Reseña del libro de José María García García, S.J., más conocido como “el padre Chema” (2006, 2da edición)
A veces creo que la antropología es tan rígida. Siempre parte de sus teorías y metodologías para entender a la gente. Por ejemplo, un antropólogo en campo, por más tiempo que se quede en el lugar, siempre observará desde fuera, desde su academicismo. Lo mismo podríamos decir de un cura, que mirará a la gente desde la verdad de su teología. Pero el caso de García es distinto, ya que tiene dos ventajas que la antropología carece: el acompañamiento y el humanismo con que se teje una relación.
Como antropólogo, trato de comprender el comportamiento de la gente del bosque y del río amazónico a la luz de las teorías y del trabajo de campo esporádico. En cambio, el padre García, como otros sacerdotes o misioneros en la selva, acompañan permanentemente a las comunidades indígenas y, por momentos, también se ven obligados a rebasar su visión teológica por una necesidad humanista.
Siendo así, “las gentes”, como los llamaba el padre García, ya no son objeto de estudio o sujetos de evangelización, sino seres humanos con quienes compartes la existencia. Este libro trata de eso, de cómo un cura español recién llegado a una parroquia de gentes quechuas, recibe las lecciones más hermosas de la vida y del transcurrir indígena. El libro resume una faena de 25 años de convivir con la lógica quechua. He reído a gusto con las anécdotas y ocurrencias, pero también me ha conmovido la vigencia de algunas realidades.
Todo antropólogo/a que intente hacer su trabajo de campo en comunidades indígenas, debería leer este libro. Ya va siendo hora que, como antropóloguex, nos quitemos esa mezquina idea de ir a las comunidades solos, con nuestro cientismo y anticlericalismo. Nos guste o no, la influencia del clero en los Andes y en la Amazonía se trasluce en el actual devenir de los pueblos indígenas.
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