Comentario al libro de Francisco Odicio Román (1969/2016).
El año 1969, Odicio publicó la primera edición de este libro. Claramente, estamos frente a un clásico. El enfoque literario del autor responde a su época: él, desde su posición de patrón y periodista, describe lo que ve y oye con una elegancia ya en desuso. Él hace de narrador principal, aunque a veces incluye descripciones previas de los personajes y del entorno natural (sabe contextualizar la historia, algo que denota experiencia). También incluye diálogos, frases y canciones de sus interlocutores. Por momentos, dejándose llevar por la alocución shipiba, escribe en castellano regional, sin embargo, en otras circunstancias, se aleja y juzga a los Shipibo como bárbaros e incivilizados. Parece que, por instantes, su vida está plenamente engarzada en los preceptos indígenas, pero, cuando tiene que hablarle a la "civilización", se aleja y retoma su posición social de origen. Me da la impresión de que Odicio, en su andar interior, fue un nativo convicto y confeso, pero frente a la "civilización", retomó su rol de patrón y periodista. Esta fue la gran disyuntiva de la época. Por un lado, ser cuestionado por meterse "con sotana y todo" en la indianidad y, por otro, sentirse a gusto o parte de una cotidianidad indígena que incluía, sin mayores miramientos, al wiracocha, al extraño, al extranjero, al de "otra raza".
Bueno, retomemos. El libro presenta algunas historias y costumbres del pueblo Shipibo-Conibo-Shetebo. Me ha llamado la atención la constante referencia a los incas, algo que no es tan recurrente en la tradición oral de otros pueblos amazónicos. Así también, me han gustado historias como Huishmabu, el origen celestial de los Shipibo; Incan Baque o el hijo del inca, que es sobre la dádiva, el diluvio, las ninfas, la violencia sexual y la fertilidad; las cenizas del diablo, que habla sobre el origen de los zancudos, tal vez los personajes más odiosamente persistentes de la Amazonía; el Socta, una de las mejores historias del libro. Trata de un hombre que bien puede reflejar la personalidad de una época: rudo, esquivo, perverso y que, luego de sus andanzas bravuconas, encuentra su destino en el servicio y la solidaridad.
Hay otras historias sobre la mezquindad, las visiones de ayahuasca, la extracción de madera, la costumbre de la Pishta (la que detalla el autor, aunque no desaprovecha renglón para juzgarla), la enfermedad, el apego, la brujería y el "pago" que todo esquilmador debe realizar a la Madre Selva, le guste o no.
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