. Entre debates y forcejeos de valentía, los tres guerrilleros, Leoncio, Pedro y Javier, deciden probar la moda psicodélica.

Los tres guerrilleros se retiran de la reunión. Caminan por las calles del Cusco. Están adormecidos, sienten un relajo insuperable, una satisfacción de ser y estar, una motivación de paz y amor. Pasan por una de las pocas farmacias de la época, la Portugal, en la plaza Regocijo, y ven los anuncios luminosos. Los guerrilleros se quedan atónitos frente al destello de fractales insurgentes y multicolor. Son las formas reveladoras del Universo. Han sido tocados. Sufren revelaciones. Los guerrilleros entran en un bucle de sensaciones trascendentales. Se sienten tan ligeros, tan superfluos y profundos, tan innecesarios de balas y fusiles… En la puerta de la farmacia, sin pedir remedio alguno, se sienten más sanos que nunca.

Los guerrilleros de la psicodelia continúan su camino. El efecto de los psicoactivos se va disipando y sienten sed y hambre. Como se formaron en armas y en ideología, convienen en discutir la experiencia. El debate es prolijo. Hablan con conocimiento de causa y concluyen: estas drogas son contraproducentes a los intereses de la revolución. Son una imposición capitalista y una artimaña para adormecer al proletariado (como la religión, el opio de los pueblos). Estas drogas conducen a la adicción y a la degeneración humana, pervierten la lectura de la realidad y de la razón y, por sobre todo, relativizan los sentimientos de odio, rencor, venganza y confrontación. 

Desde entonces, las “drogas” fueron excomulgadas de la agenda revolucionaria. Los valientes guerrilleros temían que sus fusiles, en vez de balas, disparen flores.

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